La persona de Cristo. Donald Macleod

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Jesús era el Hijo de Dios por generación eterna, por medio de la resurrección y del nacimiento virginal. Una cristología global tendría que hacer justicia a todos estos elementos.

      Por otra parte, pudiera ser que lo que hace Lucas no sea explicar la filiación mediante el nacimiento virginal, sino éste mediante la filiación. Como muchos otros creyentes, puede que se enfrentase a las preguntas: «¿Por qué un nacimiento virginal? ¿Qué importancia tiene?», y contestase: «Es una señal de la condición de Hijo, una forma de entrada única en la vida humana, coherente con su posición divina exclusiva».

      También cabe destacar que la explicación que hace Lucas de la condición de hijo que tiene Cristo se enmarca en términos del Espíritu Santo. No se enfatiza la ausencia de paternidad humana, ni tampoco la actividad de Dios Padre. De hecho, uno tiene la impresión de que el escritor elude cualquier tipo de lenguaje que pudiera sugerir que el hijo de María fue engendrado por Dios. Lucas usa el lenguaje de la creación, no de la generación: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra». El resultado no es tanto que el hijo sea Hijo de Dios, sino que es «santo» (v. 35).

      Emil Brunner expresa esta objeción de un modo ligeramente distinto: «La idea de la partenogénesis es un intento de explicar el milagro de la encarnación».22 Sin embargo, curiosamente, la narrativa ha causado una impresión diametralmente opuesta en otros estudiosos. James D. G. Dunn, por ejemplo, considera que la cristología de las narrativas del nacimiento es incoherente con la doctrina de la encarnación, que implica la preexistencia de Cristo.23

      No obstante, asumiendo que Lucas es, como poco, coherente con la encarnación, resulta muy difícil creer que adelante arbitrariamente una teoría sobre cómo sucedió. No trabajaba en el vacío. Aparte de cualquier otra cosa, debía tener en cuenta los sentimientos de María, lo cual por sí solo hubiera imposibilitado que diera rienda suelta a su imaginación. Además, como explicación de la encarnación, la doctrina del nacimiento virginal es un fracaso rotundo. En sí misma es un misterio tan grande como el que pretende explicar. Incluso después de las narrativas del nacimiento tenemos que preguntarnos: ¿Cómo descendió sobre ella el Espíritu Santo? ¿Cómo la cubrió el poder del Todopoderoso? Estas preguntas, en esencia, no son distintas a: ¿Cómo se encarnó?

      No hay necesidad de creer que Mateo y Lucas escribieran sus textos por otro motivo que el de que creían que así es como sucedieron en realidad las cosas.

      ¿Teológicamente insostenible?

      Sin embargo, los críticos del nacimiento virginal no se han contentado con argüir que las narrativas del nacimiento tienen una motivación teológica. Han seguido diciendo que la propia doctrina es insostenible desde un punto de vista teológico. Este argumento ha adoptado más de una forma.

      Según algunos eruditos, el nacimiento virginal es incoherente con la preexistencia de Cristo. Dunn, por ejemplo, afirma que las narrativas del nacimiento plasman la concepción virginal como el origen de «“Jesús”, como el engendramiento (=origen) de Jesús para ser el Hijo de Dios».24 Un poco más adelante escribe en los mismos términos: «Lo que está a la vista es un engendramiento, una llegada a la existencia de aquel que será llamado, y que de hecho será, el Hijo de Dios; no la transición de un ser preexistente para convertirse en el alma de un bebé humano ni la metamorfosis de un ser divino en un feto humano».25 Pannenberg, como vimos, adopta la misma postura: el nacimiento virginal es incoherente con la idea de la encarnación de un ser preexistente.26

      No obstante, debemos tener en cuenta que las narrativas del nacimiento —sobre todo la de Mateo— contienen pistas claras sobre la deidad absoluta de Cristo. Se le llama Emmanuel («Dios con nosotros») en Mateo 1:23. El nombre «Jesús» también es significativo. La idea clave en esta cuestión no es la etimología («Jehová salva»); eran demasiados los niños judíos que llevaban este nombre como para edificar una teoría sobre este hecho aislado. Lo importante es la afirmación que se hace en Mateo 1:21 de que aquellos a los que salva son su propio pueblo. La hipótesis de Mateo es la misma que la de Marcos, quien, al principio de su Evangelio, registra el advenimiento de Cristo como el cumplimiento de la profecía veterotestamentaria de que el Señor (Jehová) vendría a su templo (Mr. 1:3).

