La ciencia de los sentimientos. Ignacio Rodríguez de Rivera
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Tenemos un conjunto de poleas y las tenemos colocadas en un mismo plano en el espacio. Cada una de esas poleas puede girar libremente, con independencia de las demás.
Ahí tenemos un conjunto de elementos, que son las poleas.
Ahora colocamos una cadena, cable o cuerda (‘cabo’ que dirían los marinos) de tal modo que rodee en cierto orden de particular a esas poleas. Con este método bien trazado hemos obtenido algo que se llama “sistema” de poleas, el cual funciona de tal modo que, cuando una de las poleas gira, provoca giro en las demás (lo cual sirve para elevar grandes pesos) con velocidades angulares que dependen del diámetro respectivo.
En ese sistema tenemos representadas dos cosas: los elementos (ruedas) y las relaciones entre ellos (la cuerda o cabo).
Los cambios de uno de los elementos produce cambios en los demás. Esto quiere decir que la ‘libertad’ de cada elemento queda limitada al formar parte de un sistema. Pero también quiere decir que el sistema así formado posee unas características o potencialidades que no tiene la mera suma de sus elementos. (En el ejemplo anterior se cumple aquello de que la unidad hace la fuerza)5.
A mí personalmente me gusta intentar una definición, en términos matemáticos, del concepto de sistema (los especialistas dirán si es acertada o no): Un sistema es un conjunto de variables mutuamente dependientes; porque creo que dicha definición permite caracterizar cada sistema según sea la índole de sus elementos y de las funciones que los relacionan entre sí.
Una vez entendido el concepto de sistema, podemos volver al asunto de ese sistema que llamamos mente:
Hemos visto que sus elementos más simples son los cualia, también hemos visto el tipo de relaciones iniciales que existe entre ellos: simultaneidad y mutua reactivación en cada nueva experiencia en la que coincide, al menos, uno de esos elementos.
Con sólo esto me atrevo a afirmar que hemos descrito y explicado cómo se forma la mente humana inconsciente. Y a partir de aquí podemos explicar el modo peculiar en que funciona esa mente o si se quiere decir en términos del antes citado Matte Blanco la lógica propia de la mente inconsciente (lógica que él formula en términos de la lógica matemática de Russell-Whitehead: lógica simétrica vs. asimétrica).
Las características del sistema inconsciente son las que enunció Freud en su célebre (y discutida) obra La Interpretación de los Sueños, características de las que únicamente me interesa destacar aquí dos, a saber: A) en el sistema inconsciente hay ausencia del factor temporal y B) hay ausencia del principio de no contradicción.
Es decir: ni tiempo ni negación; o, dicho de otro modo: sólo hay presencia (actualidad) y no hay contradicción, cosa que ya vimos cuando hablamos de sentimientos opuestos y simultáneos o, mejor dicho, de sentimientos que contienen simultáneamente valores negativos y positivos, pues en sí mismos no son contradictorios, sólo lo son para la consciencia.
Una vez aclarado el concepto general de sistema, podemos pasar a plantearnos cuáles son las causas o hechos que ‘ponen en funcionamiento’ al sistema mental, pues no todos los procesos que ocurren en el cerebro tienen que ver con la mente. Por ejemplo, el cerebro regula muchos procesos del organismo (respiración, ritmo cardiaco, vigilia o sueño, actos reflejos ‘automáticos’ a un estímulo, etc., por mencionar sólo algunos que son perceptibles para el sujeto).
Es un error, bastante frecuente entre neurocientíficos, calificar a esos procesos como inconscientes pues, aunque es cierto que transcurren sin que la mente sea consciente de ellos (como no somos conscientes de la circulación linfática o sanguínea), sería más apropiado decir que son procesos cerebrales ‘ajenos’ al ámbito propio de la mente (a nadie se le ocurre decir que la circulación de la sangre es un hecho inconsciente). Cuando hablamos de consciencia o inconsciencia, se sobreentiende que estamos hablando de asuntos o características de los procesos mentales, los cuales involucran necesariamente ciertos procesos cerebrales que todavía no han sido suficientemente aclarados por las neurociencias.
