Las calles. Varios autores
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La vigilancia implica, al mismo tiempo, un trabajo constante de estereotipia y estigmatización que busca identificar lo que se considera peligroso y amenazante decodificando los signos exteriores que portan los individuos, y que en cuanto indeseable diferencia sirve de fundamento para desacreditarlo (Goffman, 2012).
En consecuencia, en función de la lógica de división, el régimen de propiedad que se instaura y sus efectos erosivos para la concepción de lo común que hemos descrito en el apartado anterior, transitar por los espacios, especialmente ajenos, sobre todo para aquellos menos favorecidos socioeconómicamente, quienes normalmente están obligados a hacerlo, implica una experiencia en la que el anonimato resulta particularmente difícil de sostener. Como lo evidencian nuestras observaciones, las marcas de pertenencia social, al contrario de lo supuesto por el derecho al anonimato, en vez de ser irrelevantes resultan centrales e incluso exhibidas ostentosamente. Aparecen ya sea como garantía de una extranjeridad domesticada (los uniformes de secretarias, técnicos o empleadas domésticas que circulan por las calles de la zona oriente; o los hábitos religiosos que permiten circular por zonas consideradas de alto riesgo en la zona sur); ya sea como símbolo de pertenencia al territorio; o sometidas a estrategias de disimulación (el uso del buzo que es evitado cuando se cruza la ciudad hacia zonas de mayores recursos, pero que se vuelve a vestir rápidamente una vez de vuelta al barrio).
Si la estereotipia y los procesos de estigmatización hoy en la calle no son exclusividad de Santiago (Jounin, 2014), ellos aparecen de manera aguda aquí en la medida en que no son sólo UN destino posible y negativo para la relación entre coocupantes del espacio de la calle, sobre el telón de fondo consuetudinario del respeto al derecho al anonimato. Ellos aparecen como la fórmula básica para ordenar la relación entre los individuos en las calles en una sociedad en la que en función de lógicas jerarquizantes y verticalistas, la consideración que se da al otro depende de la definición que se haga de éste como un afín o como un no afín (Araujo, 2009a). La paradoja reside, así, en que sólo se puede aspirar a los privilegios del anónimo (no ser considerado sospechoso, no ser hurgado en sus marcas sociales y personales, etc.) una vez presentadas las pruebas de pertenencia grupal y territorial.
Es la homogeneidad y la familiaridad, de otro lado, lo que permite una experiencia placentera de la calle, como lo confirman los múltiples testimonios en los sectores menos beneficiados, especialmente aquellos llamados de «pobreza guetizada» (Salcedo, 2011: 283). En estos casos, sin sorpresa, el mercado callejero de la zona, la «feria», aparece como el de mayor disfrute en la experiencia urbana, gracias a la experiencia de familiaridad y de protección que posibilita. Por cierto se trata de una sociabilidad esporádica que recrea ritualmente códigos que no se improvisan y que una vez desarmada deja lugar a la apropiación del territorio por bandas o grupos. Pero lo esencial es que esta experiencia de disfrute se sostiene también en la homogeneidad y el conocimiento mutuo. Allí todos los sospechosos habituales dejan de ser sospechosos, porque, según nuestro material, comparten grados similares de vulnerabilidad, vestimentas o formas de hablar. «El que vaya con una pinta semiformal ya es como raro, o sea, se cacha que no eres de ahí», sostiene uno de los observadores informantes.
El anonimato, clave del espíritu igualitario en la experiencia urbana, es, pues, una experiencia rara en la calle santiaguina. Sus privilegios se dan solamente en el contexto restringido de los «como uno».
A modo de conclusión
Como se ha visto, las calles de Santiago, en virtud de su capacidad expresiva respecto a lo que ordena a la sociedad hoy y en cuanto proveedoras de experiencias para los individuos a partir de las cuales producen su saber sobre lo social, cuestionan dos aspectos normativos constitutivos de ellas. Primero, que la calle está supuesta a ofrecer un campo de experiencias del régimen de lo común en la sociedad. Segundo, que la calle sea la proveedora primera y principal de la experiencia, fundamental e indispensable, para sociedades que se pretenden igualitarias, del anonimato.
