El río morisco. Bernard Vincent
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A la hora de descubrir los nombres de sus iniciadores, los interesados se distribuyen en dos grupos. De un lado, los que manifiestan haber aprendido de manera espontánea en el seno de la comunidad; de otro, los que designan una persona concreta: cuatro veces la madre, dos veces el padre, dos veces el padre y la madre, una vez una abuela, una vez una tía paterna, otra unos parientes instalados en una aldea abandonada veinte años antes, una última una mujer de la morería de Valencia. Todas estas personas tienen en común el hecho de haber fallecido en el momento de la visita inquisitorial.
Este conjunto de datos muestra los límites de la encuesta. A pesar de la insistencia del equipo inquisitorial (inquisidor, escribano, traductor), a pesar de las presiones psicológicas, que se adivinan, los moriscos no confiesan más que aquello que quieren decir. Les es difícil ocultar la profesión de fe o el uso del nombre musulmán, pero pueden ser más discretos sobre otros aspectos menos fáciles de verificar. Por ello, todo es cuestión de estrategia, algunos prefieren negar en bloque, otros estiman menos peligroso reconocer algunas culpas. No obstante, todos concuerdan en no denunciar a terceros. El procedimiento tiene sus problemas, pues el inquisidor está al acecho, cruza las confesiones y anota las contradicciones. Entre Sebastián Xativí que no confiesa más que la profesión de fe musulmana y su esposa, Ángela Barber, que reconoce el uso de los nombres prohibidos, la observancia del Ramadán y de la fiesta del sacrificio del cordero y recita varias suras del Corán, la diferencia es chocante. No lo es menos entre Ángela Fátima Moximi, quien confiesa profesión de fe, empleo de nombres y recitación de oraciones, y su marido Joan Gamot Ramat, quien se declara excelente cristiano. En este caso el inquisidor se muestra incrédulo. Indica a su interlocutor que ser cristiano nuevo, tener un nombre musulmán y estar circunciso son, en conjunto, indicios de herejía. Persistiendo el interesado en sus negaciones, se le pregunta lo que conoce de la fe cristiana. Y precisa el escribano: «no sabe ni persignarse ni hacer la señal de la cruz». Con todo, Joan Ramat no se halla entre los moriscos heréticos absueltos y reconciliados en la iglesia de Benimuslem el 17 de septiembre de 1574. Parece que finalmente se aceptaron sus explicaciones.
La benignidad del inquisidor no es sorprendente más que en apariencia. Al hilo de los interrogatorios ha constatado la relativa pobreza del islam local. Aquí parece, bien al contrario de lo sucedido en las aldeas vecinas de Benimodo y de Carlet, que no ha tenido necesidad de los servicios del intérprete. Todos los que se presentan pueden expresarse en lengua romance, castellano o catalán. Sin embargo, en Benimodo y en Carlet, 6 de las 291 mujeres interrogadas no conocían más que la lengua árabe. Primera diferencia. Además, mientras que, en Carlet, 38 de los 44 niños relacionados entre los 4 y los 9 años están circuncisos, y que, en Benimodo, todos los niños de más de 2 años lo están también, en Benimuslem, ninguno de los 8 niños de este grupo de edad lo está. Es incluso posible que el uso del nombre musulmán no sea general en los hogares. Leonor Berla, 28 años, Luis Ramat, 20 años, Ángela Berber, 25 años, manifiestan no tenerlos. Pero esta última miente, puesto que su marido la conoce también bajo el nombre de Nuzeya. Dejemos a la interesada el beneficio de la duda. Quizás ha seguido un recorrido idéntico al de Ángela Bolux, 22 años, quien había dejado de oír que se llamaba Aicha cuando era niña, mas esa práctica concluyó después. Añadamos una última singularidad de los habitantes de Benimuslem que, una vez más, los distingue de sus vecinos de Carlet y Benimodo. Ni una vez he encontrado matrimonios entre primos hermanos o alianzas cruzadas entre familias.
