Proceso a la leyenda de las Brontë. Aurora Astor Guardiola
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Las leyendas, definidas como narraciones de sucesos fabulosos que se transmiten por tradición como si fuesen históricos, pueden llegar a usurpar en ocasiones el puesto de las auténticas realidades, transmutándose entonces en objeto de observación y especulación por parte de aquellos que las escuchan o leen. Pero la fuerza de algunas leyendas es tan grande que éstas pueden llegar también al mundo académico más formal, pasando a ser entonces objeto de investigaciones y análisis profundos cuyos resultados se discuten en foros especializados o se publican en páginas que circulan por ese exclusivo mundo. Las personas en torno a las cuales se entretejió la leyenda pueden convertirse entonces en auténticos personajes de ficción conocidos universalmente. Éste ha sido el caso de la leyenda o mito de las Brontë. Al tratarse de personas de carne y hueso, y carecer de las connotaciones de los dioses o héroes míticos tradicionales, que proporcionan paradigmas, reglas, mapas, matrices duraderas de sentido y verdad para el obrar y el padecer humanos, las Brontë han otorgado a la leyenda un carácter social o cultural que, precisamente por su propia naturaleza, no ha dejado de redefinirse desde sus orígenes. Desde la perspectiva de este estudio, la idea de Barthes acerca de la importancia de la mitología con respecto a la construcción de la realidad se amplía con la reflexión del ecocrítico Neil Evernden, quien considera que durante este proceso los conceptos sociales se depositan en la naturaleza dando origen a una nueva pseudonaturaleza que, de hecho, es, o puede llegar a ser, totalmente histórica (Evernden: 138). Como cualquier otra leyenda, la de las Brontë también ha transformado la realidad.
Uno de los peligros del exceso de absorción cultural de las biografías de escritores es que sus obras puedan caer en el olvido. Existe también otro peligro quizá más negativo todavía, el de que las obras lleguen a ser importantes en tanto en cuanto pueden tomarse como espejos de las vidas de sus creadores. En la mayoría de los casos, por muy justificativa de la obra que la vida sea y por muchos detalles biográficos que aparezcan en el texto literario, la diferenciación entre literatura y vida suele quedar bien definida. Aunque una obra literaria contenga mucho de su autor, generalmente como lectores no solemos fusionar totalmente la biografía de un escritor con su obra o confundir al escritor con uno de sus personajes literarios. En el caso de las hermanas Brontë, en 1941, Fannie Ratchford ya se quejaba del torrente de biografías y trabajos vertidos acerca de ellas.[2] Tal era el caudal de este torrente que, en su opinión, ningún otro escritor excepto Shakespeare y Byron había sido objeto hasta entonces de semejante interés. Tras la Segunda Guerra Mundial, hubo un renacimiento del interés por la época victoriana que no ha hecho sino engrosar la corriente de estudios brontëanos hasta provocar una furiosa y, a menudo, polémica inundación (Martin, 1966: 15). Algunos críticos han apuntado que una de las razones de esta excesiva y salvaje especulación acerca de la vida de las Brontë, así como de las fantásticas teorías surgidas en torno a sus novelas, podría ser que, curiosamente, ya no puede decirse nada nuevo acerca de ellas (Winnifrith y Chitham: 1).
