Republicanas. Luz Sanfeliu Gimeno

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Republicanas - Luz Sanfeliu Gimeno Oberta

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en vehículos autónomos de difusión de cultura, de denuncia de las injusticias cercanas y cotidianas, y de reivindicación de las aspiraciones sociales de los más desfavorecidos.

      Así pues, la publicación se concebía también como un canal, a la vez, de oposición política, de crítica social y de difusión cultural y literaria. Como también afirma Suárez Cortina al referirse a la prensa republicana en el periodo de la Restauración, dicha prensa

      Esta misma actitud se repite en el año 1901, cuando El Pueblo anuncia su segunda época. Más que un periódico de opinión, el diario era para los propios blasquistas un símbolo de la autonomía y de la libertad de los republicanos. Como ellos mismos afirmaban:

      Y aunque la gente humilde leía poco y los que leían el periódico eran sobre todo militantes republicanos, Pigmalión, rememorando esos años, nos deja percibir el interés que el diario blasquista despertaba entre los trabajadores:

      El hecho de que la lectura de El Pueblo alcanzase una notable difusión en la ciudad y se realizase incluso en voz alta en las fábricas y, posiblemente, en los casinos y demás organizaciones republicanas, nos permite además apuntar varias consideraciones. Los afines a la causa no dudaban en diferenciarse y en mostrar en público su ideología, escuchando en los espacios de trabajo o de ocio –es decir, ante el resto de la comunidad–, las noticias y artículos que contenía el periódico. Su interés por estar informados y en contacto diario con el órgano de difusión del republicanismo suponía, además de formar parte de una red de afinidades, un acto de autoafirmación frente al exterior. Entre quienes se reunían a escuchar la lectura, además, se atenuaban las fronteras entre alfabetos y analfabetos, entre los que podían o no podían comprar el periódico.

      Sin duda, como reflexiona también Habermas, el carácter patriarcal de la nueva publicidad burguesa excluyó en su origen a las mujeres, al igual que a los trabajadores, campesinos y «populacho» en general. Como la misma política liberal, la prensa incurrió en una contradicción flagrante respecto a lo que eran las premisas esenciales de su autoentendimiento. La publicidad política, en un principio, fue dominada por los hombres de determinados sectores sociales y quedó determinada, de una manera sexista, tanto en sus estructuras como en sus relaciones con la esfera privada. Sin embargo, los mecanismos mismos de la publicidad liberal, excluyendo a los «otros» –que constituían el afuera de su propio proyecto– no reparó en que la propia publicidad estaba culturalmente tan entrelazada con lo que trataba de excluir, que acabó sucediendo que, desde dentro, los propios excluidos fueron transformando la propia prensa.

      El periódico El Pueblo, autoidentificándose en sus discursos con los excluidos, dio cuerpo y sentido, voz y

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