Y clasificarlas para las llamas. Luis Ricardo García Lara

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      Y clasificarlas para las llamas

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       Y clasificarlas para las llamas

      Luis Ricardo García Lara

      Editorial Cõ

      Leemos Contigo Editorial S.A.S. de C.V.

      [email protected]

      Edición: Abril 2020

      Imagen de portada: Luis Ricardo García Lara

      Prohibida la reproducción parcial o total sin la autorización escrita del editor.

      Prólogo

      Supuse difícil o incluso imposible la publicación de las seis historias recogidas en este volumen, sin antes informar a todos aquellos que por azar lleguen a leer las siguientes páginas, sobre el origen de estos relatos y los motivos que me llevaron a divulgar las palabras impresas en las hojas de este ejemplar.

      Ha pasado una década y probablemente esté todavía en la memoria de unas pocas personas el episodio de los muertos de la rue des bons enfants. Hoy puedo decir con toda franqueza que éste fue un acontecimiento del que se servirían ciertas corporaciones para alimentar la curiosidad de la gente y henchir sus arcas, y en el que me consta hubo mentiras y exageraciones respecto a lo que posiblemente sucedió.

      Podríamos decir que los hechos se remontan al momento en que la jefatura de policía de la circunscripción a la que pertenece la rue des bons enfants, recibió una llamada telefónica que reportaba el hallazgo de un cadáver en uno de los inmuebles de dicha calle. Como es habitual se designó a un agente para estar al frente del caso. El encargado de llevar las averiguaciones fue el detective Guillaume de la Condamine: amigo entrañable fallecido hace tres años. Durante las primeras horas de la investigacion el asunto parecía no tener nada de extraordinario, salvo el hecho de ser un incidente en donde las razones de la defunción no eran a primera vista del todo claras. Sin embargo, a lo largo de esa jornada iban a suceder un par de acontecimientos que habrían de traer como consecuencia que en los últimos años se hayan presenciado falsas conjeturas, litigios, polémicas, estafas, en fin, innumerables equivocaciones y finalmente indiferencia y olvido en torno a lo ocurrido ese día.

      Unos minutos antes de que Guillaume de la Condamine abandonara el departamento del finado y se dirigiera a la comisaría para continuar con los procedimientos judiciales acostumbrados, se le informó que a unos cuantos pasos, en la misma calle, habían hallado en uno de los cuartos del hotel “Bons enfants”, el cuerpo sin vida de otro hombre. De la Condamine se trasladó inmediatamente junto con todo su equipo de peritaje a la escena de la desgracia. La odisea que Guillaume de la Condamine habría de vivir, apenas comenzaba: una hora más tarde se le notificaba un nuevo deceso en la rue des bons enfants. Inmediatamente, convencido de que todo esto no era algo que ocurría comúnmente, y que sin duda existía un vínculo entre la muerte de los tres hombres, Guillaume de la Condamine pidió autorización al comisario del cuartel para ocuparse de lo que ese día sería designado por la gendarmería de Paris como “dossier palais royal”.

      En los días siguientes, ya con todas las pruebas reunidas, de la Condamine trabajaría con diligencia en la búsqueda de los motivos de las muertes de los tres hombres, pues debo destacar que en los tres casos los móviles eran un misterio que desde el primer instante habían quedado velados para todos. Transcurrieron los primeros días y las conclusiones que el detective de la Condamine transmitió al comandante de la comisaría fueron poco satisfactorias. En dicho informe, de la Condamine le comunicó al comisario que el asunto no era del todo simple; sin embargo, también le aseguraba tener la certeza de que sólo era cuestión de tiempo, y le garantizó, que en los días venideros encontraría la solución. Guillaume de la Condamine estaba convencido de que se encontraba a unos cuantos pasos de concluir con el caso, y es que, entre las bizarras coincidencias de este enredo -me refiero al hecho de que el mismo día y en la misma calle se habían descubierto los cuerpo inertes de tres hombres, y que además, para hacer todo esto aún mas enigmático, la explicación de sus decesos había permanecido hasta aquel momento oculta para todos los que estaban enterados del acontecimiento – habría de aparecer otro factor que a los ojos del detective de la Condamine era la clave que lo ayudaría a resolver el “dossier palais royal”. Las piezas del rompecabezas que según de la Condamine servirían para entender la articulación entre las tres muertes, y que finalmente nos llevarían a conocer el porqué de tales decesos, son las seis narraciones que aparecen en este tomo.