      Además, lo máximo que podemos decir contra las narrativas del nacimiento es que no enseñan específicamente la preexistencia de Cristo. No la niegan, ni tampoco enseñan nada que sea incoherente con ella. ¿Por qué esperar que los evangelistas embutiesen su cristología en todas y cada una de las referencias a Jesús? Además, toda afirmación sobre la existencia humana del Señor puede tacharse de incoherente si la desligamos de su contexto teológico. Ningún escritor neotestamentario tiene una cristología más elevada que el escritor de Hebreos. Sin embargo, proclama que Cristo fue tentado (He. 4:15), aprendió la obediencia (5:8) y gustó la muerte (2:9). A la vista de esto, ninguna persona de quien puedan ser ciertas tales cosas puede ser divina. Tampoco puede nadie ser simultáneamente el Hijo de Dios y nacer de una mujer (Gá. 4:4). Según Mateo, Jesús, el Rey de los judíos, nació; según Lucas, el Hijo de Dios nació. Pasaron 600 años antes de que alguien comenzara a sospechar que en estas palabras había algo incompatible con la cristología de Calcedonia.

      Emil Brunner suscita una objeción teológica diferente: el nacimiento virginal es incoherente con la humanidad genuina de Cristo (no podemos por menos que destacar, de pasada, lo mutuamente contradictorias que son las diversas objeciones: un crítico entiende que la doctrina no encaja con la deidad preexistente, otro la considera incompatible con la verdadera naturaleza humana). La idea particular que tiene en mente Brunner es que la procreación a través de un padre humano forma parte de lo que significa ser humano: «El Hijo de Dios —escribe él— asumió la humanidad plena; por tanto, tomó para sí todo aquello que cae dentro de la esfera del espacio y el tiempo. La procreación por medio de los sexos forma parte de la vida humana».27

      Aquí, Brunner es culpable de un procedimiento que a menudo él condena en otros: establecer una asunción a priori sobre lo que, según el juicio de Dios, constituiría una encarnación genuina. Tal y como él lo ve, Dios sólo podría encarnarse mediante la procreación humana. Pero esto nunca puede ser más que una hipótesis y, además, demasiado endeble como para justificar que un teólogo cristiano rechace la enseñanza clara de la Escritura. Asimismo, según las premisas de Brunner, ¿qué tenemos que hacer con Adán y Eva? No nacieron mediante la unión de los sexos. Por supuesto, Brunner no acepta la historicidad de Adán. Aun así, el primer hombre, fuera quien fuese, no pudo engendrarse mediante el acto sexual entre dos seres humanos.

      Aparte de esto, el argumento de Brunner ya ha sido sobrepasado por los acontecimientos. La inseminación artificial y la fertilización in vitro han suprimido la necesidad de que medie la relación sexual. La ectogénesis puede llegar a eliminar la gestación ordinaria; y quizá un día la división celular sustituya al óvulo y al esperma. Sean cuales fueren los méritos éticos de estos procedimientos, anulan por completo el argumento de que la procreación ordinaria es esencial para ser verdaderamente humano. La pregunta decisiva es si la célula o el gen es humano o no. Su forma de llegar a la existencia es indiferente.

      Brunner también presenta otro argumento que casi resulta seductoramente atractivo. El Hijo de Dios debió entrar en el mundo de una forma indigna; y el nacimiento virginal, al negar esto, es docético. «Ni siquiera su origen tuvo forma ni belleza. También tuvo lugar en forma de siervo».28

      Una vez más, aquí Brunner impone su propia lógica al procedimiento divino. Todo debe tener un motivo anti-docético. Hay que eliminar todo aquello que «no sea digno», incluyendo, por supuesto, la voz desde el cielo en el bautismo de Jesús, la transfiguración, los milagros e incluso la propia resurrección. ¿Qué sentido tiene eludir la Escila del docetismo si acabamos en la Caribdis del arrianismo? En cualquier caso, las narrativas del nacimiento

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