Republicanas. Luz Sanfeliu Gimeno
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De esta forma, los principios ideológicos defendidos por los republicanos, se incorporaron a la política, y puestos en práctica a través de la militancia activa, debieron reforzar las propias identidades de sus militantes varones, los cuales se convirtieron en sujetos «valiosos» que podían tomar decisiones, elegir por ellos mismos, y contribuir con su trabajo a conformar las estructuras y los cargos de representación que organizaban el partido y las organizaciones afines al republicanismo.
Como llegaba a afirmar un articulista de El Pueblo:
Ser hombre y no ser político indica una excentricidad en los tiempos que corremos. Algo parecido al no ser del que hablan los filósofos noveles en sus opúsculos de regalo.66
O también,
Nos pavoneamos los demócratas y los hombres de nuestro tiempo con las grandes conquistas en el papel escritas, que no grabadas en la vida, en las costumbres, en los intereses...67
Pero además, el Estado y las leyes eran los encargados de aplicar y garantizar esa noción de democracia que debía hacerse presente en muchos aspectos de la vida cotidiana.
Al igual que la política, que era parte de una elección personal, también la religión se comprendía como una elección, relacionada con la propia conciencia subjetiva.68
De este modo, una parte significativa de las protestas anticlericales de los blasquistas se relacionaban con la libertad religiosa de la que debían gozar todos los ciudadanos. La debilidad de los gobernantes, incapaces a la hora de respetar esa parte de la libertad que proclamaban las leyes, era objeto de críticas; porque el Estado estaba obligado a terminar con los privilegios que mantenía la Iglesia católica, y a garantizar la libertad de culto.
En 1901, el periódico denuncia que mientras Silvela pide el cumplimiento «de los artículos de la Constitución que garantizan la libertad de conciencia», sucedía que
a los individuos de la Sociedad Bíblica, obrando correctamente con la ley, han sido en muchos pueblos apaleados por los igorrotes católicos a los que no ha pasado nada. ¡Ah! Fariseo, fariseo, así anda todo en España, regido ó rajado por Pantojas o Pantojillas sin más ideales que la satisfacción de sus menguados apetitos.69
La Constitución que debía garantizar la libertad de conciencia no era igual para todos.
De nuevo, en 1909, los blasquistas vuelven a insistir en los mismos principios cuando afirman:
Nosotros lejos de atacar á la Iglesia, más bien la defendemos de los que con sus actos reprobados la denigran y escarnecen; la defendemos con el más amplio espíritu de justicia, considerando que los hombres han de ser libres en la profesión de sus ideas y en el ejercicio de su culto; con la esperanza de una equitativa reciprocidad que garantice la libertad de nuestras conciencias.70
Siguiendo de nuevo a Habermas, mientras que la concepción liberal mantiene una noción del derecho y del orden jurídico consistente en que dicho orden permite decidir en cada caso particular qué derechos asisten a qué individuos, según la concepción republicana, los derechos subjetivos se derivan de un orden jurídico objetivo que debe posibilitar y a la vez garantizar «la integridad de una convivencia basada en la igualdad, la autonomía y el respeto recíprocos».71 Desde la concepción republicana se establecía, por tanto, una conexión interna entre la práctica de la autodeterminación de los pueblos o comunidades y el imperio personal de las leyes.72 Entendidas como un marco colectivo de convivencia, las leyes, que eran universales e iguales para todos, no podían hacer diferenciaciones entre sujetos o grupos, puesto que su función era dar a cada individuo la potestad de ejercer su propia libertad amparado en la objetividad del orden jurídico.
Pero para formar la libertad de criterio y de elección de sus militantes la tarea del blasquismo debía ser acrecentar la razón individual y tratar de plasmarla en la realidad. Lo que había supuesto un esfuerzo de formación y autoformación dirigido, sobre todo y en un principio, a los varones de los sectores sociales más desfavorecidos, es decir, a esas masas irracionales y apasionadas que debían socializarse y aprender a vivir y a vivirse desde parámetros nuevos. Como ellos, también afirmaban: «Toda rebelión está en la cultura. Con un arma se comete un crimen: con una idea se construye un pueblo».73 La garantía de una nueva política, desde su punto de vista, estaba relacionada con ese nuevo sujeto político capaz de discernir, porque previamente se había esforzado para formar sus ideas y sus opiniones con independencia. Como afirma Béjar;
las libertades civiles básicas serán aquellas relacionadas con el intelecto. La autonomía de la conciencia es el derecho liberal más importante y de él se derivan la libertad de pensamiento y la libertad de opinión. Pero el pensamiento ha de hacerse acto y así aparece la libertad de acción.74
Por ello y para que los hombres se convirtieran en sujetos libres era necesario que se «formasen» racionalmente.
En este proceso de autoformación de los individuos blasquistas, la transformación de la identidad genérica masculina se constituyó en fundamental, el eje alrededor del cual giraron muchos de sus programas sociales y culturales.
Las mujeres y la transformación de su identidad genérica, sin embargo, fueron una cuestión secundaria y, mayoritariamente, estuvieron en función de los intereses masculinos. Las mujeres como las que formaron la Asociación General Femenina, en los orígenes del partido, compartieron con los hombres cierto protagonismo y también los mismos principios ideológicos. Pero su cometido social, la «encarnación» en la identidad femenina de los principios que los republicanos mantenían, no fue como en el caso de los hombres una prioridad del partido. Tampoco en las representaciones que el periódico hacía de las mujeres se percibía con claridad un proyecto identitario referido a las mujeres que tan claramente se manifestaba cuando se referían a los hombres.
No hay que olvidar que el idealismo republicano (que Habermas pone también en cuestión)75 se aplicaba sobre una comunidad específica, en un contexto concreto. Aunque las representaciones del periódico, a veces, parecían referirse a un pueblo único e indiferenciado, los procesos democráticos no siempre están orientados de una forma simple y lineal –como decían los blasquistas– hacia la conquista del progreso y del bien colectivo. Las identidades colectivas, aun cuando se representaban como universales, no podían ocultar que las diferencias entre los individuos que, en aquel tiempo formaban la sociedad valenciana, se basaban en ejes valorativos «marcados» por la tradición y el contexto que, en este caso, atribuían a las mujeres cometidos políticamente no significativos. Estas particularidades adscritas a los sujetos (como la etnia, el género, la edad) estaban históricamente determinadas e influían sobre las posiciones, significados y prácticas que dichos sujetos podían o debían emprender en el «nuevo» contexto. Pese al populismo de los discursos republicanos que, de algún modo, parecían contener las aspiraciones femeninas, los blasquistas eran un partido político, también, con profundos intereses electorales que hacían que los varones, que eran quienes podían votar, se constituyeran en el grupo prioritario con el que se comprometió el blasquismo. No hay que olvidar que