Persuasión. Margaret Mayo
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 1996 Margaret Mayo
© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Persuasión, n.º 1180- enero 2021
Título original: Powerful Persuasion
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
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Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1375-120-7
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Capítulo 1
AL ENTRAR en el despacho, Celena sintió como si el corazón se le paralizara. No estaba segura de cómo había esperado que fuera Luciano Segurini, pero, con toda seguridad, no tan alto ni tan imponente. Ni tan descaradamente masculino. Había anticipado una figura poderosa, que soportara bien la autoridad sobre los hombros y que tuviera una enorme seguridad en sí mismo, ya que, sin aquellas cualidades, no habría llegado a alcanzar el nivel al que se encontraba. Sin embargo, nunca se había imaginado que fuera alguien cuya mera presencia llenara la habitación de una sexualidad tan patente que fuera casi tangible.
Tenía el pelo negro, con la raya a un lado y peinado hacia atrás, una barbilla prominente y enjutas mejillas, lo que le daba un aspecto algo severo. La nariz era larga y recta, con las aletas algo anchas y un labio inferior muy carnoso. No era guapo, pero, sin embargo, la combinación de todos aquellos rasgos le confería un atractivo casi letal.
—Señorita Coulsden… —dijo él. Sus ojos marrones, oscuros como el terciopelo, la miraron mientras le apretaba la mano entre la suya con tanta fuerza que a Celena le pareció que iba a romperle todos los huesos—. Siéntese —añadió, tras alargar el saludo más de lo que a ella le pareció necesario.
Con un nombre como el de Segurini, Celena había esperado que aquel hombre tuviera un acento extranjero. Sin embargo, hablaba un inglés perfecto, con una voz profunda y grave que le seducía los oídos y le enviaba oleadas de apreciación por el cuerpo. No entendía lo que le estaba ocurriendo. Había acudido allí por una entrevista de trabajo y, en vez de lo acostumbrado en aquellos casos, estaba experimentando unas turbadoras sensaciones eróticas.
Después de que su compromiso con Andrew Holmes hubiera acabado de un modo tan desastroso, se había cuidado mucho de dejar que otro hombre la cortejara. Instintivamente, desconfiaba de todo el sexo masculino y había construido un muro a su alrededor que desconectaba automáticamente de su vida a todo el que osaba mover ni siquiera un ladrillo. Todo el mundo decía que había cambiado después de lo de Andrew, y tal vez había sido así, pero era el modo en que Celena tenía de enfrentarse a ello.
Un par de años después, cuando sus padres murieron en un accidente de esquí, Celena se había alegrado de no haberse casado con él. Su hermana pequeña, Davina, estaba en un internado y Celena tenía la intención de dejarla allí. A Andrew no le habría agradado aquella idea y hubiera considerado una pérdida de tiempo pagar dinero por su educación cuando había colegios estatales perfectamente adecuados. El hecho de que la propia Celena hubiera ido también a un internado había sido siempre motivo de roce entre ellos.
Por todo aquello, Celena no podía entender que hubiera tenido una reacción tan fuerte con respecto a aquel hombre, al que seguramente le horrorizaría saber los pensamientos que a ella le estaban pasando por la cabeza.
—Gracias —respondió ella.