Hemingway en la España taurina. Alfonso Martínez Berganza
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Nos duele que, después de este párrafo tan justo y veraz, Edgar Neville no haya tenido la suficiente caridad que se debe a quien no puede pagar en moneda de réplica. Me refiero a esos dos artículos aparecidos en ABC a la muerte del premio Nobel, tan poco prudentes en un hombre inteligente. Me gusta más lo de Rafael García Serrano en la dedicación a Hemingway de “La fiel Infantería”, recordado por Castillo-Puche en Pueblo el día 3 de julio de 1961, y escrita en vida de aquel: “A Ernesto Hemingway, en recuerdo de Teruel, frente a frente y en paz”.
A fin de cuentas esta dedicatoria es el mejor fruto para los que lucharon y supieron que lo hacían únicamente por España, al margen de la política y de los que se mancharon las manos en tropelías y vicisitudes turbias, o aquellos otros que escurrieron el bulto.
El verano sangriento
Con esta honestidad y lealtad con su arte, que es principio de veracidad, Hemingway escribió El verano sangriento, cuyo análisis queda para el final de este libro. En el reportaje aparecido en Life hay conocimiento, descripciones y crónicas taurinas que ni los críticos más perspicaces de la fiesta han conseguido. Quizá esto haya sido porque no se lo han propuesto o por razones que no vienen al caso y que son más bien propias de críticos que de escritores. Pero el hecho cierto es que Hemingway en El verano sangriento acumuló —el reportaje es claro y didáctico en lo taurino— todo lo que llevaba dentro desde hacía más de treinta y cinco años en torno a los críticos, los toreros y los toros; y como los “entendidos con cátedra” no sabían por dónde darle la cornada, se agarraron a lo de “los trucos baratos”. La afisión, que no la afición —¡maldito dinero!—, se escandalizó y fue animada por quienes podían moverla, pero nunca contestando de cara al planteamiento del problema sino, como hacen los malos estudiantes, buscando la solución por los flancos y el adorno pijotero, como también hacen los torerillos baratos. Y se dio el caso de que los mismos que movieron las campañas antimanoletistas en la vida del cordobés, con salidas de tono y no serios enjuiciamientos, y los mismos que criticaron —eso sí, justa y duramente— toda la rémora toreril que trajo el acercamiento al toro y los desplantes debidos a ese acercamiento, 6 aunque señalando su origen con cierta malicia, no exenta de orfandad pecuniaria, fueron los mismos que movieron la campaña contra el Nobel no sólo metiéndose en los linderos de la cuestión, sino atreviéndose con su condición de escritor y de hombre. El acercamiento al toro y toda la mixtificación que la fiesta trae consigo, no es tan actual como parece —aunque nunca llegara a los extremos de nuestro tiempo—, sino que ya en la época de Joselito es pecado y comienza a ser lastre cuando Belmonte reaparece ante los públicos españoles.
Por lo tanto no hay que escandalizarse de lo que tan certeramente apuntó Hemingway y que determinó ciertas salidas por peteneras, desgarramiento de vestiduras y denuestos inelegantes contra el premio Nobel. Se le acusó de la importancia de llamarse don Ernesto —y no me refiero al ponderado artículo de César González Ruano,7 sino a cierta charla radiofónica que tuve la desgracia de soportar en 1960—. Quiero dejar bien claro que en esta charla se le acusaba de la importancia de llamarse don Ernesto, amén de no entender de toros, pero de nada más de lo que precede a este apartado. Lo escrito queda, pero las palabras vuelan y luego ¡vaya usted a saber! Se habló de su ignorancia taurina, se le llamó imbécil, con otras palabras, e incluso se llegó a decir que no sabía escribir.
