La ciencia de los sentimientos. Ignacio Rodríguez de Rivera
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A su vez, las sensaciones (por sí mismas) pueden tener un carácter, tonalidad o signo (valor) que puede ser: 1) positivo (agradable o atractivo), 2) negativo (desagradable o repelente) y 3) neutro (indiferente).
Según sea el signo o valor de la sensación, se provoca una reacción (las positivas o negativas) o una ausencia de reacción (las neutras).
Otra cosa diferente es que alguna sensación esté enlazada (debido a la experiencia) con otras que tienen un signo diferente, de modo que una sensación que, por ejemplo, en sí misma sea neutra, ha quedado enlazada con alguna otra de signo negativo, por lo cual aquella neutra adquiere una tonalidad negativa.
Ese nexo entre varias sensaciones simultáneas o sucesivas queda establecido mediante enlaces entre diversas neuronas del cerebro, lo cual constituye la memoria, como ha demostrado Eric Kandel en su investigación sobre el cerebro del caracol marino Aplysia, que le valió el premio Nobel del 2000 (el detalle puede verse en su obra En busca de la memoria).
Creo importante insistir en que las sensaciones, aunque sean neutras, dejan su impronta en la memoria, porque cada sensación no consiste en la estimulación de una sola neurona, sino en la excitación simultánea de un conjunto de neuronas que, en consecuencia, quedan enlazadas entre sí, a través de las conexiones sinápticas entre axones y dendritas (‘troncos’ y ‘ramas’ de las neuronas); de modo que esos enlaces se refuerzan o debilitan en función de la intensidad del estímulo y de las repeticiones del mismo.
No olvidemos que la intensidad de un estímulo se traduce, a nivel de las conexiones neuronales en una mayor frecuencia de la activación del enlace; porque ese enlace es del tipo de un interruptor de un circuito eléctrico: apagado o encendido, sin términos medios: una neurona, cuando alcanza el límite de carga que se llama ‘potencial de acción’, descarga, mediante los neurotransmisores que se ‘derraman’ en el espacio sináptico, esa carga eléctrica, la cual pasa a las dendritas de las siguientes neuronas. De modo que esa vía dendrítica queda fortalecida aumentando el ‘aislante’ que es su revestimiento de mielina y, por tanto, facilitando la transmisión del impulso (como el cauce de un río se ahonda con el paso de la corriente).
De este modo, el cerebro cuya estructura o diseño inicial se construye en función del código genético se va transformando o rediseñando en función de la experiencia, sea por estímulos externos al cuerpo o internos del propio cuerpo.
Es fundamental tener presente que ese desarrollo cerebral se produce en función, además del código genético, de las condiciones ambientales, incluyendo aquí los hechos que ocurren durante la vida fetal, no sólo después del nacimiento.
Para aclarar lo anterior, pondré el ejemplo (mejor dicho, la analogía) de un Estado político: el ADN o código genético de un Estado vendría a ser representado por las condiciones del territorio y de sus habitantes; las interacciones entre esos habitantes entre sí, y de ellos con su territorio llegan a producir una Constitución (una organización política del Estado). De modo similar, cuando hablamos de características ‘constitucionales’ (si se quiere: innatas) de una persona, no estamos hablando únicamente de su genética, sino también de los procesos experimentados por el individuo (proceso constitucional).
Todo ello determina el modo en el que ese individuo va a experimentar los estímulos externos o internos, es decir, la modalidad (subjetiva) de sus sensaciones.
Ahora bien, con todo lo que llevo dicho sobre las sensaciones, seguimos sin saber en qué consiste eso de ‘sentir’, que no es algo que pueda ser observado desde fuera, no es objetivo, sino sólo sentido desde dentro, es decir, subjetivo.
Sin embargo, aunque tu no puedas sentir mi propia sensación, sí existe la posibilidad de que nos transmitamos de algún modo o por alguna vía esas sensaciones, aunque sean propias de cada uno. Ya veremos de qué modo es posible esto; pero antes hemos de entender en qué consiste la sensación propia de uno.
