Leer, Pensar, Saber. Juan Estrada Segura
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Dedicatoria
Para Isabel María, Juan y José Tomás
Para la catedrática Celia Viñas Olivella, modelo para los que tuvimos la suerte de ser alumnos suyos en el Bachillerato.
In Memoriam
Agradecimientos
En primer lugar quiero mencionar a mi familia. Sin su comprensión y paciencia por tanto tiempo hurtado a la convivencia y la labor doméstica no me podría haber dedicado a la escritura de este libro. Vaya para ella, más que mi agradecimiento, todo mi amor. Albert Alegre ha corregido con paciencia y rigor la revisión del manuscrito y Maríana Romo-Carmona se ha ocupado de todo lo concerniente a la impresión del texto. Finalmente, last but non least, mi hija Isabel María, mi alter ego, profesora del City College de Nueva York, ha sido la que ha coordinado la tarea de dar el último impulso necesario para que este libro viera la luz.
Prólogo
Repasando papelotes que con los años se han ido acumulando, me encontré con cuatro cuadernos, que recogen mis reflexiones. Cronológicamente, van desde el 13 de enero de 1992 hasta el 12 de enero de 2004. Son ocurrencias que escribí en una época en que todavía tenía alguna. No abarcan todos los días del calendario y fueron escritas con una libertad absoluta porque nunca pensé en darlas a la estampa. Ahora, quisiera darles forma y estructura aunque internamente ya la tienen. Son expresiones de mi oficio y condición: La Filosofía; ese es el hilo conductor de todo lo escrito; naturalmente se trata, nunca mejor dicho, de una filosofía “de andar por casa”. Son pensamientos y reflexiones hechas por mí y para mí y, por ello, son, en realidad, gritos, lamentos, alegrías, depresiones… en suma, los muchos estados de ánimo por los que puede pasar una persona aun si no es sensible. Lejos están por tanto estos sentires de la doctrina académica y, en todo caso, se acuestan más del lado de la poesía que del de la filosofía. Son desahogos del alma; imperfectos, marrulleros pero que sirven para drenar el ánimo tras la jornada vivida.
Como se verá, si bien algunos de los escritos tienen la catadura de artículos de periódico, otros –los menos- son casi pequeños ensayos. Para que la anarquía formal sea mayor, hay también aforismos, poemillas de tres al cuarto y citas de minervas preclaras. Todo vale en este batiburrillo que, como conjunto, ha salido de improviso y que es como un batido con muchos ingredientes, de cuyo sabor final no estoy muy seguro, por lo que, curándome en salud, pido perdón al respetable lector.
J.E.S.
Sevilla, diciembre de 2014
Si somos activos y producimos algo, es completamente insuficiente limitarse a elaborarlo en nuestra mente: aunque se trata de una etapa muy importante, resulta insuficiente. Hemos de escribir nuestras ideas y, al escribirlas, hallamos típicamente problemas que antes habíamos pasado por alto y sobre los que luego podemos reflexionar.
(Karl R. Popper y John C. Eccles: “El yo y su cerebro”)
La primera obligación de los jóvenes es la misma que tienen
los más adultos y hasta los viejos…: aprender.
(Fernando Savater: “Política para Amador”)
Ama y haz lo que quieras.
(Agustín de Hipona: “Confesiones”)
Dios
Nadie que tenga creencias religiosas
alcanza la filosofía. No la necesita.
(Schopenhauer)
1.01. Hombre y Dios. La Mística
Hace algún tiempo, los parabrisas traseros de ciertos coches llevaban una pegatina con la siguiente leyenda: “Sonríe, Dios te ama”. Yo creo que si fuésemos plenamente conscientes de lo que implica tal afirmación, llegaríamos a otra conclusión más radical, aún. Es decir, si penetrásemos en el significado de los siguientes asertos que están implícitos en ella: primero, Dios existe; segundo, Dios es lo Absoluto; además Dios es persona en cuanto me ama a mí, que lo soy; por otra parte, ese amor de Dios no se dirige a la humanidad, a la especie humana entera, sino a mí; y por último, ese amor no exige contrapartida: no me ama porque sea bueno, o listo, o guapo o agradecido, sino que me ama porque soy, porque soy una criatura suya, a la que crea y ama. Si penetrásemos, digo, en el sentido de estas consideraciones, no es que sonreiríamos –de alegría, se entiende- sino que daríamos saltos de gozo, aullidos de placer, nos volveríamos como locos. Dios me quiere a mí, ¿nos damos cuenta de lo que eso significa? Dios, el ser Absoluto, tiene hacia mí gratuitamente un amor absoluto. ¡Ah!, y sin embargo vamos por la vida tan campantes, tranquilos, con el pertrecho de nuestras grandes o pequeñas miserias. Yo no encuentro otra explicación a este tremendo misterio sino el que no tenemos la suficiente fe. Si no vivenciamos el amor de Dios es porque falla alguna, o varias, o todas, de las premisas que he señalado antes.
Los únicos que han vivido en parte este fenómeno han sido los místicos. Ellos, en determinadas situaciones, han experimentado el amor de Dios de tal manera que han entrado en éxtasis y se han visto inmersos en lo inefable. Por eso, o bien hablan metafóricamente, o balbucean un no sé qué lenguaje cuasi infantil, medio ininteligible, o, finalmente, se expresan con la más hermosa de las palabras: el silencio.
Que los místicos, en cuanto tales, se ponen al margen de la razón y de la lógica, es cosa bien sabida. San Juan de la Cruz balbucea al no encontrar la palabra (Logos) adecuada. En sus escritos abundan las expresiones i-lógicas, contradictorias, como “vivo sin vivir en mí”, en puridad una frase sin sentido; y también aquella de “muero porque no muero”, que, tomada literalmente, es una contradicción in adjecto: si muero porque no muero, no muero porque muero. En fin, nada tiene esto de extraño porque el misticismo se mueve en el ámbito de lo inefable, de lo a-racional. Al fin y a la postre, la inteligencia es sólo una herramienta muy útil con la que la naturaleza, en su evolución, ha dotado al hombre para que sobreviva. Su valor es meramente instrumental, a pesar de que el hombre, en ocasiones, puede obtener otros logros con ella mil veces más excelsos, aunque, eso sí, “adulterando” su naturaleza.
Lo demás, la religión de la media hora de misa dominical, es pura rutina y superficialidad. El sociólogo más lego no dudaría en atribuirla a la adopción de un mero uso social, algo advenedizo y empastado cuyo origen es, a mi parecer, de carácter biológico: la religiosidad como mero uso social se extiende porque tiene valor de supervivencia, en cuanto aglutina los miembros del grupo en torno a unos valores compartidos. El misticismo no puede ser –no es- integral. Si lo fuera –o en la medida en que lo sea, incapacitaría al hombre para la acción, para la búsqueda, para la satisfacción de la innata curiosidad. Por eso San Juan de la Cruz, entre