La huerta de La Paloma. Eduardo Valencia Hernán

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La huerta de La Paloma - Eduardo Valencia Hernán

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solucionar lo más rápido posible…

      —¡África! Tenía que haberlo previsto. Tanto preocuparnos por Madrid y resulta que el levantamiento es al otro lado del estrecho… Necesito saber ya quiénes son los que están detrás de todo esto antes de que se nos vaya de las manos. ¡Venga! Todo el mundo en su sitio y a trabajar. ¡Usted! Llame a mi ayudante y póngame en contacto con el Ministerio de la Guerra, rápido.

      El presidente no las tiene todas consigo. Han estado meses planificando una situación como esta, pero… no es lo mismo. La realidad le desborda por momentos, no sabe qué hacer, en quién confiar, ni cómo solucionar una situación novedosa para él. Está solo y algo aturdido por la avalancha de noticias contradictorias que recibe. Sabe que no se trata de una proclamación como la de Primo de Rivera y que, si no se soluciona en las próximas 48-72 horas, la situación será irreversible. Reflexiona…

      —¡Joder! Lo que nos ha costado levantar esta República y, ahora, estamos a punto de enviarlo todo al traste. No puede ser, Tenemos que luchar y hacerlo bien. No podemos fracasar.

      —¡Señor, señor!

      —¡Eh! ¿Qué pasa?

      —Se ha dormido por un momento y estaba hablando solo.

      —Ojalá todo haya sido un sueño, pero me temo que la realidad es otra. Venga, pongámonos a trabajar…

      15. Al advenimiento de la República, el Ejército activo se componía de diez capitanías generales, ocho peninsulares y dos insulares, además de las fuerzas de ocupación del territorio de Marruecos. Cada una de ellas contaba con dos divisiones de infantería, o sea en total dieciséis, además de dos brigadas de infantería de montaña, con cabeceras en Madrid y Barcelona, una división de caballería, siete brigadas de esta arma y una brigada de ingenieros de ferrocarriles. Las capitanías insulares disponían de una brigada de infantería de dos regimientos y las tropas de ocupación de Marruecos comprendían el Tercio de extranjeros, seis medias brigadas de cazadores y los grupos de fuerzas regulares indígenas, además de tropas dependientes de la Dirección General de Marruecos y colonias compuestas por las mehal, las jalifianas, la Policía del Sáhara y la Guardia Colonial de Guinea. Las fuerzas de orden público se componían de la Guardia Civil y los cuerpos de carabineros y seguridad. En total, de 178 generales, 17.671 jefes y oficiales y 240.564 clases de primera y segunda categoría a principios de 1936, tras la drástica reducción, habían quedado 102 generales y 15.543 jefes y oficiales; de tal forma que, en general, los regimientos de infantería pasaron de 74 a 39 y de los de caballería se habían disuelto 18. Por tanto, el Ejército se había reducido a ocho divisiones orgánicas más las tropas de cuerpo de ejército. El Cuerpo de Tren, lo que podríamos definir hoy como intendencia, estaba integrado con personal procedente del cuerpo de suboficiales promovidos a alféreces después de un cursillo. A su cargo estaría la ejecución de los servicios de transportes, cuya dirección se encomendaba a jefes y oficiales de artillería e ingenieros, intendencia y tropas de sanidad. Resumiendo, podríamos decir que a principios de 1935 había en plantilla 96 generales, 11.668 jefes y oficiales, 9.373 suboficiales y 148.682 soldados de tropa. Las fuerzas de seguridad constaban de ocho generales, 2.642 jefes y oficiales, 3.785 suboficiales y 67.300 hombres. En total había 250.000 hombres, de los que 14.500 aproximadamente eran jefes y oficiales. Sin duda, los conatos de golpe de Estado tras el descontento general de la clase militar fueron adquiriendo carácter después de las algaradas de Castilblanco y Arnedo por los que el general Sanjurjo había sido sustituido de la dirección general de la Guardia Civil por el general Cabanellas. Sanjurjo, también llamado el León del Rif, fue uno de los generales que se habían considerado más agraviado por las circunstancias políticas provocadas por el Gobierno republicano, comenzando su actividad conspiratoria favorecida por la discusión de la ley de congregaciones religiosas o por el estatuto catalán y que acabaría con su propia muerte por accidente en las primeras horas del alzamiento nacional. Cabe destacar que uno de los conatos golpistas y revolucionarios que tuvo que sufrir la recién llegada República fueron los hechos acaecidos en octubre de 1934. Una rebelión de sello revolucionario con socialistas a la cabeza con centros en Asturias y Cataluña donde el propio Gobierno de la Generalidad se rebeló contra el Gobierno central. En Asturias la rebelión fue sofocada por el teniente coronel Yagüe al frente de tropas africanas bajo la dependencia del general López Ochoa y dirigido desde el Estado mayor por el general Franco, asesor personal del ministro Hidalgo. Tras la resolución de estos focos revolucionarios e independentistas, en Cataluña, después de la revuelta fueron condenados a muerte el teniente coronel de infantería Juan Ricart March, el comandante de artillería Enrique Pérez Farrás, el de infantería Ricardo Sala Ginestá y los capitanes de caballería, Enrique Escofet Alsina y Francisco López Gatell, del arma de artillería, quienes se pusieron de lado del presidente de la Generalidad, Lluís Companys, en un amago secesionista contra el Estado. No obstante, pasado un corto tiempo, todos fueron indultados, excepto el sargento Vázquez, el cabeza de turco, declarado culpable oficial máximo.

