La otra cara de la adopción. Carme Vilaginés Ortet

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La otra cara de la adopción - Carme Vilaginés Ortet Caleidoscopio

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como una solución muy factible. Por ello, cuando comprueban que ya no pueden intentar nada más para tener hijos propios y se inclinan por una adopción, vuelven a ilusionarse y no pueden tolerar que el resultado no sea el que desean. Muchos no pueden asumirlo, lo viven como un auténtico desastre, como el último fracaso de sus ilusiones, como la pérdida definitiva de toda esperanza y, peor todavía, muchos sienten que, sin un hijo, su vida futura ya no tendrá ningún sentido.

      Habían ido haciéndose a la idea de adoptar mientras recorrían el largo camino plagado de desengaños continuados. La mayoría hablan del gran sufrimiento que han tenido que soportar cada vez que el resultado de un intento de fecundación ha sido negativo y se quejan de haberse sentido muy solos. En los casos de esterilidad de uno de los dos, solemos constatar que, por el miedo a hacerse daño, ni tan solo han podido permitirse la libertad de hablar claramente entre ambos de los sentimientos que han ido experimentando el uno hacia el otro, a menudo sentimientos muy contradictorios.

      Llegados a este punto, otra negativa, por muy bien argumentada que esté, o ante un «sería necesario que pudiesen hablar un poco más de ello con un especialista para trabajar determinados aspectos poco madurados», hace que la desesperación vaya acompañada de fuerte rabia: se sienten aptos para hacer lo que se proponen y llenos de amor por una criatura desvalida que existe en algún lugar del mundo, esperándoles. Tuve noticia de una pareja que, al explicarles que deberían ponerse en manos de un profesional porque sus condiciones emocionales, en aquel momento, desaconsejaban la adopción (acababan de perder a su hija única y, aunque eran muy jóvenes, decían no querer volver a pasar por la experiencia de tener otro hijo propio), llenos de dolor, dijeron: «¡Ustedes no nos quitarán a nuestro hijo!» No sólo sentían que había unas personas que no se lo querían dar, sino que el sentimiento más profundo era que se les había quitado una hija y que ahora, además, se les estaba quitando (probablemente robando) el segundo hijo que ellos ya se habían adjudicado. La realidad de lo que les ocurría era que no habían podido hacer el duelo por la hija fallecida y estaban convencidos de que otra criatura les permitiría recuperar el bienestar perdido. Lo demostraba con mucha claridad el hecho de que ya tenían pensado un nombre en el caso de que se les concediese la niña que deseaban: era el mismo que habían puesto a la niña desaparecida. Como no está permitido elegir el sexo del hijo, pedían un niño de la China porque sabían que allí daban niñas. Ellos tenían la «solución» a su dolor y no podían entender lo que se les decía. No se les estaba diciendo que no, sólo que tenían que elaborar el trauma que habían sufrido, que tenían que poder hacer el duelo por la hija muerta y que ello les permitiría poder decidir con libertad lo mejor para su futuro.

      En cuanto a las parejas no aceptadas, es muy frecuente que lo vivan todavía mucho peor, porque suelen entender que se les está diciendo que serían unos malos padres, que no son buenas personas o, peor todavía, que se les está declarando directamente malas personas. Algunos llegan a pensar que, por alguna razón, se les tiene manía y no se les quiere dar un niño. Se enfadan muchísimo con la Administración pero, sobre todo, con los profesionales que les atienden.

      Durante el tiempo en que las parejas estériles o infértiles están en manos de médicos, están convencidas de que todo el mundo está haciendo todo lo posible para que tengan un hijo. Si no da resultado, no acostumbran a enfadarse directamente con nadie: quien falla es la naturaleza o la ciencia. En cambio, en el caso de la adopción, la cosa es muy distinta. Si el resultado es negativo, piensan que hay alguien que no les quiere ayudar. Ello produce que todo el dolor y toda la rabia acumulada a lo largo del complicado proceso médico estalle violentamente y vaya a parar a los profesionales que representaban su última oportunidad. A partir de este momento, los hay que no pueden renunciar de ninguna manera al deseo insatisfecho y deciden iniciar otros caminos: unos se adentran por la ruta de las denuncias y reclamaciones; otros entran de lleno en el terreno de la ilegalidad. Estos últimos, al sentirse llenos de dolor y frustración, están convencidos de haber recibido un trato injusto, consideran muy justificada esta decisión delictiva, peligrosa para si mismos y, naturalmente, para el posible hijo que consigan obtener por estos medios.

