Hemingway en la España taurina. Alfonso Martínez Berganza
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No es ocasión de transcribir íntegros estos dos artículos, defensa recia a Manolete y sentido ecuánime de la verdad, que tiempo habrá para ello a lo largo de estas páginas, pero es digno de mencionar, como continuación a lo anteriormente reproducido, que aun en los más acérrimos defensores de Manolete que han lanzado la voz contra Hemingway sólo ha habido pobreza en la defensa del cordobés. Pobreza no exenta de mancha pues ha sido suscitada en beneficio de otros toreros, pero nunca cogiendo al toro de frente y con la muleta cuadrada, sino usando del adorno barato en orden a aquello que dijo Jesucristo en el Evangelio: ver la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio. Es una pena que la tradicional fama caballeresca de los españoles, que culmina en la Rendición de Breda, haya llegado a extremos tales que no sepan ya romper la cadena que nos separa de Europa, sino del mundo.
La verdad
La verdad ha quedado señalada y puede sintetizarse en que muy pocos, casi ninguno de los que chillaron, habían leído el reportaje. Habían oído campanas y no sabían de qué se trataba. Y como había que gritar, ¡hala!, a hacerlo y a tirar por tierra lo que fuese más necesario para ser más papistas que el Papa, con tal de formar parte del coro histérico del nacionalismo a ultranza. Y a los que lo leyeron, ni les interesó asimilarlo, ni se adentraron en la vasta obra taurina de Hemingway. Por razones que no expongo, pero que el lector adivina y sabe, no tercié en la encuesta —estaba muy reciente el premio Hemingway11 y a lo peor me llamaban la atención, porque puestos a protestar eran capaces de decirme, sin saber ni conocer y teniendo mucho que callar, lo que Eugenia Serrano ha dicho muy recientemente con cierta inconsciencia no privada de mala intención: “Además, de la misma manera que hay personas ricas que por una invitación a comer gratis hacen alguna bajeza, es muy difícil mantener la crítica con persona que invita a whisky siempre”.12 Admiraba a Hemingway desde hacía mucho tiempo.13 No lo conocí personalmente, pero desde aquel momento en que la verdad quedaba en entredicho, pensé que había que hacer algo para demostrar que él sabía de toros “como pocos españoles y ningún extranjero”.14 Y sobre todo que era un escritor, un artista, no un erudito, y mucho menos un cronista o revistero taurino.
Una cita
Quince días antes de la muerte de Hemingway, poco más o menos, aparecía en ABC lo que su autor titulaba “Pequeña glosa a Cuando suena el clarín”, que escribía el crítico taurino y escritor Antonio Díaz Cañabate. En esta glosa, y no sin cierta ironía —ya revisaremos en el apéndice anunciado el libro de Gregorio Corrochano en desgracia de los conocimientos de don Ernesto y que va más allá de lo taurino hasta lindes tendenciosas—, se aludía a Hemingway como un “vulgar taurino”.15 Aquí las tornas pudieran cambiarse en beneficio del juego de palabras o lapsus, aunque yo nunca lo cambiaría, pues a pesar de que Díaz Cañabate es un buen escritor, no es ni premio Nobel, ni mucho menos universal. Pero todo esto, como en casos anteriores, sin ser historia, pertenece a la fase final del libro que me ocupa.
Intención o propósito
La realidad es que tras todo este batiburrillo de ideas y apuntes de polémica, de glosa, de desprecio, se apunta la finalidad que me guía. Y ésta no es otra que poner a disposición de todos y por encima de aficionados a los toros y críticos, y los que han criticado sin saber, una antología de los textos taurinos de Hemingway, añadiendo pequeños comentarios dedicados a fijar mi postura. Pero antes de seguir adelante, es necesario fijarla, y mi postura es clara, como en el caso de Hemingway: servir a la verdad.
