Republicanas. Luz Sanfeliu Gimeno
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Resulta también cierto que la prensa republicana y las élites intelectuales que la difundieron, al no encontrar acomodo en el sistema propuesto por la Restauración, en muchos casos trataron de difundir planteamientos racionalistas e igualitarios a través de discursos populistas, basados en dicotomías que enfrentaban a un pueblo idealizado con los oligarcas, políticos caciquiles y jesuitas indiferenciados y de variados pelajes.
Sin embargo, esta simplicidad de los discursos populistas, de algún modo, potenciaba el poder latente de los sectores sociales más desfavorecidos, llegando a representar la acción colectiva popular como un mecanismo básico para transformar la sociedad. En este sentido El Pueblo decía:
Espero la salvación de España con la solución definitiva de las cuestiones pendientes, no de los partidos políticos, ni de los estadistas, ni de los generales, ni de las intervenciones extranjeras que se buscan sin pudor, sino de la plebe descamisada, que será tardía, pero cierta.15
Por ello, lo que se pretende analizar en los discursos blasquistas no es la veracidad de los columnistas habituales del periódico, ni los mayores o menores aciertos del partido, sino el proceso de conformación de determinadas identidades que se difundían entre sus lectores. La plebe descamisada dispuso a través del periódico de un vehículo que acrecentaba su autoidentificación, lo que les permitió experimentar el poder de sus actuaciones en las prácticas cotidianas.
Como también afirma Suárez Cortina, el periodismo republicano
fue, sin lugar a dudas, el instrumento del que las élites se sirvieron para transmitir a las masas un mensaje de movilización establecido sobre un discurso de ciudadanía, tan difícil de difundir en una sociedad atrasada, sometida al universo de la superstición y el analfabetismo.16
En el diario las referencias a la vida personal, a los papeles femeninos o a la vida familiar eran escasas, porque las informaciones de El Pueblo estaban dedicadas mayoritariamente a las noticias de actualidad de la vida política local, estatal o internacional, a los anuncios o a la sección literaria.
Sin embargo, entre 1895 y 1910, también se apuntaban determinados ideales de feminidad, masculinidad o respecto a la vida familiar cuando se describían las actividades cotidianas de los militantes del partido; y también cuando, a través de un proceso de diferenciación y oposición, se criticaban posiciones, hábitos de conducta o de comportamiento de otros grupos sociales. En las crónicas de sociedad, en los sucesos o anuncios que daban cuenta de la actividad local, se obtienen toda una serie de datos que hacen posible la aproximación, no sólo a las representaciones de los sujetos que los republicanos aspiraban a ser y al hogar que debían formar, sino también a las prácticas de vida de los militantes y de las familias republicanas.
Así pues, es posible afirmar que, a partir del acceso cada vez más importante de los ciudadanos y ciudadanas a la prensa, en este caso al diario El Pueblo, los republicanos intentaron también que las identidades de hombres y mujeres, además de construirse a través de vivencias y experiencias, se constituyeran por referencias morales, por consignas ideales relacionadas con unos determinados presupuestos ideológicos que hacían también referencia a la vida privada.
Asimismo, en la sección literaria, a través de los folletines que se publicaban por entregas en el diario, los lectores y lectoras del periódico republicano encontraban determinadas representaciones de la vida amorosa y de las relaciones familiares, que indirectamente incitaban a la identificación, que proyectaban modelos positivos y negativos, que debieron forzar la comprensión de las vivencias de los lectores y lectoras, ampliando sus universos inmediatos en lo que se refería a las relaciones amorosas y a las atribuciones de los géneros.
Ese supuesto lector o lectora simpatizante con el movimiento blasquista obtenía, a través de la lectura de las novelas, informaciones que potenciaban un discernimiento más autónomo, que no sólo dependía de las presiones y pautas que regían en el entorno inmediato. Las vidas de ficción que todos los días se podían ir leyendo en los folletines por entregas también negaban o afirmaban los ideales colectivos que debían convenir, en ese ámbito íntimo que el blasquismo aspiraba, asimismo, a transformar.
La literatura se convertía así en la arena del disfrute, pero también, de la reflexión. Espacio abierto a la hora de analizar la conformación de esas identidades colectivas, cuyas propuestas y críticas se convirtieron paulatinamente en demandas políticas y morales que establecieron nuevas ideas y consensos respecto al conjunto de la vida social.
En este sentido, las diversas formas de los «discursos» utilizados por los blasquistas habrían tenido un carácter abierto y sus usos sociales podrían plantearse como un diálogo constante entre las experiencias sociales y los lenguajes disponibles.17 A través de la relación entre la ficción de las novelas, que se publican o se reseñan en el periódico, y las representaciones y las prácticas de vida de los militantes blasquistas, que también aparecen reflejadas en El Pueblo, se hace posible percibir el complejo entramado que desplegó el republicanismo valenciano para dotarse de una identidad social, combinando en sus representaciones el poder de la ficción literaria con el de la propia «realidad» cotidiana, hasta dar sentido y legitimidad al mundo social que estaban tratando de construir.
La relación del blasquismo con la tradición popular resulta uno de los capítulos más sugerentes de las reflexiones de Reig en torno al tema. Como afirma el historiador
[els] blasquistes portaren una pràctica de cara als costums, hàbits, comportaments i tradicions populars que podríem resumir en dues paraules: dignificació i politització.18
En ambos sentidos –dignificación y politización– se pueden analizar los roles de género y las representaciones y prácticas de vida de los blasquistas respecto a la vida familiar. A las formas de vida cotidiana y privada de las clases populares, el blasquismo trató de darles contenidos progresistas y, a la vez que las fiestas se politizaban, y que en los carnavales los disfraces aludían a imagen de la propia República o que, tras la quema de alguna falla, la banda de música tocaba La Marsellesa, la vida familiar y las identidades de hombres y mujeres de clases populares se constituían en relación con atribuciones que contenían notables rasgos políticos, lo que contribuía además a su dignificación. Mientras que la sociedad moderna y burguesa se constituyó en un proceso progresivo de depuración, que incluía relegar toda una serie de tradiciones literarias y comunicativas de la cultura popular y de la tradición oral, en los primeros años de blasquismo, dichas tradiciones no desaparecieron del todo, y continuaron funcionando adaptadas y transformadas en relación con el contexto y con la propia ideología republicana.
Por ello, «los textos» –también los de ficción– publicados en el diario El Pueblo tuvieron una función ideológica que recuperaba las aspiraciones de las clases populares y les daba forma cultural, conformando la identidad colectiva de los sectores que se oponían al sistema de la Restauración, tanto en lo político y económico como en lo cultural.
Y aunque no es posible pensar en un «grupo» blasquista, ni en un público lector en singular, sino en un colectivo que mantenía una cierta homogeneidad y que buscaba establecer determinados consensos basados en una serie de principios e ideales comunes, la referencia al mundo republicano o a los blasquistas,19 a lo largo de la investigación, incluye opiniones, a veces contrapuestas, que sin embargo dejan entrever un modo común, una forma propia de afrontar y criticar la realidad. De esta forma, los blasquistas compartieron una «visión del mundo» que, conceptualmente, puede ser definida como «el conjunto de aspiraciones, de sentimientos y de ideas que reúne