Enciclopedia de la mitología. J.C. Escobedo

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Enciclopedia de la mitología - J.C. Escobedo

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la hicieron subir a un carro de alabastro conducido por cándidas palomas; acompañada por las Horas y las Gracias, sus fieles siervas, fue llevada al palacio de los Inmortales. Según otra leyenda, Afrodita es una divinidad olímpica, diosa celeste del amor, nacida de Zeus y Dione. Esposa de Hefesto (Vulcano), tuvo amores con Ares (Marte), Hermes (Mercurio) y Dioniso (Baco), así como con los mortales Anquises, Butes y Adonis. De sus amores nacieron muchos hijos, entre ellos: Eros (Amor), Hermafrodito, Príapo, Eneas y Erix. Era especialmente venerada en Chipre y, en general, en los puertos y en las costas como diosa de la navegación. De los lugares donde su culto estaba más difundido derivan sus diversos sobrenombres: Cipris (de Chipre), Pafia (de Pafos), Cnidia (de Cnido), Citereo (de Citera) y Ericina (del monte Erix, en Sicilia). Según Platón, Afrodita Urania era la diosa del amor ideal y se la representaba armada, mientras que Afrodita Pontia era la protectora de la navegación y de los navegantes. De esta manera, el reino de la belleza y del amor se extendía por la tierra, el mar y el cielo. Las plantas consagradas a Afrodita eran el mirto, la rosa y el manzano; los animales, la paloma y la liebre, y, como diosa del mar, le correspondía el delfín. Era imaginada como una criatura bellísima, lozana, de rostro delicadísimo y rebosante de gracia, vestida de oro. De su persona emanaba un suave y dulcísimo perfume de ambrosía y, cuando se manifestaba en la plenitud de su belleza, todas las cosas cedían ante tanta gracia y le rendían homenaje. Al principio, fue comparada con la aurora, bella y sonriente, ante la cual la misma naturaleza se inclina, pero luego se la designó como la diosa de la belleza y, por consiguiente, también del amor. Paris, elegido juez para designar a la más bella de las diosas, le otorgó la manzana, símbolo de la hermosura. Ella fue quien ayudó por gratitud a Paris a raptar a Helena, la mortal más hermosa del mundo, que había sido prometida por la diosa al joven troyano. Peleo, enamorado de la ninfa Tetis, le ayudó a conquistarla y a tomarla por esposa. Es cierto que Afrodita no supo frenar sus pasiones ni resistir el impulso amoroso. Por lo tanto, amó a mortales e inmortales, e intervino en todas las historias, de hombres y de dioses, en las que se enredaba el amor. Sus servidoras eran las Gracias y las Horas, personificadoras de la gracia y del encanto. Estas atendían a su persona, la vestían y arreglaban; estaban siempre con ella en cualquier lugar y momento. En la iconografía clásica, Afrodita lleva un cinturón que encierra todos los atractivos y seducciones femeninos, a los que nadie, ni aun el más sabio, se puede resistir. Obras de Afrodita son la pasión, la fecundación y la propagación de la especie en toda la naturaleza animal y vegetal, la renovación de la vida y el florecimiento de la belleza. Todo es obra suya, porque nada resiste a la fuerza del amor y de la hermosura, y todas las cosas nacen por obra del amor. Como la diosa del amor, Afrodita es la protectora de los vínculos conyugales, de la familia y de los nacimientos. Sin embargo, los griegos la imaginaron también como una criatura inconstante y, por lo tanto, relacionada con muchas leyendas en las que castiga cruelmente a quien se niega a someterse a las exigencias de su amor. Es famosísima la leyenda de Dafnis, joven y bellísimo pastor siciliano, semidiós de los pastores. Más numerosos que sus amores con los dioses son los amores de Afrodita con los hombres. Prefería esbeltos pastores o cazadores que vivían en las montañas y los bosques. Una de las más famosas leyendas es la del amor de la diosa por Adonis. Otro gran amor de Afrodita por un mortal fue el que sintió por Anquises, joven príncipe troyano. De estos amores nació Eneas. El culto a Afrodita era común a todos los pueblos helénicos. Chipre sobresalió entre sus adoradores por cuanto se decía que, surgiendo de la espuma del mar, la diosa había llegado a dicha isla. Muchos eran los templos a ella dedicados, esparcidos por las playas, siempre cerca del mar. Ninguna diosa inspiró más a los poetas; ninguna fue representada tantas veces. En Roma, Venus, diosa de la primavera y de la naturaleza en flor, fue pronto identificada con la griega Afrodita y ambos nombres sirvieron para designar a la misma diosa. En Italia, lo mismo que en Grecia, se difundió ampliamente el culto de la diosa del amor y de la belleza. Adquirió mayor importancia, si cabe, en Roma, pues el fundador de la estirpe itálica, Eneas, era considerado hijo de Venus/Afrodita. En Roma surgieron pronto tres templos consagrados a Venus: el de la diosa Murcia, el de la Cloacina y el de la Libitina. La Venus Murcia representaba a la diosa que acaricia y atrae con su belleza al hombre, enamorándolo; pero designaba también a la diosa del mirto, símbolo del amor casto y bello, y existía un templo en su honor junto al Circo Máximo, al pie del Aventino, construido por los latinos, establecidos allí bajo Anco Marcio. La Venus Cloacina era la protectora de la alianza pactada entre los romanos y los sabinos, después del famosísimo rapto de las sabinas. El tercer templo era el de la Venus Libitina, diosa de los muertos. No debe asombrarse de esto el lector, porque con frecuencia en los mitos de la Antigüedad clásica la vida más exuberante aparece relacionada con la muerte. Los extremos se tocan. En su templo, cuya situación ignoramos, se conservaban todos los instrumentos y adornos necesarios para los ritos fúnebres. Venus fue objeto de otras formas de culto en Roma y se convirtió en Venus Genetrix en su calidad de primera madre de la estirpe romana, por haber concebido a Eneas, y luego en protectora de toda fecundación. Fue honrada en especial por César y toda su familia, ya que este pretendía que su linaje descendía directamente de Eneas. Después de la victoria de Farsalia dedicó incluso un templo a la Genetrix, un espléndido edificio construido con munificencia y elegancia de líneas. Se celebraban muchas fiestas en su honor, sobre todo en abril, mes en el que despertaba la naturaleza y ofrecía sus mejores dones a los hombres, mes fausto para el amor y por ello dedicado a Venus. En las artes figurativas, Afrodita aparece representada aislada en la estatuaria o asociada con otros dioses o mortales, sobre todo en la pintura, en la cerámica y en los relieves. Al presentarla aislada, los artistas griegos la figuraban al principio totalmente vestida, luego parcialmente envuelta en una túnica muy transparente que hacía resaltar las líneas de su cuerpo, y, más tarde, completamente desnuda.

