Nosotros no estamos acá. Jorge Rojas
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Dos semanas después, la esposa de Miguel viajó a Venezuela a buscar a la niña y los tres se quedaron a vivir en California. Un año más tarde venció la visa de Miguel. Hoy están tramitando su regularización y trabaja repartiendo pedidos en su auto.
Fernando vio en las “asesorías” del SAIME la posibilidad de juntar dinero para salir de Venezuela y publicó un aviso en redes sociales ofreciendo sus servicios como intermediario. Hacía solicitudes para venezolanos que estaban en el extranjero o para quienes no tenían el tiempo de ponerse en la fila. Como el SAIME se había convertido en un servicio estresado, por no decir colapsado, Fernando descubrió que la página web en la que se ingresaban los datos estaba mucho más expedita en la madrugada y eso le daba ventaja para atraer clientes. Ganaba cerca de 10 dólares por trámite y lo que más juntó en un mes fueron 300 dólares. Nada de lo que hacía, sin embargo, era corrupción.
“Asesorar”, como le dice él a este oficio, era entonces una oportunidad laboral que parecía haber crecido junto con la diáspora. Es decir, un servicio honesto que fue masificándose a la par de la demanda de los migrantes: a mayor número de venezolanos en el extranjero o queriendo huir, mayor número de trámites por encargo. Pero lo cierto era que detrás de la prosperidad de este negocio no estaban los ingeniosos como Fernando, que había descubierto el horario con menos usuarios, sino los mismos funcionarios del SAIME, que adrede demoraban los trámites oficiales para así crear un mercado exprés, o VIP, en el cual ganaban miles de dólares en coimas por apurar los procesos. Dicho de otro modo: para saltarse la fila de espera. Fernando dice que nunca llegó a pagar por esos trámites.
Los segundos en dejar Venezuela fueron su papá, su mamá, su hermana y sus otros dos hermanos, uno mayor que él y otro menor, que cruzaron a Colombia y se instalaron a vivir en el Valle del Cauca. Dos meses después, Fernando salió rumbo a Chile. Él vivió su propia experiencia clandestina junto a Generoso, el mismo que hace algunos días ayudó a cruzar a Alexánder: el 9 de abril de 2019, Fernando atravesó a Colombia por el río Táchira. No por el puente Simón Bolívar, como lo hizo Alexánder hace unas semanas, sino por el mismo caudal.
“Era así como un desafío, porque todo el mundo trataba de no caerse. Generoso iba cargado de maletas de personas que no podían llevarlas. El camino no es tan largo. Son como veinte minutos. En la primera parte hay que subir piedras y esquivar el barro. Donde había charcos más profundos, ponían tablas y sacos de arena, para que uno brincara sin mojarse. Recuerdo que llevaba puestos unos zapatos blancos que me quedaron marrones”.
Fernando tenía una visa de responsabilidad democrática entregada por el gobierno de Chile, y aunque eso acreditaba que su paso por Colombia sería solo transitorio, la frontera estaba cerrada para todos los venezolanos menos para las embarazadas y los ancianos.
“Después atravesamos el río. Había varios cruces. Lo imaginaba más complicado, porque la corriente a veces crece y se lleva a las personas, pero estaba suavecita. Había muchos colombianos que viven de la trocha, que pedían colaboración. La gente dice que hay que darles plata, porque si no te secuestran. Todos tenían aspecto de malandros, así, sin franela [polera]. Tomé una foto y cuando llegamos a Cúcuta se la mostré a Generoso. Me dijo que menos mal que no me habían visto, porque hasta me podrían haber cortado la mano”.
Fernando cargaba solo una mochila. Adentro, además de su ropa, el pasaporte y los documentos del viaje, traía un recuerdo por cada persona que no quería olvidar: un corazón de conchitas que Alexánder le había enmarcado, la colección de estampitas de su hermano, una foto de su sobrina y una de su mamá. También traía una lonchera térmica con colaciones para el viaje: arepas, albóndigas y pollo frito.