La calle de Santiago provee, según nuestros resultados, de una experiencia cotidiana que surte constantemente de imágenes vívidas de la brecha divisoria que afecta la ciudad y que la corta en dos, en una geografía representacional, evidentemente simplificada, entre la ciudad de los que tienen y la ciudad de los que no. Esta representación empuja a activas prácticas segregacionistas y auto-segregacionistas, desdibujando la experiencia de lo común al mismo tiempo que fortaleciendo una relación con la calle gobernada por lo que hemos denominado como un régimen imaginado de propiedad sobre ella. El Otro Santiago es una evidencia cristalizada para los habitantes de la ciudad, y a partir de esta consideración se organizan los desplazamientos en la ciudad. Los espacios de mixtura, en donde la experiencia de cruzar los umbrales (Stavrides, 2016) sea posible, son un bien escaso en la ciudad.
Al mismo tiempo, como efecto de la distancia social y la relación de propiedad con el espacio antes descrita, la experiencia del anonimato aparece erosionada. El control, la sospecha y la desacreditación son el eje de la relación con el desconocido que hace gala de su alteridad. La territorialización de la ciudad, sostenida por regímenes de apropiación simbólica e informales, ha derivado en la dificultad de encarnar al anónimo en una ciudad que, sin embargo, se moderniza y en la que sus individuos están cada vez más imbuidos de la expectativa de recibir un tratamiento igualitario y horizontal, prescindiendo de sus características o pertenencias sociales. El anónimo, símbolo principal de la calle como un espacio igualitario y común definido por la neutralización de jerarquías naturalizadas y sus privilegios, muestra su fracaso. Como lo reveló cada miembro del equipo que realizó las etnografías sobre las que nos hemos basado, en las calles de Santiago es indispensable dar pruebas de que eres uno o una de los que componen el «nosotros» o, en su defecto, que eres inofensivo; en ellas es necesario mostrarte a cada momento cumpliendo una tarea, un rol y un personaje que quepa en las definiciones propias del espacio que transitas, especialmente si estás solo.
Dicho de otra manera, en las calles de Santiago lo común es un exotismo, la alteridad una amenaza y el flâneur, por sobre cualquier cosa, un sospechoso.
5 Profesora e investigadora del Instituto de Estudios Avanzados (IDEA) de la Universidad de Santiago de Chile. Directora del Centro Núcleo Milenio Autoridad y Asimetrías de Poder.
6 El primer estudio es sobre la calle, cuya metodología ha sido presentada en la introducción. El segundo es un proyecto de investigación dirigido a estudiar cómo los individuos perciben y encaran los desafíos estructurales que se les presentan, así como los recursos, estrategias y soportes que movilizan. La investigación supuso la aplicación de entrevistas en profundidad a 48 hombres y mujeres de entre 30 y 55 años de los sectores medios y populares de las tres zonas urbanas más pobladas de Chile: Santiago en la Región Metropolitana, Concepción en la VIII Región, y Valparaíso y Viña del Mar en la V Región. De los diferentes ámbitos que se indagaron, se han hecho uso aquí sólo de aquellos relacionados con sus percepciones y juicios sobre su experiencia urbana y de los casos correspondientes a Santiago (Proyecto FONDECYT 1140055).
7 Cfr. Heinrichs, Nuissl y Rodríguez, 2009; Dammert, 2004; De Mattos, 2004; Rodríguez y Winchester, 2004; Sabatini, Cáceres y Cerda, 2001, entre otros.
8 Ver: Araujo y Martuccelli, 2012, especialmente tomo I, capítulo 1.
9 Ver: Araujo y Beyer, 2013; Bengoa, 2006; Larraín, 2001; Salazar y Pinto, 1999.
10 Cf. Guzmán, Barozet y Méndez, 2017; Mayol, Azócar y Azócar, 2013; Araujo