      Entre sus célebres representaciones escultóricas, recordaremos la Afrodita de Cnido, la Afrodita de Arlés, la Afrodita de Fréjus, la Afrodita de Siracusa, la Venus Capitolina, la Venus de Milo – la más célebre, descubierta en 1820 y orgullo del Louvre– la Venus de Médicis, la Maliciosa de Cirene, la Calipigia y la Afrodita de Epidauro. En un comienzo aparecía la diosa siempre de pie, pero cuando los artistas acariciaron la idea de representarla en el baño, surgieron composiciones diversas, concibiéndose así una figura de Afrodita con un nuevo aspecto iconográfico, destinado pronto a ramificarse, con variados y originales desarrollos. El arte romano siguió la tradición griega: la Venus romana es fiel reproducción de la Afrodita griega. Pasaron muchos siglos antes de que el mito de esta divinidad volviese al dominio del arte. A partir del Renacimiento, son numerosas las obras inspiradas en la diosa y sus amores. Ya no se tratará de estatuas, sino sólo de representaciones pictóricas. Destacan: Venus dominadora del mundo de Giovanni Bellini, Nacimiento de Venus de Botticelli, Venus de Giorgione, El tocador de Venus de Rubens, Venus y el Cupido de Bronzino, Venus y el Amor y Venus y Adonis de Tiziano, Baco y Ariadna coronados por Venus de Tintoretto y Venus ante el espejo de Velázquez. La diosa no aparece menos en la literatura. Entre los poetas, le compusieron bellísimos himnos Homero, Lucrecio, Ovidio y el propio Horacio. La celebraron filósofos como Parménides y Empédocles, y trágicos como Esquilo y Eurípides.

      Afrodita

      AGAMEDES Y TROFONIO

      Hermanos arquitectos ilustres, al parecer construyeron el templo de Apolo en Delfos, otro dedicado a Poseidón en la Arcadia y la Casa del tesoro del rey Hirieo en Beocia. Una leyenda narra que habiéndoles prometido Apolo una recompensa al terminar el templo, encontraron la muerte. Según otra fuente, habían intentado robar el tesoro de Hirieo; Agamedes cayó en una trampa y Trofonio, para no ser descubierto, decapitó a su hermano, ocultando luego la cabeza. Se les rindió culto en Beocia.

      AGAMENÓN

      Hijo de Atreo y de Erope, hermano de Menelao, fue rey de Argos y de Micenas, y esposo de Clitemnestra, hija de Tindáreo, rey de Esparta. Había llegado a ser, por sus conquistas, el más poderoso rey de Grecia, cuando tomó el mando de la expedición de los griegos contra Troya. Cuando el adivino Calcante reveló que, si quería obtener un viento favorable para la partida

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