      16. Foto: presidente Azaña y el general Franco meses antes del golpe de Estado. Fuente: Hª y Vida, septiembre de 1972. Pag, 12.

      GOLPE DE ESTADO Y REVOLUCIÓN

      Melilla, protectorado de Marruecos, la tarde del viernes del ١٧ de julio de ١٩٣٦

      Todo son rumores hasta que, por fin, llegan noticias desde Marruecos y Canarias. En el protectorado, el Ejército regular se ha sublevado en su práctica totalidad. Los generales Romerales y Morato, fieles a la República, han fracasado en el intento de conservar el orden establecido y peligran sus propias vidas. Todo es confuso y comienza a subir la adrenalina en el Ministerio de la Guerra. El golpe comienza a tener forma.

      —¡Oiga, Madrid, Madrid! / ¡Al habla el sargento Rodríguez desde el centro de comunicaciones de Tetuán! / Confirmo, repito, confirmo que se han sublevado el Tercio y los Regulares. Toda la oficialidad está desaparecida y nos encontramos totalmente rodeados por las fuerzas sublevadas… Paso a la escucha.

      Las comunicaciones con África se van deteriorando conforme va avanzando la tarde, creando un estado de ansiedad ante la falta de información real y veraz. La sala del ministerio donde se encuentra el general Pozas, inspector general de la Guardia Civil, se encuentra en silencio absoluto intentando asimilar las noticias que van llegando. Por fin, el general toma la iniciativa y ordena despejar la habitación, quedando solo los más altos responsables. El sudor frío comienza a ser palpable en unos rostros perplejos y descompuestos ante la nueva situación.

      —Oiga, ¡Tetuán!, al habla el general Pozas. ¿Me oye bien?

      —Sí, mi general.

      —Escúcheme bien, sargento, por ningún motivo obedezca órdenes que no sean transmitidas por su capitán de servicio y por escrito. Ese es su deber.

      —Pero ¿y si me presionan por la fuerza, mi general? Creo que el oficial al mando está con ellos y hace un buen rato que no lo veo.

      —Usted cumpla con su obligación como lo haría cualquier soldado. Le deseo mucha suerte y sepa que estaremos en contacto permanente. No corte la línea de comunicación. Seguiremos en contacto.

      —...

      Tras un corto silencio, la respuesta de confirmación desde Tetuán se recibe entrecortada y difusa. El sargento sabe que está solo a mucha distancia de Madrid, que su vida y la de su familia corren peligro y que las próximas horas van a ser decisivas.

      Pozas ha salido extenuado de la habitación dirigiéndose a su despacho particular. Tiene intención de escribir una orden de estricto cumplimiento dirigida a todas las guarniciones de la Guardia

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