La revista Life no fue ajena a estas demostraciones, y las cartas al director, en los números siguientes al primer reportaje de El verano sangriento, lo demuestran de una forma evidente. Extracto una carta aparecida en Life en español, donde el autor del libro La muerte de Manolete, un ciudadano de Belvedere (California), llamado Barnaby Conrard, reprocha duramente a Hemingway lo dicho sobre Manolete y afirma:
Concuerdo en que la manoletina realizada por toreros de menor cuantía resulta una vulgaridad, pero en manos de Manolete era otra cosa, digna y emocionante. Esto aparte, Manolete poseía el repertorio más clásico, limitado y puro de todos los toreros contemporáneos. Ahora bien el señor Hemingway todavía escribe mejor que nadie sobre el toreo, esté yo de acuerdo o no con él.8
La polémica
Al margen de todo lo suscitado por el reportaje entre la opinión taurina española, que desde luego desconocía en gran medida el reportaje, el diario Pueblo abrió una encuesta que fue polémica. En esta encuesta abundó la sensatez, aunque también hubo ocasión de soportar salidas de tono —dimanadas, ya hemos señalado algo, pero luego puestas de manifiesto, del desconocimiento absoluto de lo que había sido Hemingway y que Pueblo tuvo que extractar para evitar mayores dislates—, suficientemente desencaminadas para cerrar lo que era la lucha en buena lid, al convertirse en pelea de compadreo y vecindad. Pero el periódico siguió adelante y se puso de manifiesto, aparte toros, toreros y torerías, que deben estar “Las cosas en su punto”, brillando el juicio ecuánime sobre el de los que buscaban tras la obra de Hemingway otros avatares que no hacían al caso por olvidados y mendaces.
Hay un hecho evidente en toda esta polémica, y es que no se puede hablar por boca de ganso, porque entonces lo que se dice son gansadas. Para mayor abundamiento —se puede hablar menos sin conocimiento—, decía José María Bugella en esta encuesta:
Para defender a Manolete de las acusaciones de Hemingway se debían requerir dos condiciones previas: haber visto torear a Manuel Rodríguez y haber leído El verano sangriento. Sin estos requisitos previos, la polémica reivindicativa es pura ebullición de rumores nacionalistas. […] Porque Hemingway —que vio torear a Manolete— se limita a recoger las objeciones que revisteros conocidos y aficionados relevantes hicieron al maestro cordobés.
Sigue el artículo en un tono contrapuntístico y real donde queda bien clara la absoluta falta de malicia de Hemingway, que fue maldad en las campañas que los revisteros hicieron contra Manolete. Campañas “que amargaron el triunfo del torero e hicieron penosísimas sus competencias con Marcial, Domingo Ortega y Arruza”.9
Con anterioridad a este artículo había visto la luz, también en Pueblo, lo que para mí, junto a lo que exponía el Sr. Bugella, hubiese sido digno punto final a toda discusión en torno a El verano sangriento. Me refiero al artículo de José Luis Herrera, cuyo título ya era suficiente para comprender el cariz de la campaña taurina anti-Hemingway. Éste se titula “Hablando en serio”, y es digno de tomarse en consideración porque es serio.10 Empezaba así:
Cuando se anuncia un campeonato de esgrima, todo el mundo — incluso los participantes— se percata de que va a celebrarse un campeonato de esgrima. Creo que lo que Pueblo convocó, tras la polvareda levantada en torno a El verano sangriento, fue una encuesta sobre Manolete. En modo alguno una batalla campal. Gritar en una encuesta, caer en éxtasis, mostrar las desgarradas vestiduras es como inscribirse en un campeonato de esgrima para liarse a tiros o a simples puntapiés en las canillas con el adversario de turno. Algo que se opone a las leyes del juego, que en este caso consisten en conocer, ponderar y razonar. Si, como creo, fue Manolete hombre cabal y de buen entender, más estimaría una noble razón en contra, que un alarido insustancial y primaria en pro. Es curioso que en Pueblo y en otros periódicos están surgiendo opinantes cuya más seria confesión estriba en afirmar que no han leído el reportaje de Hemingway. Otros no lo confiesan, pero se les transparenta. Lo que no impide que sus dicterios insistan en un estribillo común: “¿Qué sabe Hemingway de Manolete si no le vio torear?” Es curioso,