Nosotros no estamos acá. Jorge Rojas

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Nosotros no estamos acá - Jorge Rojas

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Eran como las cuatro de la mañana del 12 de julio.

      Le mandó a Fernando una foto de ese momento: él arriba del bus, sudado y con la ropa sucia. A la mañana siguiente le relató con detalle todo lo que había pasado y Fernando le hizo un comentario que, lejos de tranquilizarlo, lo inquietó aún más: “Imagínate cómo será el cruce para acá”.

      Durante ese día planearon el viaje desde Lima a Tacna y conversaron de aquellos sueños triviales que esperaban cumplir en Chile. Tal vez para sentir que aún había futuro, luego de que todo había estado al borde de fracasar.

      Alexánder: ¿Sabes que Manuelerod19 va a estar en Chile en septiembre? Te voy a regalar la entrada para ir a verlo. Fernando: ¿Sabes quién estuvo por aquí el otro día y la gente estaba como loca? Alexánder: ¿Quién? Fernando: Rihanna20 Alexánder: ¡Que eres mentiroso! Fernando: En serio. Alexánder: Yo veo a Rihanna, María, y ¡ahhhhhhh! Fernando: Sí, yo imaginé eso cuando escuché a la gente hablando de ella. Alexánder: ¿Cuándo fue? Fernando: Hace como 10 días. Alexánder: ¡Verga! De pana, ahí yo me muero… “Ooh nana, what’s my name? Ooh nana, what’s my name?”. Escucho eso y quedo muertico en el acto. Fernando: Aquí vas a ver muchas cosas, tonto. Ya vas a ver que echarás para adelante. Alexánder: Los dos.

      Alexánder llegó a Lima a las once de la noche del 12 de julio. Durmió en el terminal y al día siguiente Fernando le envió 70 dólares, que se había conseguido como adelanto en su trabajo, para el pasaje a Tacna: “Debo el hígado”, le puso en un mensaje. Alexánder gastó 45 dólares en el boleto y el resto en comida. Partió al mediodía del 13 de julio. Ese fue el último bus que tomó. Muy distinto, recuerda, de todos los otros. Tanto así que le sacó una foto al baño y se la mandó a Fernando: “Nunca voy a superar este bus. Me acaban de traer un refresco y un agua. Hace rato fui a orinar y era tan bonito que hasta hice del dos”, le escribió.

      Esa fue la primera noche, desde el 7 de julio, en que Alexánder durmió de corrido hasta las ocho de la mañana. Habría seguido de largo si es que la policía peruana no hubiese bajado a todos los pasajeros en Moquegua, a dos horas de Tacna, para revisar los bolsos.

      —Estaba asustado, me pidieron los papeles y no los tenía. Les dije que iba a Chile y me dejaron pasar. Me advirtieron que si me veían en Tacna me iban a tomar detenido, pero acá estoy —dice, parado frente al consulado, que está rodeado de policías que intentan poner orden en las filas. Vuelvo al tema de los 180 dólares.

      —Solo te puedo pasar 100 —le digo.

      Esa noche, Alexánder se pondrá de acuerdo con el coyote para cruzar al día siguiente.

       17 de julio, conversación por WhatsApp

      (18:04) Alexánder: Niño, ya voy saliendo. Tenemos que llegar y esperar a que se haga de noche para irnos. Voy con varias personas, así nos apoyamos. No escribas nada de esto a nadie. Tampoco a mi mamá. Tú eres muy nervioso. Espera a que yo te escriba. Fernando: Cuídate, por favor. Me avisas apenas puedas.

      (22:24) Fernando: Apenas puedas me escribes. Si estoy dormido, me mandas varios mensajes para despertarme. No le pares a la hora. Me escribes, me repicas, lo que sea. Todo va a estar bien.

      (23:27) Fernando: ¿Ya estás cruzando? ¿Estás cerca de Arica? Alexánder: … Fernando: Niño, responde, por fa. Alexánder: Te llamo cuando llegue, reza por mí. Fernando: ¿Dónde están ahoritas? ¿No han comenzado a cruzar? Alexánder: No empieces a preguntar. De pana que me voy a estresar. Fernando: Me dicen que es por las vías del tren por donde caminan, ¿verdad? Pero que por los lados también pueden, porque no hay bombas ahí. Alexánder: Sí, pero hoy los locos están rudos. Nos paró la policía peruana y una señora lloró y nos dejaron tranquilos, pero vamos a esperar. Te escribo cuando pueda. Fernando: Cuídate mucho. Voy a estar pendiente. Todo va a salir bien.

