Republicanas. Luz Sanfeliu Gimeno
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Sin embargo, del mismo modo que la dinámica policlasista que promocionaba el blasquismo, se apoyó en la necesidad de establecer una conciencia laica, autónoma o racional –permitiendo el reconocimiento de los varones más o menos desfavorecidos, como sujetos capaces de gozar de derechos políticos–, también en este proceso, las mujeres republicanas obtuvieron bases, legitimación para poder reclamar sus derechos, sobre todo apoyándose en las nuevas identidades masculinas, que extendía la política hasta la familia y la cotidianidad, en cuyo seno ellas gozaron de ciertas atribuciones. Sin embargo, la ciudadanía política de las mujeres y su consideración como sujetos autónomos en pocos casos se concretó de una forma clara en el proyecto blasquista. Pero, lateralmente, las mujeres tomaron contacto con un nuevo universo público, político y de relaciones sociales que les permitía desarrollar, también, una capacidad de discernimiento progresivamente autónomo.
4. EL OCIO MASCULINO
La necesidad de que los hombres de los grupos sociales más desfavorecidos adaptaran sus conductas a unos determinados ideales resultaba, sin embargo, una tarea compleja. Porque en una sociedad donde la educación y la cultura eran inaccesibles para la mayoría de los ciudadanos, resultaba difícil acercar y popularizar formas de conocimiento y pensamiento, en principio reservadas a las élites intelectuales que formaban parte mayoritariamente de las clases medias urbanas o de los sectores sociales más acomodados.
Las ambiciones del krausismo, que demandaban «una reforma general del país a partir de un ideario armónico, solidario y laico», tuvieron su concreción en la Institución Libre de Enseñanza, a través de la cual los intelectuales españoles aspiraban a difundir una ciencia social y política reformista basada en un nuevo espíritu armónico y racional que, superando el individualismo abstracto del liberalismo filosófico, extendiera ideas relacionadas con una nueva economía social y una organización de la vida social organicista, democrática y solidaria más acorde con las nuevas realidades de la sociedad española de su tiempo. Las doctrinas y los objetivos educativos del kausoinstitucionalismo, pese a no estar inscritos en ninguna escuela específica, tuvieron una notable influencia entre muchos de los políticos e intelectuales de finales del siglo XIX;77 pero la difusión de sus ideas entre las «masas», sobre todo entre las capas sociales más desfavorecidas, fue una tarea que implicó a muchos de los grupos afines al republicanismo.
Combinando visiones, unas veces moderadas y otras veces más radicales, el periódico El Pueblo asumió la tarea de socializar a los ciudadanos progresistas en la nueva ética política y social que el krausismo y las élites intelectuales más liberales trataban de difundir. A través de la acción y de la representación política, los casinos republicanos, las escuelas laicas, los grupos de librepensamiento y las Sociedades Obreras, organizados en torno al partido republicano que había fundado Blasco y a su órgano diario de difusión, trataron de dar coherencia y aplicar en la práctica el proyecto que los regeneracionistas krausistas y los republicanos demandaban para transformar la nación. También, los grupos socialistas, anarquistas, las corrientes relacionadas con la escuela moderna o los grupos que trataban de difundir el esperanto, tuvieron en ese tiempo un espacio abierto para difundir sus ideas en el diario republicano. Así, lograron en las primeras décadas del siglo XX sembrar el sueño de un pueblo republicano emancipado de los poderes emergidos tras la revolución liberal y de la deriva oligárquica del liberalismo español a lo largo del siglo XIX. Pero lograron, además, que ese pueblo, al que los republicanos se dirigían haciendo uso de una notable demagogia, se convirtiese en sujeto activo de la política y de la vida social.
Para la formación de los blasquistas en el nuevo ideario fue necesario socializar a los hombres en nuevos modelos de comportamiento en lo que hacía referencia al disfrute del tiempo libre y, también, a las relaciones con las mujeres y con la vida familiar.
