Nosotros no estamos acá. Jorge Rojas
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El problema no son los campos, delimitados y mapeados, que aún no han sido intervenidos, sino las minas perdidas, esas que han sido arrastradas colina abajo por los aluviones y que incluso han llegado al mar. Hay un informe que da cuenta de eso: “La configuración del emplazamiento de minas terrestres ubicadas en el lecho de la Quebrada de Escritos (ubicada al norte del Aeropuerto Internacional Chacalluta) sufrió una alteración significativa de su posición original, producto de las precipitaciones registradas en el altiplano en el mes de febrero de 2012, que provocaron deslizamientos de material que arrastró las minas sembradas en ese lugar”.22
En el documento no se establece la cantidad de artefactos que se movieron, pero sí que se están desactivando las minas que están esparcidas entre el Hito 1 de la línea divisoria, que comienza en la playa, y el Hito 4, que colinda a pocos kilómetros con el costado norte del aeropuerto, donde “es posible visualizar algunas minas anti-personales y/o anti-vehículos en la superficie”.
Habitualmente transitan migrantes por esa zona. ¿A qué se exponen? El informe dice: “Respecto de las consecuencias usuales o esperadas para la salud de las personas que pisen o activen una mina antipersonal, es posible señalar que las minas terrestres son trampas explosivas que son accionadas por las propias víctimas y pueden provocar heridas a causa de la explosión, que por lo general son la mutilación o desmembramiento de la extremidad que tomó contacto con el artefacto, pudiendo causar la muerte del afectado por desangramiento, en caso de no recibir atención médica oportuna”.
Hace algunos años escribí sobre este lugar sin conocerlo.23 Recuerdo que hablé con una persona que había perdido una pierna mientras sacaba machas en una playa de Arica, bailando twist sobre la arena, taladreando con los talones, hasta que en vez de moluscos salieron esquirlas. Incluso hay una estadística de accidentados: 157 personas entre mutilados y muertos. En una libreta digital, que tengo en el celular, he archivado algunos nombres de los fallecidos. Son historias que alguna vez reporteé y que nunca llegué a escribir. Las busco mientras miro la pampa. Me los imagino transitando, arrastrando bolsos, la Vía Láctea desplegada sobre sus cabezas, la espesura de la penumbra, el fuego de la detonación ebullendo desde la tierra como un pequeño volcán, tal vez un último grito de dolor, y nuevamente el silencio, la noche y las estrellas.
Las minas antipersonales son la mayor amenaza para los indocumentados, los contrabandistas y los traficantes. En uno de los apuntes está el nombre del peruano Francis Mamani Aquino, de 27 años, quien en febrero de 2016, en el Hito 14, voló por el aire. La explosión le mutiló la pierna derecha y le hizo heridas en el estómago. Moribundo fue trasladado al lado peruano por las personas que lo acompañaban, quienes llamaron de forma anónima a sus familiares para que lo fueran a rescatar. Cuando estos llegaron, Francis Mamani ya había fallecido. Tiempo después hablé con uno de sus hermanos: “Mejor dejar a los muertos tranquilos”, me dijo.
Justo debajo del nombre Mamani tengo otro apunte, de junio de ese mismo año, cuando una dentadura con coronas de plata y una estrella de oro incrustada en los incisivos apareció en medio de un campo minado, en el sector de la Quebrada de Escritos, donde están las minas desplazadas. El hallazgo ocurrió a 350 metros de la carretera y junto al cráneo había otros huesos esparcidos en un radio de cinco metros. Se pensó que sería fácil identificar los restos, por las marcas tan características en los dientes, pero aunque se publicaron avisos en los diarios con la foto del hueso, nadie los reclamó. Lo único que se supo es que la persona había muerto al menos diez años antes. Hasta ahora, aquella mandíbula sigue en el Servicio Médico Legal de Arica como NN.
Pienso nuevamente en Alexánder. Pienso que en cualquier momento, mientras el tren avanza, puede aparecer un cuerpo tirado en medio de la tierra, y se me vienen a la cabeza decenas de imágenes de fallecidos que he visto en mi vida: restos frescos, quemados, descompuestos, disecados y ahuesados. Pienso que en esta frontera morir reventado por una bomba es una realidad azarosa, y el riesgo mayor es perderlo todo, hasta la propia identidad, como le pasó a la persona de las coronas de plata.
El tren pasa frente al obelisco en el Hito 9. A un costado, escoltándolo, hay dos camionetas marca Dodge de Carabineros, con las balizas encendidas. Todas las noches, dos unidades de la policía se instalan ahí a realizar patrullajes. Llevan cámaras térmicas, visores nocturnos, pistolas calibre .40 y fusiles Colt M4, que son considerados armas de guerra, con un alcance superior a los 700 metros. Los coyotes que cruzan con grupos de indocumentados son lo menos preocupante; lo peligroso son las caravanas de contrabandistas y los traficantes de drogas.
Hay trece destacamentos de frontera en la Región de Arica, entre retenes y tenencias, que dependen de la IV Comisaría de Chacalluta, para vigilar 169 kilómetros. No hay claridad sobre la cifra exacta de carabineros que patrullan este territorio. La información ha sido declarada de “seguridad nacional”.24 Lo que sí se sabe es que ayer, 19 de julio, el Ministerio de Defensa promulgó el Decreto Supremo 265 que autoriza a las Fuerzas Armadas a prestar apoyo logístico en actividades que se vinculen con el control del narcotráfico y el crimen organizado. Parece ser cosa de tiempo para que esta facultad también incluya el tráfico ilícito de personas25 y el ingreso clandestino voluntario.
Por ahora, sin embargo, todos los procedimientos donde hay migrantes involucrados los realiza Carabineros. Cuando un indocumentado es sorprendido cruzando por un paso no habilitado, son ellos los que lo detienen, argumentando faltas al artículo 69 del decreto ley 1.094, conocido como ley de migraciones: “Los extranjeros que ingresen al país o intenten egresar de él clandestinamente serán sancionados con la pena de presidio menor en su grado máximo”.26 Tras la detención es la Fiscalía la que determina si imputa el delito o les otorga protección, en el caso de que sean víctimas de tráfico de personas.
Solo la experiencia y la observación permiten a la policía vigilar un territorio tan extenso. Para eso tienen un catastro de pasos no habilitados que de forma permanente están chequeando y actualizando. Analizan las huellas humanas, los rastros de vehículos o la basura arrojada al lugar para saber si los caminos están activos, tal como ocurre todas las noches en la línea del tren. Tal vez, el más activo de todos los pasos.
El autovagón continúa su viaje a Arica, ya en territorio chileno. Miro en todas las direcciones explorando cada cuadro dentro del marco de la ventana. Busco objetos ajenos al paisaje: huellas de zapatos o maletas. Las rutas ilegales también están sembradas de equipajes abandonados, algunos de ellos a medio enterrar, como esos contenedores que caen de los barcos durante las tormentas y que se pasan años flotando en el mar. El frío, cuando las temperaturas pueden llegar a -15 grados, y el “chuscal”, como llaman los aimaras a ese arenal que te come las piernas hasta las rodillas como si caminaras sobre la nieve recién caída, hacen que muchos migrantes decidan dejar sus pertenencias antes de desfallecer de cansancio. Pienso que algo de valentía hay que tener para desprenderse de lo único material que se carga. O simplemente es la desesperación de quitarse un peso de encima, para llegar al menos con el cuerpo a salvo al otro lado.
¿Será Alexánder un sobreviviente?
21 de julio, conversación por WhatsApp
(01:54)
Alexánder: Nos regresaron.