En las manos del alfarero. Samuel Cueva
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Foto 04: Carlos y Anita Olsson visitando «campos blancos» en la sierra de la provincia de Morropón, Perú, 1975
Foto 05: La familia Olsson, Ann-Caroline, Ingrid Verónica, Cecilia, Suecia, 1984
Capítulo 1
Construir puentes misioneros entre Suecia y Perú
Carlos Olsson
Aprender de la vida
Mis padres se llamaban Karl Ingemar Olsson y Ellen Astrid Ingeborg Olsson. Nací el 3 de marzo de 1943 en Hjälmseryd, en el condado de Blekinge en el sureste de Suecia. Teníamos una pequeña granja. Mi padre murió cuando yo tenía cuatro años y mi madre se quedó con tres niños: Margaretha de ocho años, Hans de siete y yo. Mi madre tuvo que vender la propiedad para sacar adelante a la familia. Compró una pequeña casa en el pueblo de Fågelmara, donde a la edad de siete años, comencé a estudiar. Completé mis estudios de secundaria en la ciudad de Karlskrona, a treinta kilómetros de allí.1
Junto con mis hermanos Hans y Margaretha, escuché el evangelio desde la infancia, gracias a nuestra madre Ellen, que diariamente nos leía la Biblia y nos llevaba a los cultos de la iglesia y la escuela dominical. Esta educación cristiana me hizo aceptar a Jesucristo como mi Salvador personal a los nueve años. Me bauticé por inmersión en la Iglesia Pentecostal, Filadelfiaförsamlingen en Jämjöslätt. Lleno de entusiasmo, comencé a ayudar con lecturas de la Biblia, testimonios y canciones en los cultos.
Después de mis estudios técnicos en Karlskrona, comencé a trabajar en la fábrica Volvo de Gotemburgo, la segunda ciudad más grande de Suecia. Solía visitar la Iglesia Pentecostal Smyrnakyrkan. Al año decidí asistir a la escuela bíblica que la iglesia organizaba cada otoño. Fue un cambio radical que Dios estaba obrando en mi vida. Fui aceptado gracias a la carta de recomendación del pastor Olof Nilsson, en Jämjöslätt, Blekinge. Al terminar estos estudios, me trasladé al departamento de Dalicarlia con Hans-Olof Linddahl, hijo de un pastor y juntos ayudamos al pastor Arne Widholm en su ministerio.
Después de dieciocho meses de trabajo en Sörsjön y Älvdals-Lövnäs, empecé a trabajar como ayudante de un pastor en Älvdalen, Eric Cullman, a setenta kilómetros al sur. Ahí experimenté nuevamente que Dios me estaba hablando acerca de la obra misionera. Necesitaba mayor preparación y decidí asistir a un curso de verano para futuros misioneros en la escuela bíblica de Kaggeholm. Me trasladé a Estocolmo alrededor del año 1967 con este fin y también para ver si lograba ingresar a la escuela de medicina.
En 1968 fui llamado al servicio militar en Sollefteå, una ciudad a ochocientos cincuenta kilómetros al norte de la capital sueca. Me otorgaron un buen número de medallas de honor, pero lo más importante fue que comencé una misión fructífera y próspera en la Iglesia Filadelfia de Sollefteå como líder de un grupo juvenil entre varias iglesias de nuestra denominación.
Entrenado para aprender de otras culturas
En abril de 1969, cuando estaba a punto de terminar mi servicio militar, fui invitado a trabajar como voluntario en Argentina durante uno a dos años para ayudar a misioneros a fundar un orfanatorio. Originalmente creía que Dios me había llamado a la obra misionera en un país africano, como el Zaire o Congo, pero lo consideré como una buena oportunidad para poner a prueba mi vocación y para aprender español.