      (02:58, 18 de julio) Alexánder: Fernando, ¿estás por ahí? Nos devolvieron a Tacna. Fernando: Ay, niño, ¿en serio? ¿Quién los agarró? Alexánder: Los de la PDI. No nos hicieron nada, nos regresaron y ya. Mañana el señor resuelve. Fernando: ¿Qué señor? Alexánder: Al que le pagamos. Yo le di 40 dólares. Fernando: Otro día perdido ahí, Alexánder. Alexánder: Tranquilo, niño, tranquilo.

       20 de julio

      A cincuenta metros de la estación del tren que une Tacna con Arica está la primera hilera de carpas, en paralelo a las vías del ferrocarril. A una cuadra, y doblando, está el consulado de Chile. Todas las mañanas, a las seis, el autovagón 261 suelta un pitido estruendoso, que se escucha a varias cuadras. El sonido no solo espanta el sueño de los campistas, también las ilusiones. Ver pasar el tren rumbo a Chile, oír el zumbido de la máquina desplazándose sobre los rieles, se ha convertido en una tortura para quienes llevan allí casi dos meses.

      —Tanta gente que hay allá —dice un funcionario de la estación, apuntando al campamento.

      Son las 5:30 de la madrugada. El lugar es una vieja instalación de madera forrada con latas de zinc. El ferrocarril fue construido en 1856 y hoy está bajo la administración del gobierno regional de Tacna. En sus 62 kilómetros de extensión tiene seis estaciones, las dos terminales y otras cuatro que están abandonadas. Aunque hay gente que lo ocupa como medio de transporte, para ir y volver entre ambas ciudades, el servicio más bien parece estar enfocado al turismo. Hay trenes antiguos exhibidos como piezas de museo, entre ellos una locomotora a vapor, y una gráfica invita a conocer lugares emblemáticos de la ciudad y a probar los platos típicos de la gastronomía peruana. A un costado de la boletería hay un pendón que promociona el viaje y los requisitos: “Extranjeros: cédula de identidad y/o pasaporte vigente”.

      —¿Viajan muchos venezolanos en el tren? —le pregunto al funcionario.

      —No, porque no tienen los papeles.

      El vagón tiene capacidad para 48 personas. Visto desde afuera parece un bus, que se mueve a tirones. Comienza a amanecer en Tacna. El cielo está pintado de un color gris elefante. La máquina atraviesa la ciudad. Atrás deja el consulado, el centro y más adelante irrumpe en la periferia, donde predomina el color café de la autoconstrucción. La vía férrea es una barrera que separa los sectores industriales y agrícolas de esas casas a medio edificar y urbanizaciones que han crecido sin planificación, hasta que los rieles comienzan a alejarse de los caseríos y se enfrenta al descampado. Ahora todo es plano.

      Aunque a ratos el vagón transita por vastos peladeros, da la sensación de que todo ese territorio está parcelado. A veces, incluso, se notan las líneas de los márgenes en la tierra y los cercos de malla que delimitan con más evidencia los bordes de la propiedad privada. El paisaje suele ser monocromático. Dependiendo de la luz y la hora del día, es posible apreciar tonos beige, arcilla y marrón, pero también hay verdes, principalmente de las plantaciones de olivos y maíz que aparentan ser pequeños oasis: vergeles alimentados por el riego tecnificado.

      El tren avanza a 60 kilómetros por hora, siguiendo los mismos pasos de aquellos caminantes que durante la noche intentaron cruzar a Chile de manera clandestina. Cuando todo está oscuro, la vía se transforma en una ruta no habilitada. Una más de las decenas que hay en la región de Arica, que comparte 169 kilómetros de frontera terrestre con Perú. Ha pasado poco más de media hora desde que salí de Tacna. El Hito 9 se asoma en el horizonte. Es un obelisco de siete metros de altura que fue instalado ahí en 1930, para que quienes viajaban en tren tuviesen una referencia de los límites. El monumento está ubicado a 10 kilómetros de la costa y se le conoce como “Hito Concordia”, que no es lo mismo que el “Punto Concordia” o Hito 1, que en los mapas aparece ubicado a menos de un kilómetro del mar, donde nace la línea fronteriza.

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