Así, las realidades se nos presentan extremadamente diferentes entre unas comunidades separadas todo lo más por una decena de kilómetros. En ello radica la mayor enseñanza de este pequeño estudio. En Benimuslem, el inquisidor no tiene necesidad de apurar a sus interlocutores en sus encastillamientos, no tiene que inquietarse con exceso de sus mentiras y de sus silencios. El islam local se encuentra en plena desintegración. Sin duda no ha resistido a la presión, a la vigilancia cristiano vieja. ¿Pero, podía? Una pequeña comunidad formada por gentes llegadas en su mayoría de otras villas y cuyos hijos van a menudo a instalarse a otras partes, no tiene la cohesión suficiente para mantener su identidad. Los habitantes de Benimuslem permanecen totalmente extraños al cristianismo, mas su islamismo, reducido a algunos gestos, es muy débil. La comunidad se halla en medio del vado.
NOTA: Publicado en L’Histoire grande ouvert. Hommages à Emmanuel Le Roy Ladurie, París, Ed. A. Fayard, 1997, pp. 459-464.
[1] Jean-Pierre Dedieu, «L’inquisition face aux morisques: aspects juridiques», en L. Cardaillac (ed.), Les morisques et l’inquisition, París, 1990, pp. 117-118.
[2] El expediente pertenece a un fondo de archivos privados. Las confesiones de los habitantes de Benimuslem están clasificados del número 1 al 46.
Los moriscos y la ganadería
Cuando se recuerda las actividades de los moriscos, es difícil no pensar en el especialista del regadío o en el arriero que surca los caminos de la Península. En este campo, como en muchos otros concernientes a la minoría cripto-musulmana, se han impuesto muchos estereotipos. Lejos de mí la idea de que no correspondan a la realidad. Los mismos son perniciosos por su condición de «reductores». Tienden a acrecentar la creencia de que el morisco era totalmente extraño a sectores completos de la economía; entre ellos, la ganadería.
La bibliografía sobre los moriscos es muda a este respecto, o en todo caso niega la existencia de ganaderos o pastores en el seno del colectivo. Algunos ejemplos tomados, no obstante, de las mejores obras publicadas proporcionarán una elocuente ilustración. Tulio Halperín Donghi, en su libro clásico sobre los moriscos valencianos, dedica algunas páginas a la ganadería para insistir en la importancia de los rebaños trashumantes venidos de Castilla y de Aragón.[1] Hace incluso algunas alusiones al ganado local, pero no dice nada en cuanto a eventuales propietarios moriscos. Estudiando el área almeriense, Nicolás Cabrillana no duda en afirmar: «en conjunto, la distribución sectorial de la población morisca no era muy distinta de la que podía observarse en la cristiana: predominio absoluto del sector primario, prácticamente reducido a la agricultura pues el morisco no era pescador ni pastor». Pero añade una frase que expresa su perplejidad: «Ni siquiera parece que aprovechara el monte como leñador, carbonero o cazador aunque esta afirmación no debe tomarse al pie de la letra».[2] Por su parte, Mercedes García-Arenal constata que «es notable que ni en los censos ni en los procesos aparezca ningún morisco que se gane la vida como pastor ni por medio de ningún otro oficio relacionado con la ganadería que era tan rica en la región conquense».[3]
Balance, por tanto, nada, o casi nada. Los moriscos ignoran o están ausentes de la ganadería. Mas, ¿se puede estar satisfecho de un diagnóstico tan rápidamente establecido? Ciertamente, no se puede poner en duda la observación bien afianzada de Mercedes García-Arenal. Sin embargo, en la coyuntura, lo contrario es lo que sería sorprendente. ¿Cómo los moriscos desarraigados en tierras castellanas después de 1570, enfrentados a condiciones de vida precarias, habrían podido disponer del capital necesario para la propiedad de ganado? ¿Y cómo los moriscos antiguos, de fuerte tradición urbana en Castilla o en Andalucía occidental podrían dedicarse a la ganadería? Por el contrario, los casos aragonés, valenciano y granadino son más problemáticos. El hecho de que los moriscos, en gran mayoría, hayan pertenecido del Ebro al Genil, al área mediterránea, a menudo ha conducido a enfatizar las relaciones entre la población morisca y la puesta en valor de las tierras de regadío. Como