      Un par de escritos fueron hallados entre las posesiones de cada uno de los tres hombres fallecidos. Los primeros dos relatos aparecieron en la bolsa trasera del pantalón del sujeto al momento de desvestir el cadáver. Respecto al género de vida que llevaba esta persona (y de igual forma me ocurre con los otros dos hombres) no sé demasiado. Entre los archivos periciales que me fueron autorizados por la gendarmería de Paris para poder escribir esta introducción, descubrí que aquel primer individuo del que recibió noticias la comisaría el día en que comenzó todo este asunto, tenía cincuenta y tres años, y que el departamento en donde se encontró su cuerpo no le pertenecía a él, ni era su residencia oficial; el apartamento era propiedad de la mujer que aquella mañana telefoneó a la jefatura de policía para avisar haber descubierto en el corredor de su domicilio el cuerpo sin vida del hombre que, confesaría ese mismo día, había sido su amante durante los últimos quince años. También averigüé que era desempleado y que las razones de su deceso jamás se conocerían. Del segundo sujeto pude enterarme era un extranjero de treinta y siete años que llevaba viajando más de dos años y que desde hacia cuatro habíase separado de su mujer. Sus dos narraciones estaban bajo la luz de la lámpara del escritorio de la habitación del hotel. Igualmente su caso nunca se consumó hasta las últimas instancias. Por último, el tercer deceso que iba a notificársele al detective de la Condamine ese funesto día, fue el de un modesto profesor de narrativa que rentaba un camastro en el piso de uno de sus alumnos. Los cuentos del profesor fueron localizados sobre una silla dispuesta al lado del lugar donde dormía, encima de las correcciones de algunos ejercicios de sus alumnos. De la misma manera que los otros dos incidentes, su proceso quedó inconcluso. Lamento dar una biografía tan escueta de estos personajes, pues, como ya lo he dicho, al ser yo un individuo sin ningún conocimiento y autoridad en materia criminal, me fue denegado el acceso a la mayor parte de los documentos de la investigación del detective de la Condamine. No obstante, el abstenerme de exponer estos simples datos me pareció desde el principio una imprudencia.

      Guillaume de la Condamine imaginó que el hallazgo de estos seis relatos formaba parte fundamental del rastro del móvil perseguido. Y es que, si consideramos todos los elementos reunidos en torno a lo ocurrido, no es indispensable ser muy perspicaz para sospechar de una posible relación entre los tres fallecimientos. Sin embargo el detective de la Condamine fue solamente una victima de la caprichosa casualidad, y ninguna de las pistas que en un inicio consideraría claves, habría de servir para alcanzar la respuesta a la muerte de estos tres individuos.

      Pasó el tiempo y los motivos de los decesos y sus presuntos nexos nunca pudieron ser esclarecidos; entonces el caso se cerró y se catalogó en los archivos de la gendarmería de París como inconcluso. No obstante, Guillaume de la Condamine no abandonó por completo el asunto y durante varios años intentó, hasta el último día de su vida, conseguir se editaran los seis relatos de los tres hombre muertos en la rue des bons enfants. Pero, ¿Por qué querer publicar estas historias? De la Condamine confesó que tras haber fracasado en sus averiguaciones, buscaba con la difusión de estos textos, la forma de excusar su falta. En su manera de ver las cosas, los relatos- que según el peritaje probablemente habían sido leídos o incluso escritos momentos antes del fallecimiento de estos hombres- eran de algún modo, de entre todos los elementos funestos del suceso, la representación más

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