Íntimo paraíso. Millie Adams

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Íntimo paraíso - Millie Adams Bianca

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      Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

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      Editado por Harlequin Ibérica.

      Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

      Núñez de Balboa, 56

      28001 Madrid

      © 2020 Millie Adams

      © 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

      Íntimo paraíso, n.º 2814 - octubre 2020

      Título original: The Scandal Behind the Italian’s Wedding

      Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

      Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

      Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

      Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

      ® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

      ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

      Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

      Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

      Todos los derechos están reservados.

      I.S.B.N.: 978-84-1348-911-7

      Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

      Capítulo 1

      CORRÍA el rumor de que Dante Fiori podía destrozar a un hombre por el simple procedimiento de arquear una ceja. Era implacable, decidido, poderoso, mal enemigo para cualquiera. Había salido del arroyo con ayuda de su mentor, Robert King y, no contento con superar las expectativas de este, había aumentado su fortuna.

      Dante era una fuerza de la naturaleza. Todas las mujeres querían estar con él y todos los hombres, ser como él; todos, menos su mejor amigo, Maximus King, quien además de considerarlo sobrevalorado en exceso, tenía el valor de decírselo.

      En resumen, era el rey de todo reino que le interesara, aunque no tuviera sangre real. Y esa fue la razón de que se quedara atónito cuando el mundo cambió de repente en mitad del salón de los King.

      Dante había ido a la ciudad para asistir a uno de sus animados encuentros, a los que siempre le invitaban. Esta vez, se trataba de celebrar el nuevo éxito de Violet King, la mayor de las hijas, quien iba a presentar su nueva gama de maquillaje en un acto retransmitido por televisión que, al parecer, llegaría a varios millones de espectadores.

      Mientras miraban la pantalla, reparó en la ausencia de uno de los miembros de la familia. Robert estaba sentado junto a Elizabeth, su mujer, y Maximus descansaba en el sillón de enfrente, con un whisky en la mano; pero Min no les había honrado con su presencia.

      Dan no sabía qué pensar sobre Minerva King, la más joven del clan. No se parecía nada a sus hermanos. No era como Maximus, un relaciones públicas que sabía manipular a los clientes más difíciles con su sonrisa encantadora y su mirada de acero; y tampoco era como Violet, la ambiciosa e impresionante mujer que había transformado su pequeño negocio en una empresa multinacional.

      Sin embargo, el origen de su desconcierto estaba en otra parte. Sencillamente, no se hacía a la idea de que aquella niña que hablaba sin parar se hubiera convertido en una mujer y hubiera sido madre. Para él, Min seguía siendo la criatura que correteaba por los jardines como un ratoncillo de pelo castaño, siempre buscando animales y haciéndose daño en las rodillas.

      Por lo que Dante sabía, Min se había ido al extranjero en viaje de estudios y había regresado con un bebé de apenas un mes, para sorpresa de sus padres. Pero ni Robert ni Elizabeth eran precisamente conservadores. Podían entender que una King hubiera tenido una hija sin decirles nada y que la hubiera tenido sin estar casada. Lo que no podían entender era otra cosa: que la King en cuestión fuera Minerva y no Violet.

      En los cuatro meses transcurridos desde entonces, la situación se había calmado hasta el punto de que todos aceptaban la existencia de la pequeña con naturalidad. El único que tenía reparos era el propio Dante, quien se enfurecía cuando veía a Min con su hija. No le parecía bien que aquel ser indomable hubiera renunciado a su libertad. Desde su punto de vista, seguía siendo una niña; aunque tuviera veintiún años y fuera madre.

      Madre.

      Si hubiera podido, habría machacado al tipo que la había dejado embarazada, un extranjero del que ni siquiera sabían el nombre.

      No lo podía evitar. Sentía debilidad por Minerva desde su infancia, cuando corría de un lado a otro como una exhalación que solía terminar en caídas de las que salía ilesa. Pero a veces no tenía tanta suerte. A sus dieciséis o diecisiete años, un chico que le gustaba la humilló durante un baile, y la intervención posterior de Robert, que se enfadó con el joven, solo sirvió para que se sintiera aún más avergonzada.

      Al ver lo que sucedía, Dante se ofreció a bailar con ella y le dio un consejo:

      –No dejes que te vean llorando.

      Se lo dijo de corazón. Tal vez, de un modo excesivamente grave. Pero el truco funcionó, y Min dejó de llorar.

      ¿Por qué le importaba tanto Minerva King? Ni Dante lo sabía ni tenía la costumbre de interrogarse sobre sus propios motivos. Era un hombre de acción, que se limitaba a actuar cuando las circunstancias lo exigían. Y quizá fuera ese el problema: que ahora no exigían nada y, en consecuencia, no había nada que hacer.

      Cansado de dar vueltas al asunto, se concentró en la pantalla del televisor. Si todo iba según lo previsto, vería la presentación de Violet y, cuando terminara, hablaría con Robert para intentar convencerle otra vez de que unieran fuerzas; en parte, porque pensaba que era lo mejor para sus dos empresas y, en parte, porque había contribuido al éxito de King Industries y le interesaba tanto como si fuera suya.

      Por supuesto, Robert se resistía a que los King compartieran el control con él, pero ni Maximus ni Violet estaban interesados en mantener la fábrica. A fin de cuentas, los dos tenían sus propios negocios y, aunque la segunda usara la empresa de su padre para el proceso de fabricación, desarrollaba sus productos por su cuenta y contaba con su propia red de distribución y progreso.

      Solo había otra persona que se podía interponer en su camino: Minerva, naturalmente. Sin embargo, estaba convencido de que no se

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