A principios de siglo, la radical segregación entre los sexos en las clases populares hacía que el tiempo de ocio masculino se dedicara sobre todo a las reuniones en las tabernas, donde la charla, el juego y la bebida eran las principales ocupaciones. Este ocio exclusivamente de los hombres, donde las mujeres no tenían cabida, ocupaba su tiempo de descanso y daban lugar a una sociabilidad sin objetivos, en muchos casos irracional. A veces, llena de peleas y discusiones, que condenaba a los varones a embrutecerse con el alcohol y a perpetuarse en hábitos que los republicanos consideraban anacrónicos e inmorales y en cuya transformación se comprometieron, con la intuición de que era necesario modificar ciertas nociones sobre el significado y las vivencias de la masculinidad para poner en marcha algunos cambios sociales importantes.
En todas las novelas del ciclo valenciano de Blasco Ibáñez, La barraca, Cañas y barro, Flor de Mayo, Cuentos valencianos y Entre naranjos aparecen reiteradamente escenas donde se describe cómo este ocio masculino que se vive en tabernas y casinos se significa, por un lado, como un espacio de expansión, de encuentro y distracción, que en algunos casos conduce a una cierta degradación de la conducta de los hombres; y, por otro lado, como ajeno, casi una huida de los hombres de las responsabilidades y presiones del entorno familiar.
Espacio de una supuesta libertad masculina, en el casino los hombres pueden hacer abiertamente comentarios sobre Leonora, la cantante de ópera que en Entre naranjos se había establecido en Alzira, mujer independiente y de vida libre, de la que «sólo hablaban bien los hombres en el Casino, cuando se veían libres de la protesta de su familia».78
Las tabernas, el juego, el alcohol, donde hombres con hombres se distraían y hablaban, ajenos a la presencia femenina, demarcaban el espacio real y simbólico no sólo entre los géneros, sino también entre las responsabilidades sociales que tenían los hombres con respecto a su trabajo, su familia y su propia personalidad, que sólo entre hombres se mostraba finalmente sin cortapisas. Las presiones sociales exigían de los hombres cargas y compromisos que sólo se subvertían en el espacio donde se encontraban solos; en las tabernas, por ejemplo, donde podían expresar finalmente una masculinidad, provisionalmente, al margen de sus deberes sociales.
Como se narra en La barraca, refiriéndose a los encuentros masculinos en la taberna de Copa, «cuando un padre de familia ha trabajado y tiene en el granero la cosecha, bien puede permitirse su poquito de locura».79 Pero, seguidamente, en la descripción de la actividad de los hombres en el local de Copa, se muestra cómo este «poquito de locura» sobrepasa ciertos límites y las reyertas y peleas se hacen presentes. Los conflictos sociales, la rabia de los labradores por la explotación a la que les somete el «amo» de la tierra, se vuelve contra los mismos labradores que, aletargados por el alcohol, se enfrentan entre ellos en las tabernas y garitos, incapaces de comprender que sus disputas bravuconas no son la solución a las arbitrariedades de los propietarios.
Así, esta noción de la identidad masculina violenta, que se expresaba sobre todo en el tiempo de ocio, perpetuaba a los hombres de clases populares en valores y hábitos de conducta que el blasquismo, como ya hemos dicho, consideraba necesario transformar.
Por tanto, el ocio en las tabernas, en el juego o en los toros se significaba por los republicanos como una válvula de escape a través de la cual se expresaba una masculinidad, en muchos casos chulesca, prepotente y agresiva, promocionada por el poder para perpetuar en el inmovilismo y en la ignorancia a los grupos sociales más desfavorecidos, principales practicantes de este tipo de entretenimientos realmente muy extendidos en la época. Como cuenta Pigmalión «había entonces en Valencia muchos garitos y casas de juego defendidas por chulos baratos y matones».80
Una de las expresiones más directas de esta relación que los blasquistas establecían entre la identidad masculina