Aparte de los cientos de miles de personas que han leído Jane Eyre o Wuthering Heights, debe de existir otro número igual de personas que, sin haber leído las novelas, en algún momento se han sentido cautivadas por la historia de la casa de tintes góticos al borde de los páramos y por la vida de sus ocupantes. Aunque, como iremos viendo a lo largo de este libro, la idea de que los Brontë fueron una familia formada por personas tímidas, solitarias, poseídas por fuerzas oscuras, encerradas en un pueblo aislado de Yorkshire resulta inexacta y absurda, esto es precisamente lo que la leyenda ha ido transmitiendo. Si he de ser sincera, yo misma debo confesar que también en algún momento he sentido algo muy parecido a lo que escribió el crítico y poeta Algernon C. Swinburne (1837-1909) en 1877: «Desde el primer momento en que en el colegio leí las novelas J.E. y W.H. siempre he sentido el mismo deseo que sentí entonces por saber todo lo posible sobre las dos mujeres que las escribieron» (cit. Martin, 1966: 16). Pero, como acertadamente señalan Tom Winnifrith y Edward Chitham, es difícil decidir si para la comprensión y valoración de su literatura el conocimiento de la vida de estas escritoras puede ser un obstáculo o una ayuda (Winnifrith y Chitham: 4). Desde luego en muchas ocasiones, el conocimiento de la biografía presta un flaco favor al lector en tanto en cuanto impide apreciar sus méritos individuales o el verdadero propósito de su escritura. El camino más sencillo en la interpretación suele ser el de suponer que su propósito no es otra cosa que un desahogo emocional: la compensación de una existencia constreñida en el caso de Emily, o la fantasía revivida de una vida frustrada, en el caso de Charlotte y Anne (Craik: Intr.). Cuando la mirada sociológica se dirige a la literatura, ésta deja de ser el objetivo principal, trasladándose entonces el foco de interés a los procesos sociales de su producción y recepción. Con respecto a las Brontë, y de acuerdo con M.ª Ángeles Durán, creo que tanto la literatura como la leyenda generada a partir de su biografía y de la misma literatura se perciben fundamentalmente como «un producto social que recibe y genera influencias sociales», de modo que «el interés del estudioso o el lector se divide entre el objeto literario y su tránsito social» (Durán: 11).
La razón de la extraordinaria confusión entre la literatura y la vida de las hermanas Brontë se debe a tres circunstancias fundamentales: en primer lugar, a la ocultación original de sus nombres reales en su primera aparición literaria; en segundo lugar, a la publicación, tras la muerte de Charlotte, de la obra de Mrs. Gaskell The Life of Charlotte Brontë y, por último, al carácter social y cultural tanto de la literatura como de la leyenda, que han ido adquiriendo nuevos matices a través de los cambios ideológico-sociológicos de las distintas etapas históricas que han atravesado. También podrían incluirse aquí las opiniones de personas de reconocido prestigio que conocieron personalmente a las Brontë y, tras la muerte de Charlotte, escribieron acerca de ellas insistiendo en aspectos enfatizados también por la biografía de Gaskell. Es el caso del poeta y ensayista Matthew Arnold (1822-1888) que, poco después de la muerte de Charlotte, creyendo que ésta había sido enterrada en el cementerio próximo al Parsonage y no en la cripta de la iglesia, escribió en Fraser’s Magazine el poema titulado «Haworth Churchyard» en el que ensalza a la escritora. Por su parte, la escritora Harriet Martineau (1802-1876), a pesar de haber roto su relación con Charlotte tras su crítica de la novela Villette, se dedicó a escribir acerca de su desgraciada vida en una casa en medio de «las agrestes colinas de Yorkshire... en un lugar en donde nunca se veían periódicos» (cit. Barker, 1995: 775) en las páginas del periódico Daily News. También el famoso escritor William Thackeray (1811-1863) escribió un elogio a Charlotte en abril de 1860, en la introducción editorial de Cornhill Magazine a su último fragmento de Emma. Al final de este elogio escribe: «¡Qué historia / la de esa familia de poetas / en su soledad más allá de los siniestros páramos norteños!» (cit. Wheeler: 55).
A través de sus obras, pero también a través de la leyenda, las Brontë han sido santificadas, psicoanalizadas, redefinidas por el feminismo como lesbianas y anoréxicas, o victimizadas por la sujeción al poder patriarcal. De entre esta variedad de interpretaciones pueden extraerse dos ejemplos concretos: en el caso de Charlotte sobre todo, debido a la centralidad de la mujer en su pensamiento creador, la exégesis feminista ha descubierto a una mujer en búsqueda de su identidad (Miles, 1990: 39), pues a través de sus heroínas Charlotte explora esta búsqueda con más amplitud y fluidez que cualquiera de los personajes literarios femeninos anteriores. En cuanto a Emily, su personalidad y obra han sido interpretadas desde una perspectiva mística a través de lo que, en términos psicológicos, se denomina «sentimiento oceánico», que hace referencia tanto a la sensación de desinterés por y de liberación de la carne como a la de fusión