Tratemos de aclarar el motivo por el que nos planteamos este asunto como un problema a resolver, pues podría parecer que se trata de algo obvio; por ejemplo, tendemos a pensar o creer que los colores son algo que existe en el mundo exterior, pero eso no es así, porque en ese mundo lo que hay son ondas luminosas de distinta frecuencia de onda e intensidad; de modo que el color es algo que sólo ocurre dentro de nuestra cabeza.
Lo que llega a nuestra retina es una onda luminosa; en la retina hay dos tipos de células, llamadas conos y bastones (por la forma que tienen), los bastones son ‘sensibles’ a la intensidad luminosa, tan sensibles que pueden ser ‘excitados’ por un solo fotón; mientras que los conos son ‘sensibles’ a la frecuencia de la onda luminosa.
Hay tres tipos de conos, cada uno de ellos sólo es excitado por unas determinadas frecuencias que corresponden a los tres colores siguientes: azul, verde y azul1. Pero insistamos: esa onda luminosa no es amarilla, ni verde, ni azul, sino que tiene una determinada frecuencia que se transforma en sensación cromática. Dicha sensación puede ser el resultado de una mezcla, en diversas proporciones, de esas tres longitudes de onda; es decir, de distintas proporciones del número de bastones de cada tipo que son excitados simultáneamente.
La enorme diversidad cromática que así se obtiene se parece a lo que hace un buen pintor cuando toma pinturas de esos tres colores y las mezcla en distinta proporción para obtener el tono que busca.
Algo parecido podríamos decir de otras sensaciones como el sabor, el olor, el sonido, etc.
Pues bien, siguiendo con el ejemplo de la visión del color, lo que ocurre en ese bastón cuando es excitado, es que emite una señal eléctrica (transportada por una sustancia que llamamos neurotransmisor) a la siguiente célula del nervio óptico. De modo que lo que se transmite a lo largo de esa vía nerviosa es un impulso eléctrico, hasta que llega a la zona del cerebro que es la corteza visual, donde cobra el carácter de sensación de color.
El color es algo que únicamente existe ahí, en la corteza visual, en ninguna otra parte del universo. Pero, sin duda es algo que existe, como todos sabemos y conocemos de primera mano (salvo aquellas personas que son ciegas o daltónicas, a quienes les servirán otros ejemplos sensoriales, que funcionan de modo parecido).
Un ejemplo, ahora del sonido, puede ilustrar este asunto: como todos sabemos Beethoven se quedó sordo, aunque siguió componiendo su magnífica música. Cuando ya era sordo no podía oír sonidos, pero estoy completamente seguro que sí podía seguir soñando la música, seguía siendo capaz de ‘oírla en sueños’.
Esto quiere decir que, cuando soñamos, nuestro cerebro se activa de tal modo que ‘percibe’ sensaciones de sonido, de color, etc. aunque no exista el estímulo que las provoca cuando estamos despiertos.
Ahora no vamos a tratar el tema del sueño, cosa que haremos más adelante; pero sí es oportuno que veamos algún experimento neurológico que pone de manifiesto el fenómeno de transformación de una señal eléctrica, transmitida por la vía nerviosa en una sensación:
Si introducimos un micro-electrodo en el cerebro, en una vía nerviosa que conduce hasta la corteza visual, o hasta la corteza auditiva, etc., el individuo, que sigue despierto y consciente (porque el cerebro no siente dolor alguno por ese motivo), lo que ocurre es que el individuo en cuestión ‘ve’ un color, u ‘oye’ un sonido, exactamente igual que si esa carga eléctrica se hubiese originado por un estímulo exterior sobre el ojo o el oído, etc.
El mismo estímulo eléctrico puede introducirse en cualquier otra vía nerviosa, dando como resultado las diversas sensaciones que corresponden a cada una de esas vías.
De hecho, existe un fenómeno, que se da en algunas personas,