Un recorte periodístico dice así: «El culto juvenil fue dirigido por el joven evangelista Göran Olsson… El culto misionero … tuvo un carácter internacional. El evangelista Göran Olsson representó a América del Sur, a donde viajará dentro de un par de meses».2
Eramos tres jóvenes que nos habiamos unido al proyecto y decidimos viajar juntos. Abordamos el tren a Italia a finales de octubre de 1969. Salimos del puerto de Génova donde Cristóbal Colón, el descubridor de América había nacido unos quinientos treinta años antes. Con nuestro hermoso barco Flavia, con más de mil pasajeros, llegamos a Buenos Aires en dieciocho días. El misionero, Sture Andersson nos recibió con gran entusiasmo y nos llevó en su camioneta. Después de viajar dos días a través de Rosario, Córdoba y Tucumán llegamos a «Salta la Linda», al pie de los Andes fascinantes, a mil ochocientos cinncuenta kilómetros de la capital argentina.3 La ciudad tiene seiscientos mil habitantes y está en el norte de la Argentina.
La obra fue muy variada. Entre otras cosas conduje la camioneta para adquirir víveres y materiales de construcción. También trabajé en la instalación de agua y directamente en la construcción de nuevos bloques de comedor, cocina y alojamiento, a la par de un constructor de Landsbro, Suecia y con dos peones matacos indígenas de Villa Montes, Bolivia. Ya que previamente había estudiado tres idiomas, me fue fácil aprender un cuarto idioma por mi cuenta. Empecé a enseñar español a mis compañeros de trabajo y, después de menos de tres meses, comencé a testificar, predicar y cantar en los cultos. Después de ocho meses en Salta, acompañé en un amigo sueco a Santiago de Chile, donde apoyamos a algunos misioneros suecos durante tres meses transformando el Teatro Matta en «Templo Matta».
Volví a Salta y continué trabajando hasta que logré alcanzar un total de quince meses. Recibí una invitación de otro misionero, Gunnar Axell, a quien ayudé en la isla de Apipé Grande, en el río Paraná, Provincia de Corrientes durante cuatro meses.
Yo quería conocer mejor el país y viajé con un amigo misionero a Mendoza, donde los misioneros Henriksson trabajaban con gran eficacia. Los apoyé en el trabajo de la construcción y en los cantos en sus cultos. Otro misionero, Nils-Erik Forsberg, me invitó a apoyar el trabajo en Río Cuarto por unos meses mientras su esposa y él regresaron a Suecia. Junto con Gunnar, hijo de Nils-Erik, experimentamos un «avivamiento». Tuvimos la oportunidad de bautizar a un buen número de personas. Nunca olvidaré el culto de Navidad, donde el poder del Espíritu Santo me otorgó su unción. Gunnar Forsberg comentó que prediqué un mensaje de gran bendición. Esta experiencia confirmó una vez más mi llamamiento como misionero.
En 1972 entendí que ya era el momento de regresar a Suecia porque empecé a extrañar a mi familia y a mi patria. También estaba aburrido de vivir solo y quería casarme. Antes de regresar a Suecia quería conocer unos países más de América Latina para aprender de su cultura, geografía y gente. Visité Chile y Paraguay. El misionero Nils-Erik Forsberg me dio una carta de recomendación y con esto en mi maleta viajé en bus y tren hacia Cochabamba, Bolivia. Continué mi viaje a través de La Paz hasta la ciudad de Cuzco, Perú.
El milagro de encontrar a mi futuro suegro
Los misioneros suecos Bengt y Kerstin Lundkvist, Per y Brita Anderås, me habían invitado a colaborar con ellos en la ciudad de Huancayo, Perú. Llegando al país, aproveché la oportunidad de visitar el lago Titicaca y las famosas ruinas de Machu Picchu. Un domingo por la tarde, me acerqué a la recepción de mi hotel, Ambassador, para conseguir la dirección de una Iglesia Evangélica en Cuzco. Me dieron la información sobre una Iglesia Bautista y en la noche asistí a un culto en esa iglesia acompañado por el recepcionista. Allí el hombre de negocios y misionero laico Juan Cueva compartía sobre el trabajo misionero de amen (Asociación Misionera Evangélica a las Naciones), de la que era fundador y presidente. Hablé con él después del culto y me enteré que era amigo de los Anderås y Lundquist, a quienes yo había planeado visitar. Don Juan