De paso, sobre esta última cuestión, creo oportuno señalar que las neurociencias han comenzado, a partir del último tercio del siglo XX, a investigar cuáles son los hechos neuronales que acompañan a la consciencia, por iniciativa de Krick (el mismo que descubrió, junto con Watson, la forma de doble hélice del ADN). Pero tengamos en cuenta que una cosa es saber cuáles son esos hechos cerebrales y otra muy distinta ‘explicar’ la consciencia. Por ejemplo: una cosa es saber cómo funciona una bicicleta (de qué está formada y cómo se mueven sus piezas) y otra bien diferente explicar su movimiento, que no es consecuencia de esas piezas, sino de la fuerza que se les comunica.
Lo que tratamos de averiguar ahora no es de qué está formado el sistema mental (cosa que ya hemos visto y llegado a la teoría de que está formado por cualia producidos por la experiencia), ni tampoco cómo funciona ese sistema mental (reactivando enlaces o relaciones entre esos cualia), sino qué es lo que hace que se produzca dicha reactivación.
Pues bien: ya hemos visto que una cualidad sensible es originada por un estímulo, sea procedente del mundo exterior o del interior del propio cuerpo.
En cualquier caso cualquier estímulo produce un efecto en una u otra parte del cuerpo, efecto que consiste en que el órgano afectado es apartado de su propio equilibrio homeostático, y reacciona de tal modo que recobra ese equilibrio.
Por ejemplo, en el caso de una célula de la retina ocular, el estímulo recibido (que la ‘excita’) es una onda luminosa de cierta frecuencia e intensidad (si se trata de ondas fuera de ese ámbito, ultravioleta o infrarrojo, la retina no se estimula: son ondas invisibles). Esa célula excitada, recobra su estado de equilibrio anterior emitiendo o descargando una señal electroquímica al nervio óptico.
Cuando el estímulo es de origen interno, por ejemplo, que se produzca un gasto de glucosa, el órgano en cuestión restablece su equilibrio enviando la ‘señal’ correspondiente hasta la zona cerebral donde se produce la sensación de hambre.
Lo que quiero poner de manifiesto con esos ejemplos simples es que el sistema mental es puesto en actividad a raíz de que el cuerpo necesita algo que sirva para restablecer su equilibrio homeostático.
Dicho del modo más breve posible: la mente se pone en funcionamiento cuando el cuerpo necesita algo.
La tarea de la mente es ‘averiguar’ y responder a eso que ‘me pide el cuerpo’, por expresarlo en términos coloquiales.
Eso ‘que me pide el cuerpo’ es a lo que Freud vino a llamar ‘pulsión’. Él empleó el término alemán ‘trieb’, palabra sin equivalente en español ni en inglés, y que fue traducida a la palabra española ‘instinto’ por Ballesteros (primer traductor de su obra completa) (edición promovida por el filósofo Ortega y Gasset y que revisó el propio Freud, que conocía bien nuestro idioma y que había leído en su juventud ‘El Quijote’); y por Strachey que la tradujo al inglés con la palabra inglesa ‘instinct’.
El propio Freud había señalado que prefería utilizar el término ‘trieb’, en vez de ‘instinkt’, porque el segundo (instinto) se refiere a una conducta programada del individuo; mientras que ‘trieb’ es un impulso de origen orgánico carente de un programa de conducta específico.
El neologismo español ‘pulsión’ fue propuesto por el segundo traductor de la obra completa de Freud, el argentino Etcheverry, debido a las connotaciones que sugiere ese término tales como la de un impulso o empuje de índole indeterminada o inespecífica. (Su raíz latina ‘pellere’=empujar,