Nosotros no estamos acá. Jorge Rojas

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Nosotros no estamos acá - Jorge Rojas

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haber pensado en Chile como destino después de que el presidente Sebastián Piñera fuera a Cúcuta a dejar ocho toneladas de ayuda humanitaria, en una puesta en escena inédita en la política exterior chilena. Durante un concierto llamado “Venezuela Aid Live”,12organizado por el multimillonario británico Richard Branson, Piñera le dio su apoyo al líder opositor Juan Guaidó, “presidente encargado” de Venezuela desde el 23 de enero de 2019, con quien llegó a la primera fila del concierto, acompañado de los presidentes de Colombia, Iván Duque, y de Paraguay, Mario Abdo, mientras en el escenario Alejandro Sanz interpretaba “Back in the city”. En una de las fotos que hay de esa tarde, los cuatro hombres aparecen haciendo un montoncito con las manos, saludándose con fraternidad: “Vinimos a manifestar nuestro total compromiso y apoyo a la causa de la libertad, la democracia y el respeto a los derechos humanos en Venezuela”, había dicho Piñera esa mañana, en un punto de prensa en el Aeropuerto Internacional Camilo Daza, de Cúcuta. En una entrevista previa, de marzo de 2018, fue más explícito en su ofrecimiento: “Vamos a seguir recibiendo venezolanos en Chile, porque tenemos un deber de solidaridad”.13 Ahora, en Tacna, hay una sensación de estafa.

      —Se suponía que Piñera era un aliado y ahora nos pone una visa —reclama una venezolana en la puerta del consulado.

      En todo el mundo los migrantes son ocupados como carne de cañón de batallas políticas locales, que casi nunca terminan bien para ellos. Hace cinco días anduvo por aquí el senador Felipe Kast,14junto con un equipo que pasó haciendo un censo por las carpas, agrupando a las personas según sus propias urgencias. Los niños y las embarazadas primero, dicen que prometió. Se llevó una lista para hacer gestiones y levantó falsas expectativas: “Son familias que realmente lo único que quieren es surgir, que han tenido el dolor de una dictadura como la de Venezuela, que además es una crisis humanitaria muy grande. Si hay algo que vale la pena es poder tenderles la mano a aquellos que no vienen a Chile porque sus países estén bien, vienen a Chile porque no tienen a dónde ir”, dijo en un video que publicó en su cuenta de Facebook.

      Más concreta y asistencial ha sido la ayuda de Orlando Soto, enviado del senador Alejandro Navarro, quien ha declarado públicamente ser seguidor del chavismo. Ahora mismo anda dando vueltas por las carpas, dejando encargos. La gente lo reconoce y acude a él por distintos problemas. Se ha preocupado, por ejemplo, de visibilizar el conflicto en los medios de comunicación, dando entrevistas a la prensa de Tacna,15 y le está pagando la habitación a una venezolana que hace pocos días sufrió un aborto de un embarazo de tres meses, afuera del consulado, producto de las largas esperas, como ha dicho ella, pero ni así ha conseguido que la dejen cruzar a Chile.16 Eso ha sido lo más grave que ha ocurrido hasta ahora.

      La situación en el campamento es crítica. Además de las carpas, la Agencia de la ONU para los Refugiados (Acnur) ha montado albergues y ha establecido un sistema de vales de comida para los más necesitados, una ayuda que pareciera ser imposible de focalizar porque todos allí arrastran precariedades que bordean la miseria. Muchos están sin dinero hace semanas, casi en estado de vagancia, y si bien algunos como Alexánder llegaron a Tacna en bus, otros lo han hecho caminando desde Venezuela. Convertidos en trashumantes. Así de literal.

      Alexánder observa el paisaje sin decir nada. Le presento a Jessica Vivas, una venezolana que lleva dos semanas organizando una fila para que se respeten los turnos de llegada. “La guardiana del consulado”, le dicen. Ella le explica que los únicos que están ingresando son los que tienen pasaporte vigente, la solicitud de visa hecha por internet y el certificado de antecedentes limpio. Le cuenta, además, que hay una lista de al menos 600 personas anotadas, cada una con una pulsera que ellos mismos mandaron a hacer, para darle un orden a lo que hasta fines de junio era una masa de humanos abrazados día y noche, como un ferrocarril, para que ningún recién llegado se colara en la fila.

