Nosotros no estamos acá. Jorge Rojas
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En los años siguientes el número de migrantes comenzó a aumentar, hasta que en mayo de 2019 se produjo el máximo para un mes específico, con 39.150 ingresos. En junio, cuando se empezó a pedir la visa, el flujo se cortó en seco. Por entonces había 455.000 venezolanos viviendo en Chile, aproximadamente un 9% de todos los que han salido de su país desde que comenzó la diáspora, que ya representa la segunda crisis humanitaria más numerosa del mundo después de Siria.10
Los muros son de papel. Solo un documento impide que los venezolanos puedan llegar y cruzar la frontera. Un papel. Bueno, es eso, el desierto y la policía. El nudo del atochamiento está en el requisito del pasaporte, porque Chile solo reconoce ese documento si es que está al día o fue emitido a partir de 2013. Si no lo tienen o si está prorrogado, como ocurre con los de 2012 hacia atrás, no hay forma de que puedan obtener la visa de turista, ni la de responsabilidad democrática.
Conseguir un pasaporte vigente en Venezuela es casi imposible: hay que invertir mucho tiempo y dinero, dos cuestiones que escasean cuando hay que partir con urgencia. Como muchos no lo tienen, se quedan en Tacna esperando por si la presión logra cambiar las reglas.
—Tarda mucho tiempo: primero te registras, luego debes agregar una tarjeta de crédito, pedir la cita, ir a poner la huella, la firma, después te llaman para la foto y recién ahí lo imprimen. A veces, cuando llegabas al final del proceso, te decían que no tenían papel. Todo esto podía tardar hasta dos años, pero si pagabas un extra era menos tiempo.
Alexánder dice que el trámite exprés, conseguido mediante corrupción, costaba 2.500 dólares, una cifra impagable en un país donde a mediados de 2019 el sueldo mínimo es de 2 dólares al mes. Allí está el origen de esa irregularidad estructural que ha perseguido a los migrantes venezolanos en la salida, en el trayecto y en el país de llegada. Es lo que le sucedió a su papá cuando se fue a Ecuador y es lo que le pasará a él, si no logra obtener la visa por reunificación familiar: vivir como un indocumentado.
Muestra una foto de la familia que ha dejado atrás: su madre, su padre, su hermano y Calvin, un pastor alemán al que abrazó con fuerza antes de salir para el terminal de los Valles del Tuy.
—Lo extraño mucho —dice, sin despegar la mirada del plato—. ¿Me puedo llevar la comida?
La madrugada del 7 de julio, durante las diez horas que duró el viaje hasta San Cristóbal, la última ciudad grande del lado venezolano antes de cruzar a Cúcuta, en Colombia, Alexánder le escribió un mensaje de WhatsApp a Fernando contándole lo terrible que había sido esa despedida: “Estoy triste. Siento que hoy fue mi velorio: mis primas, mis tíos, mis tías, mi abuela, todas llorando a moco suelto. Cuando me monté en el carro dije que se me había quedado algo y fui a abrazar a mi perro. O sea, más drama”.
Se tomó una foto para recordar ese momento, un retrato a contraluz donde se distingue su cara apoyada en el hocico del animal. “Tranquilo, desde aquí vas a poder ayudarlos más. Lo importante es que te sientas bien y seguro de lo que estamos haciendo. Lo mejor está por venir. Tenemos que estar claros que hay que guerrear y salir adelante, porque por mensaje todo es bello”, le respondió Fernando.
Siete días más tarde, Alexánder está en Tacna, con una papa frita en el tenedor, pidiéndoles a los garzones del restaurante que por favor le envuelvan lo que dejó. Podría habérselo comido todo, pero prefirió guardar para más tarde. Dosificar la comida y el dinero ha sido esencial en el viaje. No recuerda en qué se gastó los 3.000 bolívares con los que salió de su casa, pero sí que se esfumaron antes de cruzar a Colombia. Ha sido Fernando quien le ha enviado dinero para pagar los pasajes y comer. Ahora mismo le quedan 10 dólares en el bolsillo, que le sobraron de lo que le mandó cuando arribó a Lima.
En los Valles del Tuy toda su familia piensa que ya llegó a Santiago. Creen que se vino en avión, pero no, aquí está, sin pasaporte, en medio de este colador en el que se ha transformado Tacna. Desde mañana intentará tramitar una visa apelando a la reunificación familiar. Si no le resulta, probará suerte por el desierto.
