Republicanas. Luz Sanfeliu Gimeno
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O dicho de otro modo, los seres o agentes sociales sólo existimos en una comunidad, lo que significa –como afirma Béjar, analizando las teorías del comunitarismo– que «la comunidad no es por ende un atributo sino un elemento constitutivo de la identidad».41 Así, los sujetos se forman como tales sujetos participando en comunidades o grupos específicos. Por tanto, la libertad se define no sólo a partir de las limitaciones sociales que enfrentan a unos seres o grupos a otros, sino también como el ejercicio diario que supone la conciencia de las interdependencias existentes entre los miembros que forman una comunidad o grupo.
3. AUTONOMÍA PERSONAL Y VIDA POLÍTICA
Así, y haciendo un recorrido que podríamos denominar de doble sentido, esos ideales profesados por los blasquistas debían materializarse efectivamente en la vida política, puesto que, en última instancia, sólo los individuos libres, autónomos y racionales, como afirman las siguientes palabras, podían –una vez unidos y organizados libremente– construir una nueva sociedad, sus instituciones e incluso proponer socialmente nuevas formas de conducta.
Cierto que con el poder divino del pensamiento, con el empleo de la razón, con el influjo de la ciencia, con el trabajo de la propaganda, siempre tienen las ideas pocos ó muchos adeptos, constituyen sistemas y hasta forman escuelas, pero verdad también que nunca se convierten en hechos, ni las adoptan los pueblos, ni rigen la vida, si los encargados de realizarlas no se unen, no se organizan, no suman sus fuerzas para crear instituciones, leyes o reglas de conducta.42
Los republicanos valencianos, identificados en muchos casos con el ideario de los krausistas españoles, asumían «la idea de la nación como una realidad construida en el tiempo por la voluntad colectiva».43 La autonomía personal cobraba sentido al extenderse al municipio, a la región, y a la nación, proponiendo una democracia que iba más allá de lo que representaba, puesto que afirmaba los derechos civiles y políticos de los nuevos ciudadanos libres e individualmente formados, para mejorar sus vidas y decidir en toda cuestión. Comunidad e individuo se debían equilibrar y reforzar porque, como afirmaba un articulista del periódico,
al entendimiento humano podrá dársele á conocer que el bien de todos juntos es el bien particular de cada uno, y amarlo ha el corazón por instinto y conveniencia.44
Lógicamente, la única forma de gobierno que garantizaba verdaderamente la aplicación y la instauración de esta dinámica social era la:
¡Bendita mil veces República, única forma de gobierno que garantiza la moralidad, por lo mismo que da al pueblo medios de protesta y le deja intervenir real y continuamente en el gobierno!45
Una de las características del republicanismo popular fue la concepción de la República como un mito, como el motivo movilizador de las mejores energías del pueblo porque se presentaba como la única alternativa moralizadora. Pero, además, frente al reformismo de la Restauración, que promovía la corrupción en las alturas y la inhibición en las masas, la República significaba abrir el camino a la modernización.46
Pero, aunque con frecuencia los blasquistas utilizaban la dicotomía de proyectar dos bandos beligerantes que se enfrentaban a los partidos conservadores, ellos mismos siempre se volvían a autodefinir como
los que buscan el establecimiento de verdaderos, puros principios democráticos; es decir, aquellos por los cuales gobierna la universalidad de los ciudadanos, y son por lo tanto contrarios a todo privilegio divino ó humano, de religión, de herencia, de sangre, ó de condición capitalista.47
El gobierno de «la universalidad de los ciudadanos», siguiendo de nuevo el análisis de Habermas, no significaba, como desde la concepción liberal, gozar sólo de derechos subjetivos frente al Estado o frente a los demás ciudadanos, sino tener derecho a la participación y a la comunicación política. Para el republicanismo, lo importante no era sólo que la política les garantizase la libertad frente a las coacciones externas, sino también la participación en una práctica común,
cuyo ejercicio es lo que permite a los ciudadanos convertirse en aquello que quieren ser, en sujetos políticamente responsables de una comunidad de libres e iguales.48
La formación política adquiría, así, dimensiones que acercaban la acción pública y de gobierno a los auténticos valores que habían inspirado las revoluciones liberales; porque, como apuntaba otro artículo del pueblo: «del despotis-mo no se va á la libertad, ni por la autoridad absoluta al ejercicio de la razón, que es la conciencia».49
En parte, los problemas de la política española, el escepticismo y la compra de votos, eran una consecuencia directa del despotismo que mantenían los políticos del resto de partidos que, defendiendo sus propios privilegios, impedían la participación popular y el libre ejercicio del sufragio.50
El voto, que sólo podían ejercer los varones, se convertía, por tanto, en el símbolo político de la libertad individual, y la venta de votos en la negación de toda capacidad subjetiva relacionada con la voluntad, la libertad y el honor personal.
Refiriéndose a Catarroja, donde los blasquistas sospechaban que el médico compraba con dinero los votos, un articulista de El Pueblo afirmaba:
Aquí el voto no supone juicio ni voluntad, deber y derecho, honor y honra. La facultad de elegir, el voto, el sufragio, esta sagrada creación de la voluntad, este acto inviolable del albedrío, supone en Catarroja el loco afán de un encubrimiento personal.51
Y aunque el populismo blasquista en ningún caso llevó a la práctica la totalidad de ideales que defendían en sus discursos, y jugó sus propias bazas –sobre todo para acrecentar su poder político–, la organización del propio partido y de los grupos afines al republicanismo daban pruebas de estar dispuestos a ejercer esa democracia vinculada a la libre elección de sus representantes, dejando que fuese la propia voluntad de sus afiliados la que asumiera las decisiones del partido o del grupo del que formaban parte.
Ya en el año 1897, cuando se explican en El Pueblo los acuerdos de la Asamblea Nacional Republicana que dará origen al nacimiento del Partido Fusión Republicana, se expresaban de este modo,
la conducta que en el porvenir seguirán todos los republicanos fusionados, es casi seguro que se convendrá que no siendo el nuevo partido de escuela cerrada, será lícito a todos sus afiliados la propaganda individual de distintos puntos de vista políticos, siempre que no afecte á las buenas relaciones de concordia y unidad establecidas en la base.52
Como consecuencia del texto anterior podemos deducir que formar parte del partido no debía implicar renunciar a las propias opiniones, sino establecer puentes para la unidad que debía hacerse desde la base.
Esta democracia comunicativa y participativa más compleja y difícil de llevar a la práctica cuando se trataba de ganar elecciones políticas y formar un partido fuerte– sin embargo, acentuaba la autoformación individual de los militantes republicanos a través de la práctica de la política, y situaba en un