      Mi trabajo en psicología clínica ha hecho que me encontrase con familias adoptivas que no conseguían una vida de familia satisfactoria y me ha permitido ver cada vez más claro que la sensibilización y la información a la población en general sobre la conflictividad normal inherente a los casos de adopción y sobre la posibilidad de tropezar con conflictivas difícilmente resolubles era muy deficiente. Ha sido muy evidente para mí que a través de los medios de comunicación sólo suele hablarse del goce de adoptar y de ayudar a crecer a un niño desamparado. Ahora bien, si sólo aparecen comentarios de este tipo, y ello suele ser todavía lo más frecuente, estos mensajes sirven de muy poca cosa a los posibles futuros padres adoptivos, ya que se les fomenta o incrementa el convencimiento de que todo será bonito y satisfactorio. Cuando, durante la exploración a la que se ven obligados a someterse, se encuentran con unos profesionales que tratan de hablarles de la necesidad de prepararse adecuadamente, no pueden entenderlo porque nunca nadie les ha dicho nada sobre posibles problemas. Cuando se les explica que puede ser difícil ayudar a unos niños que han sufrido graves carencias afectivas y físicas desde el inicio de su vida y que, a veces, también han recibido malos tratos, o bien no se lo creen o ni tan solo lo escuchan, o simplemente piensan que ellos, con su gran carga amorosa, serán capaces de salir airosos de cualquier problema que se les presente.

      He ido dándome cuenta de la conveniencia de que los posibles futuros padres adoptivos y la población en general pudiese disponer de una información completa, neutra y objetiva. Sin ello, es muy difícil que durante el proceso exploratorio que, en definitiva, tiene la misión de ver si son idóneos o no, puedan hacerse cargo de la complejidad de la cuestión. Cuando alguien se siente obligado a someterse a unas entrevistas que, además de verlas como un obstáculo incómodo, las considera inútiles, es imposible que pueda apreciar neutralidad en el entrevistador: suelen sentirle como alguien que tiene poder y niños para dar, que no quiere darlos y que hará todo lo posible para descartarle de las listas y para amargarle la vida.

      Esta gran complejidad de cuestiones ha hecho que me plantee la idea de escribir este libro con dos finalidades: primeramente, dar una información básica de diferentes aspectos de psicología general sobre las necesidades de un recién nacido para poder desarrollarse como persona, sobre los efectos que la desatención de dichas necesidades pueden acarrearle, sobre la influencia del psiquismo en la infertilidad y, finalmente, sobre los requisitos que las personas que desean adoptar y sus respectivas familias deberían tener para poder hacerse cargo de un niño que haya sufrido graves carencias emocionales y, generalmente, también físicas.

      En segundo lugar, y sobre todo, lo que desearía poder ofrecer es información sobre algunas de las cosas que casi nunca se comentan públicamente. En mi opinión, son fundamentales para que una pareja pueda enfrentarse con una adopción con conocimiento de causa y entienda que acudir a profesionales especializados no pone para nada en duda sus capacidades para ejercer de padres. Deben poder asumir que ser padres adoptivos tiene aspectos muy diferentes a ser padres biológicos y que, precisamente por ello, puede ser necesario disponer de algún tipo de ayuda para ir entendiendo las diferencias y poder construir en buenas condiciones las bases de la futura familia.

      De la misma manera que toda familia responsable visita periódicamente al pediatra para cuidar el desarrollo global de los hijos, en el caso de las adopciones, caso en que las criaturas han sufrido un fuerte trastorno emocional, debería preverse la posibilidad de consultar, también, de vez en cuando, un especialista que pueda ocuparse del desarrollo psíquico. A partir de mi experiencia clínica a lo largo de muchos años, considero esta asistencia no tan sólo necesaria, sino, en muchos casos, imprescindible. Intentaré explicarlo a lo largo de las páginas siguientes.

      Tomar la decisión de fundar una

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