Episodios republicanos. Antonio Fontán Pérez

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Episodios republicanos - Antonio Fontán Pérez Historia y Biografías

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al cual se agrupan humana o dialécticamente, y algunas veces sólo por una actitud de simpatía, otros varios.

      Por ejemplo, Leopoldo Alas «Clarín», una de las figuras más destacadas de la Universidad de Oviedo en aquellos años, había sido discípulo de Giner más que de ningún otro profesor en el doctorado de Derecho de Madrid, el año 1878 y a este maestro suyo le dedicó su tesis doctoral. Fue también discípulo y admirador de Urbano González Serrano, otro de los principales hombres de la Institución y del movimiento krausista. (Cf. PEDRO SAINZ RODRIGUEZ. Evolución de las ideas sobre la decadencia de España. Madrid, 1962. 578 págs. La obra de Clarín, págs. 334 a 429, especialmente págs. 346 y ss.).

      El anticlericalismo de algunas de las novelas de Galdós y de la actitud que el famoso novelista mantuvo durante muchos años, arranca más bien de la literatura anticatólica francesa del siglo XIX y del anticlericalismo militante de los grupos políticos y revolucionarios españoles del 68 al 75. El marxismo de Besteiro o de Fernando de los Ríos, líderes del partido socialista español y profesores de la Universidad de Madrid, es aprendido de Iglesias, de Marx y de Engels y de los maestros franceses de los socialistas españoles, como Lafargue y Guesde. La violencia verbal y reformista de Joaquín Costa es hija de la hipercrítica tradicional de España y de la propia minerva de su autor, un aragonés bronco y recio, de temperamento indomable. Lo mismo podría decirse del anarquismo romántico de los escritores del 98 en su primera etapa —señaladamente Baroja y Azorín— y de las otras diversas corrientes. Sobre todo, de los proyectos de europeización de España de Ortega y Gasset, que tuvo aún más ambición respecto del presente y del futuro de España —para configurar el país con arreglo a sus propias concepciones— que Giner.

      Pero todos estos hombres y grupos, y otros similares, tienen en común una solidaridad extrema con la persona y la obra de Giner y un respeto por ella. Todos le consideran como el que alzó en España una bandera o, por lo menos, como quien mejor derecho tenían a mantenerla empuñada entre sus manos.

      El «hermano Francisco», como diría uno de los hijos de su espíritu, antiguo alumno de la Institución, el poeta Antonio Machado, «se fue» el 17 de febrero de 1915. Giner, ausente, se transfiguró, además, muy a la española, en mito. Podía ser ya el santo laico de la nueva religión de España. Las glorificaciones póstumas de su figura se hallan en las plumas de escritores de los distintos sectores enumerados sucintamente unas líneas más arriba: hay textos de Machado, de Ortega, de Azorín, de Unamuno, de Madariaga, de Menéndez Pidal, etc., en los que Giner aparece como la encarnación o el promotor de un proyecto de una España nueva a la altura del momento y de las realidades europeas.

      Giner y su adjunto, Manuel Bartolomé Cossío, habían ido alcanzando progresivamente la condición de consejeros áulicos de los ministros de Educación de España, sobre todo con los Gobiernos liberales. En 1906, siendo jefe del Gobierno López Domínguez y ministro de Instrucción Amalio Gimeno, el Gobierno organizó dos comisiones encargadas de poner en práctica los planes educacionales recomendados por Cossío y por Giner. Una de ellas —dedicada a la enseñanza primaria— no llegó a funcionar nunca. La otra comenzó enseguida a enviar pensionados al extranjero. Reorganizada y dotada de más medios en 1910 por el nuevo ministro, el conde de Romanones (miembro del Gobierno liberal de Canalejas), desarrolló hasta 1936 una extensa acción orientada en dos frentes principales: pensiones de graduados, profesores, artistas, escritores y maestros para el extranjero, y organización de algunos centros de investigación y experiencias pedagógicas, residencias de estudiantes, etc. Esta es la famosa Junta para Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas, que tan importante función desempeñaría en la orientación de la cultura española.