“En Cúcuta es una locura: gente por aquí y por allá, corriendo. Me estresé tanto que me quería devolver a Venezuela. Mi hermano me había mandado de Estados Unidos el dinero para pagar el pasaje y en todos los Western Union había filas. Yo preguntaba desde cuándo estaban ahí y algunos me decían que llevaban dos noches esperando que los atendieran. De pronto vi que unos colombianos gritaban: ‘¡Western VIP! ¡Western VIP!’. Me acerqué a preguntar y ellos cobraban por pasarte primero, pero te quitaban una parte. Al final, tuve que hacerlo, porque mi autobús salía en la noche”.
En Cúcuta, Fernando se juntó con Norma,29 de 75 años, la mamá de la esposa de su tío. Ella, como es adulta mayor, pudo pasar por el puente del río Táchira, mientras Fernando lo cruzaba por abajo. Fernando pensaba venirse solo a Chile, pero su tío, que lo iba a recibir acá, le pidió que acompañara a su suegra. Esa noche ambos abordaron el bus y el 15 de abril llegaron a Santiago. Se instalaron en el piso 16 de un edificio en Independencia. Fernando se demoró dos días en encontrar empleo.
“Estudié gastronomía. Tengo rut temporario, una cuenta en el BancoEstado y residencia por un año. Quiero solicitar mi visa definitiva. Para eso necesito acumular ocho meses de imposiciones y recién llevo tres”.
Fernando vive los beneficios del inmigrante “legal”, la vida opuesta a la de Alexánder, la aspiración por la que todas las mañanas este se rearma en Tacna, luego de chocar una y otra vez contra la frontera, que ya no es solo un muro de papel, el desierto y la policía. También hay mafias.
“Ya necesito que esté aquí. Ha bajado de peso y tuvo que dar la ropa que tenía como parte de pago en el hospedaje. Hoy, con el favor de Dios, todo saldrá bien”.
23 de julio, conversación por WhatsApp
(04:20)
Alexánder: Misión fallida.
Fernando: ¿En serio?
Alexánder: Sí, un policía me dijo que ya me conocía, que tuviera cuidado si me pillaba otra vez. Estuvimos a un minuto de que llegara el taxi y nos agarraron.
Fernando: No jodas, qué ladilla, marico.
Alexánder: Mañana vamos a intentarlo por la puerta grande.
Fernando: ¿Cuál es la puerta grande?
Alexánder: Por el frente, pero en taxi.
Fernando: Alexánder, pero ya es demasiado.
Alexánder: Todos los días voy a intentarlo, porque quiero estar contigo.
Fernando: Ya vas por la octava vez.30 Lo que tienes que ver es qué están haciendo mal. Alexánder: Tú ves todo fácil, todo es cuestión de suerte, más nada. Pero bueno, allá tú, que yo soy el que estoy pasando roncha aquí. Fernando: Y tu suerte, ¿dónde la dejaste? ¿En Cúcuta? Alexánder: ¿Y tú? En vez de ponerte relajado te pones gafo [tonto]. Fernando: Es jodiendo, Alexánder. Alexánder: Sí, claro, ahora es jodiendo. Estamos hablando. La próxima vez que te escriba será cuando llegue a Arica. Fernando: Dale, pues, si eres gallo, muchacho. Si no me interesara no me quedaría hasta esta hora despierto esperando que escribas. Y sí, no me digas nada más. Ya vas a ver que lo lograrás, porque según tú, yo soy el que te tiene frenao.
(11:40)
Fernando: Buenos días, disculpa lo de anoche. Es que también estoy preocupado con esta vaina.
Alexánder: Tranquilo, tonto, está bien. Tú ni te imaginas cómo me siento, pero igual tengo muchas fuerzas para seguir adelante.
Fernando: Disculpa.
(21:09)
Fernando: Pasen hoy, chamo.
Alexánder: Vamos a esperar a ver. Hay que cuadrar bien todo.
Fernando: