Republicanas. Luz Sanfeliu Gimeno
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Las figuras tanto de Cánovas como de Castelar, de Sagasta, o Estévañez se analizan evaluando el conjunto de cualidades y comportamientos que conforman su personalidad; y en muchos casos, su vida familiar, el confort o el sacrificio, la comodidad o las renuncias gozadas o sufridas son las que definen, también, las intenciones públicas y la valía política del personaje. Las declaraciones de los políticos dejaban de tener valor o cobraban todo su valor sólo si eran capaces de ser coherentes con sus ideas, haciendo de su compromiso público un compromiso vivencial.
Desde estos parámetros, el juicio que el periódico aplicaba a los personajes que mencionaba solía ser benigno cuando se guardaba fidelidad a los principios, o podía ser implacable o demoledor en el caso contrario.
2. LA CONCIENCIA INDIVIDUAL, GUÍA DE LAS ACCIONES
Porque, en última instancia, cuando los individuos se comprometían políticamente, la necesidad de coherencia personal se hacía del todo necesaria incluso para mantener la propia conciencia de la nación. En un artículo titulado «Nación sin conciencia», el articulista criticaba los desastres políticos haciendo referencia, de nuevo, a la pérdida de los valores entre los hombres que gestionaban los asuntos públicos sin que los electores les demandasen responsabilidades. Pues no debían ser los mayores o menores éxitos, ni los beneficios materiales, como «los monárquicos [que] se aprovechan del voto para el medro personal», ni las presiones externas, ni el disfrute del poder. La base de cualquier proyecto político renovador era también la conformación de una conciencia autónoma que, en el interior de cada sujeto, permitía que éste se comprometiese con la colectividad y viviera consecuentemente en la línea de sus pensamientos. Ése era el principio que les diferenciaba, según su punto de vista, del resto de grupos políticos, porque no hacían uso de una doble moral y trataban de vivir sin someterse a ninguna moral externa ni a ninguna claudicación material. Por ello también muchos republicanos ilustres, después de abandonar sus cargos políticos por mantener sus ideas y actuar como les dictaba su conciencia, vivían en la pobreza.33
Vivir de este modo era fundamental en la nueva representación de la acción política que en ningún caso era una tarea fácil. Incluso la dificultad de la empresa se convertía en heroicidad y mérito, ya que, en última instancia, ése era también el sentido de un concepto de libertad que se definía como fundamento de una subjetividad ajena a cualquier servilismo. Como afirma Reig, «el tema de la libertad está siempre presente de una forma directa y hasta hermosa» en los artículos del periódico y en las grandes campañas que reiteradamente emprenden y que «muestran una pasión sincera que se comunica al lector».
Desde estos presupuestos, en un artículo titulado «Catecismo revolucionario»,34 cuando el escritor se pregunta retóricamente por las virtudes positivas de un buen republicano, la repuesta dice así:
La primera tener decisión; la segunda no confiar ni un minuto más en otra cosa que no sea la guerra activa á la monarquía, y la tercera y más importante, no dejarse seducir por nada ni por nadie.35
También cuando el periódico menciona que «a D. Alejandro Pidal le sale un hijo librepensador», el articulista matiza sus propias palabras añadiendo: «en el sentido de que piensa por sí, libremente, sin miedo al qué dirán, sin plegarse á conveniencias ni á prejuicios».36 Incluso cuando Benito Pérez Galdós «ingresa en la falange republicana», escribe una carta (que publica El Pueblo), en la que el escritor hace explícito que se reserva la independencia en todo lo que no sea incompatible con las ideas esenciales de la forma de gobierno que los republicanos defienden.37
Incluso cuando las mujeres republicanas tomaban la palabra, continuaban remarcando esa necesidad de acogerse a la libertad interna (que no se deja seducir por nada ni por nadie); libertad que se forma a través de la razón y la instrucción, mecanismos básicos para formar esas subjetividades «verdaderamente» autónomas.
En un mitin celebrado en Sagunto por los librepensadores, se narra el discurso pronunciado por Belén Sárraga con las siguientes palabras:
Hizo la historia de la mujer en la antigüedad y la consideración en que era tenida por los sacerdotes.
Añadió que no quería esclavas ni que siguieran sus doctrinas, sino que se instruyeran y luego con libertad siguieran las doctrinas que les inspirase su libre criterio.38
Los republicanos entendían la libertad como plenamente ligada al desarrollo de la razón individual, pero también como plenamente capaz de distanciarse de los seres o de las ideas que desde el exterior marcaban, observaban o juzgaban las conductas.
En el mismo sentido, cuando en 1898 Blasco Ibáñez agradece a sus votantes su elección como diputado, remarca también la importancia política que tiene para «el obrero honrado» (que le ha otorgado su voto) el desarrollo, a través de la educación, de un juicio autónomo que le permite elegir políticamente.
El obrero honrado que adquiere su instrucción en las horas de descanso, formándose sus opiniones con independencia, y purifica su voluntad de tal modo que sabe resistir las seducciones y da su voto al que cree más digno.39
Aun cuando las palabras de Blasco contienen, sin duda, una clara intención política que pretende redundar en su propio beneficio y en el de su partido, dichas palabras no dejan de remarcar la importancia que para los republicanos tenía la construcción de ese ámbito privado de elección, basado en el propio discernimiento.
Habermas,40 reflexionando sobre tres modelos de política deliberativa, afirma que según la concepción republicana la política no se agota –como afirma el liberalismo– en la función de mediación entre el Estado y los ciudadanos, «sino que es un elemento constitutivo del proceso social en su conjunto. La política es entendida como forma de reflexión de un plexo de vida ético». En la concepción liberal, la política (entendida en el sentido de formación de la voluntad política de los ciudadanos) tiene la función de
imponer los intereses sociales privados frente a un aparato estatal que se especializa en el empleo administrativo del poder político para conseguir fines colectivos.
En la concepción republicana, la política constituye el medio a través del cual «los miembros de comunidades solidarias [...] se tornan conscientes de su recíproca dependencia» y tratan de configurar, y transformar con voluntad y conciencia, y a través de relaciones de reconocimiento mutuo, esa comunidad en una asociación de ciudadanos libres e iguales. Y para estas prácticas, además de la solidaridad, que se constituye como una fuente de integración social, es necesaria también la práctica de la autodeterminación ciudadana que emerge de una base social autónoma.
Por ello, para que la sociedad civil fuese independiente de la administración pública liberal y del tráfico económico privado, era necesario también que los ciudadanos republicanos se percibieran a ellos mismos, primero, como portadores de unos principios e ideales específicos y distintos a los que mantenía no sólo el liberalismo más conservador, sino también de los que mantenía el liberalismo progresista; y segundo, que dichos republicanos fuesen capaces de actuar e incidir en la sociedad, haciendo coincidir sus ideales con sus conductas y prácticas cotidianas; lo que significaba