      Los pensionados de la Junta fueron unos dos mil en veinticinco años. El control de su funcionamiento estuvo siempre en manos de un poderoso secretario permanente, el profesor José Castillejo, uno de los más fieles y entusiastas seguidores de Giner. La Junta funcionaba con completa autonomía respecto del Ministerio de Instrucción. El secretario nunca intervino a título personal en la política, y sus decisiones estuvieron siempre respaldadas por los veintiún miembros, de extracción principalmente científica, que componían la Junta.

      El propio Castillejo ha hecho una defensa de la gestión de la Junta en el libro antes citado publicado en Londres durante la Guerra Civil española que tiene el significativo título de War of ideas in Spain. Los escritores y comentaristas católicos, al examinar la gestión de Castillejo y de la Junta, han afirmado en diversas ocasiones que procedió con parcialidad política e ideológica, hábilmente encubierta a los ojos de los demás con argumentos científicos y técnicos. Lo que es evidente, en todo caso, según el testimonio del propio Castillejo, confirmado, entre otros, por Salvador de Madariaga, es que la política de la Junta estuvo siempre orientada en el sentido de las ideas de Giner, a cuyo servicio fue uno de los más eficaces instrumentos que pudiera imaginarse. La tensión con los elementos católicos y tradicionales del país y con sus ambientes culturales había de producirse inevitablemente.

      Castillejo no había sido en su infancia y primera juventud discípulo de Giner. Pero apenas es posible imaginar a alguien mejor compenetrado con sus planes, ni más hábil o acertado ejecutor testamentario de sus proyectos. Madariaga desde una actitud de profunda solidaridad panegirista, ha dicho que «España, que había dado un Giner en la hora de la inspiración, halló un Castillejo en la hora de la ejecución». Y también que Castillejo combinaba «la pureza de la paloma con la astucia de la serpiente», condiciones necesarias, añade, para llevar a la práctica «planes tan maduramente pensados... en un ambiente de indiferencia erizado de puntas de hostilidad». Esta hostilidad, defensiva al fin y al cabo, era en cierta medida la de los católicos y de los que no creían que su país fuera, respecto de la cultura moderna, un caso paralelo al del Japón de Mutsuhito, ni se entusiasmaban con la idea de enseñar la religión cristiana a sus hijos sobre la base del sentimiento común a todos los credos de la historia que Giner quería plantar primero en las almas infantiles.

      Las actividades de la Junta no quedaron sólo en esto. Creó y protegió centros de investigación, como el Centro de Estudios Históricos bajo la presidencia de Menéndez Pidal, el Instituto de Física y Química, construido en Madrid por Rockefeller, el Museo de Ciencias Naturales, etc. En la mayor parte de ellos se realizó una labor científica muy estimable, que honra a la cultura española de estos tiempos. Una parte de ella, en sus aspectos más políticos, en la selección del personal, en las facilidades de trabajo, estuvo indudablemente inspirada en los mismos principios de Giner y de la Junta y apuntaba de manera coherente a sus mismos objetivos. Esto no merma mérito al trabajo científico de numerosas personalidades muy notables.

      El balance de conjunto de la eficacia política e ideológica de la labor de Castillejo y de sus hombres no podrá ser conocido mientras no se haga un estudio imparcial y detallado de las personas por ellos favorecidas, de las posibilidades técnicas que fueron marginadas por razones ideológicas, si las hubo, de los frutos y de los hechos, en una palabra, de treinta años de gestión.

      La Junta dirigió también una labor pedagógica a través del Instituto Escuela, centro modelo de enseñanza media, generosamente dotado, y de las Residencias de Estudiantes —masculina y femenina— de Madrid, cuya dirección intelectual, espiritual y técnica estaba inspirada en los principios y fines de los hombres de la Institución. La Residencia masculina fue permanentemente dirigida por el adicto y fiel discípulo de don Francisco, Alberto Jiménez, casado —en virtud de la tendencia a la endogamia que también caracterizó a la Institución— con la hija única del segundo hombre de la Institución, Manuel Bartolomé Cossío, el pedagogo y notable historiador del arte, que en abril de 1931, al ser proclamada la república, anciano ya, pudo con razón decir, casi imitando al Simeón del Evangelio de san Lucas: «Para ver este día hemos trabajado toda nuestra vida».

      La acción directa, mediata e inmediata, de Giner y de la Institución acaba aquí. Pero su influjo irradiaba también a la política. Los hombres que allí le representaban, en tiempo anterior a la república del 31, fueron Gumersindo

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