Una última observación
Que es más de una, pues creo preciso apuntar algunas pequeñas notas para los suspicaces. Si bien me entusiasman los toros, no soy un entendido en toda la extensión de la palabra. Soy hombre que se apasiona fácilmente, que voy a los toros, que sigo las corridas de más allá de mi residencia habitual a través de la televisión cuando puedo y transmiten, que en ambos casos observo y luego leo las crónicas taurinas. No deseo que se me catalogue como escritor taurino.16 Soy un aficionado honrado que no grita nada más que de entusiasmo, que bastante castigo tienen con su conciencia los toreros cuando quedan mal. Es su pecado mortal, y lo pagan bien. Vaya esto de antemano para los que juzguen mis propósitos. Pero hay una razón necesaria que es motivo de este libro, razón ya apuntada, y es que admiré, y admiro, la obra de Hemingway, no como un incondicional, sino como una persona que sabe apreciar el esfuerzo de una vida y que conoce un gesto puesto a disposición de la sinceridad de toda una obra. Una obra que alcanzó extensión universal y el galardón máximo del Nobel con un relato suficiente, no para justificar una vida, sino un prestigio. Vaya esto por delante como anticipo a comentarios apresurados.
En este libro voy a extractar textos taurinos de Hemingway. Concretamente Fiesta, Por quién doblan las campanas y El verano sangriento. Creo que esto es suficiente para poder medir la afición y el conocimiento taurino de Hemingway en contraste con sus detractores. En los textos reproducidos he respetado íntegra la traducción de los mismos tal como ha llegado a mis manos, pese a sus diferencias de sintaxis e idioma,17 que no por ello culpo a Hemingway de los mismos, que fue un clásico en su idioma y que detestó las traducciones españolas de su obra.
Quiero finalmente añadir que admiré a Manolete, que me entusiasmó Domingo Ortega y que he llegado a discutir muy duramente en defensa de Luis Miguel Dominguín pero que también me apasiona sobremanera Antonio Ordóñez, lentitud y factura sin igual hasta la borrachera del jaleo. También, creo que está en alguna llamada de las muchas que tiene este capítulo, que solamente escribí una vez de toros y que lo hice para conseguir un amigo, y que a ese amigo que nunca tuve delante va dedicado este libro, en el que yo sólo he puesto entusiasmo. Dios quiera que mi afán se vea compensado. Así sea.
1 E. Hemingway, “The Dangerous Summer”, Life, 5,12 y 19 de septiembre de 1960. E. Hemingway, “El verano sangriento”, Life en español, 31 de octubre, 14 y 28 de noviembre de 1960.
2 “Gratos recuerdos de Hemingway”, Life en español, 7 de agosto de 1961.
3 Corrochano, en el libro antes citado, dice primero: “El reportaje veraniego es un folletín irreverente con Manolete muerto, y tendencioso…” Más tarde añade en clara paradoja, refiriéndose a la obra de Hemingway que armó la polvareda: “Manolete no tiene nada que ver con el tema”.
4 Líneas de un artículo de Edgar Neville, aparecido en ABC, y que el mismo periódico recogió el martes 4 de julio de 1961, con ocasión de la muerte de Hemingway.
5 France-Soir, 4 de julio de 1961.
6 Véase, más adelante en este libro, el capítulo dedicado a Fiesta.
7 C. González Ruano, “La importancia de llamarse don Ernesto”, ABC, 4 de julio de 1961.
8 Life en español, 28 de noviembre de 1960.
9 J. M. Bugella, “Sobre la historicidad imposible del arte inenarrable”, Pueblo, 16 de enero de 1961 (ver Apéndice).
10 J. L. Herrera, “Hablando en serio”, Pueblo, 14 de enero de 1961 (ver Apéndice).
11 Se refiere al primer premio Hemingway para artículos periodísticos de tema taurino con que fue galardonado el autor, A. Martínez Berganza, por “El desolladero” (ver Epílogo).
12 E. Serrano, “Por quién doblan los wiskhys”, Pueblo (a.c. ver pág. 34).