Esta noche, dormirá en el terminal de buses de la ciudad.
15 de julio, conversación por WhatsApp11
(07:30) Fernando: ¿Cómo pasaste la noche? Alexánder: No he podido dormir. Fernando: ¿Mucho frío? Alexánder: Aquí no se puede dormir. Fernando: ¿Estás pasando hambre? Alexánder: No, guardé comida y me la comí en la cena. Fernando: ¿Qué has visto de los coyotes que pasan gente? Alexánder: No han llegado. Fernando: ¿Tú vas a pasar hoy?
(16:45) Alexánder: Estoy preocupado, creo que voy a pasar solo. Fernando: Yo también estoy preocupado, ¿por qué crees que ando así? ¡Ni duermo! Dime, ¿qué vas a hacer? Alexánder: Seguir, ya estoy aquí. Fernando: ¿Seguir para dónde? ¿Te vienes así? Alexánder: Sí, claro. Fernando: Coño Alexánder, qué nervios. Y si te devuelven, ¿qué vamos a hacer? Alexánder: No creo. Tengo los papeles que tú me distes. Ya estando en Chile, si me paran con eso, se los enseño y me pongo a llorar. Fernando: Me siento súper presionado, ya no sé qué hacer. Alexánder: Quédate tranquilo que yo me las arreglo. Fernando: Estoy viendo si cuadro algo, pero me dan respuesta como a las 20:00, imagínate. Tú crees que yo ando jugando, pero no, marico. Yo cargo un dolor de cabeza, chamo. Toda esta mierda está al revés. Alexánder: Tranquilo, vamos a relajarnos. Fernando: Ajá, dime, ¿qué harás entonces? Alexánder: No sé, porque hay que tener la plata primero. Fernando: Ah, bueno, pero no me estabas diciendo que ibas a pasar solo, por tu cuenta. Cuadra bien y me avisas.
(21:01) Fernando: Ya, te pasé 30 soles, no es nada, pero qué voy a hacer. Tuve que agarrar la copería [labores de aseo] en el cierre, por 5 lucas. Alexánder: Está bien, gracias, pero no debiste haber hecho eso. ¡Qué chimbo! Fernando: Sí, pero qué más: ahí para que paguen una noche. Alexánder: En el refugio nos dieron sábanas, quédate tranquilo. Fernando: No creo que alcance a ver hoy lo de los 100 dólares, pero igual me sigo moviendo por ti.
(23:06) Fernando: Me pasaron este número. Es de un coyote. Me están diciendo que también puedes solicitar un salvoconducto. Alexánder: ¿Dónde es eso? Fernando: Olvídalo, me acaban de decir que ya no puedes. Alexánder: ¿Por qué? Fernando: Por no sellar en Perú. Alexánder: Yo estoy jodido en todos lados. Fernando: ¿Qué vamos a hacer? Alexánder: Por la trocha [paso fronterizo no habilitado] entonces. Fernando: Vente como sea. Si migración no te agarra en el camino, aquí buscamos apoyo por todos lados para que no te saquen. Y si te dicen que no te puedes quedar, bueno, nos tendremos que ir.
16 de julio
Hoy me desperté con un mensaje de WhatsApp de Fernando: “Qué pena tener que escribirle para esto. Yo sé que no debo. A Alexánder le están ofreciendo cruzar por Bolivia, que es más seguro. El viaje sale 180 dólares, pero de verdad no tengo cómo enviárselos ahora y la persona que me los iba a prestar no va a poder. Yo me comprometo a pagárselos el mes que viene con seguridad. Le seré sincero, para finales de este mes no podré, ya que he pedido adelantos en el trabajo y tengo hartos gastos, pero para el próximo mes le doy seguridad”.
Alexánder lleva puesta la misma ropa que hace dos días, cuando nos conocimos. Es primera vez que se acerca al consulado. Las calles que rodean esta vieja casona de 1865, y que fue ocupada por el gobierno chileno desde 1904, se han convertido en un laberinto de carpas. Un censo que los propios venezolanos realizaron hace un par de días arrojó que hay 161, todas al frente de una villa de militares peruanos.
Se ha formado una pequeña comunidad. Hay gente vendiendo café, sándwiches, pasteles, almuerzos, ropa, y hasta