      Desde entonces, se elige a alrededor de 50 personas al día para ingresar al consulado a exponer su situación, priorizando a las embarazadas y a los adultos mayores. Jessica le dice a Alexánder que hay una joven censando a los que tienen cédula vigente, que sería su caso, y que está disponible un tercer registro para aquellos que salieron de Venezuela con los documentos vencidos. Nadie allí les ha dado esperanzas a estos dos grupos, pero de forma autónoma se han comenzado a organizar. Al menos, creen, la trazabilidad servirá para graficar la magnitud de la crisis humanitaria que está en ciernes.

      Alexánder no está anotado en ningún registro. Dice que esta mañana entró al consulado enredado en un lote de una familia que conoció, como si fuese un pariente más, y que un funcionario chileno le confirmó lo que temía: que no podía tramitar la visa sin su pasaporte. Jessica lo mira con las cejas fruncidas. No cree que Alexánder haya entrado. La verdad es que yo tampoco. Hay venezolanos allí que llevan casi dos meses esperando hacer lo que él supuestamente concretó en un día. No digo que en todo este tiempo nadie se haya pasado de listo, pero sí que, al estar rodeado de personas cansadas de esperar, es una misión suicida. Puedo asegurar, más bien, que al ver el panorama Alexánder se ha ido convenciendo de que no vale la pena postular a la visa y se ha decidido a cruzar por un paso no habilitado.

      En las dos horas que lleva parado frente a la reja ha visto cómo algunos venezolanos, con pulseras y pasaporte vigente, han salido llorando porque les faltan papeles, entre ellos, por ejemplo, el certificado de antecedentes peruano, necesario para acreditar que mientras han estando en tránsito no han cometido ningún delito. Esa es otra piedra en el camino para él. Tal vez, la lápida para su ingreso regular. Hace tres días cruzó a Perú por un paso no habilitado, de manera que ni siquiera existe un registro oficial de que él, en este momento, está en Tacna.

      Le cuento que esta mañana Fernando me ha mandado un mensaje y me responde que ya sabe que me ha pedido 180 dólares (122.000 pesos). Me explica que él está financiando el viaje y que ya se ha gastado 100.000 pesos que tenía ahorrados por su trabajo en Chile y 50.000 pesos más que le pidió a un amigo. Con eso pagaron el pasaje en bus desde Cúcuta a Lima, incluidas las comidas, en una agencia llamada Trayectos Andinos.

      La compañía tiene un perfil en Facebook. Las últimas fotos que publicaron son de hace un mes y medio. Allí publicitaban sus viajes a Colombia, Ecuador, Perú, Chile y Argentina. El servicio incluye un kit de aseo, un refrigerio, un almuerzo en el trayecto y una ducha en una de las paradas. En una de las imágenes se ven dos bandejas con comida, en un bus que tiene hasta pantallas individuales en cada asiento para ver películas o escuchar música. Lo más parecido a un avión, pero en la tierra. También hay un listado de precios: Colombia, 30 dólares; Ecuador, 120; Perú, 250; Chile, 370, y Argentina, 540. La tarifa contempla todos los gastos que se realizan para trasladar a un venezolano a otro país, algo así como el “valor CIF” de la migración, aunque acá no necesariamente hay seguridad de que se cumplirá con lo pactado. Para algunos, como Trayectos Andinos, el éxodo de venezolanos se ha convertido en una oportunidad económica. En Cúcuta, agencias como estas son negocios millonarios, a veces al borde de la legalidad y la estafa.

      Alexánder describe cada uno de los tramos de su viaje hasta Tacna. Partió por el puente Simón Bolívar, sobre el río Táchira,17 uno de los pasos fronterizos más transitados entre Colombia y Venezuela, y símbolo de la emergencia humanitaria. El 7 de julio, allí, comenzó su viaje al sur de Latinoamérica, caminando en medio de un caudal humano. Se le vienen varias imágenes a la cabeza: el policía revisando su carnet migratorio, hombres con carretillas llevando mercadería, vendedores sin polera gritando sus productos, viajeros que van de salida cargando maletas enormes, barberos que ofrecen sus servicios por el equivalente a 5.000 pesos chilenos, mujeres que venden su pelo al mercado de las extensiones para financiar el bus y las agencias repletas de captadores ofreciendo programas de viaje que están lejos de cumplir con las comodidades que promocionan. Y también la humedad sofocante, el sudor en la frente, en el pecho y en la espalda, el bolso pegado a la piel, el polvo de Cúcuta entrando por los poros, el olor a tierra. Allí, entre cientos de venezolanos que van y vienen, aparece Generoso —sí, así se llama—, el “asesor” que finalmente lo terminará embarcando hacia Perú.

      Generoso

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