Franquismo de carne y hueso. Gloria Román Ruiz

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Franquismo de carne y hueso - Gloria Román Ruiz Història i Memòria del Franquisme

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altamente pertinente para esta investigación por varias razones. En primer lugar, porque el microanálisis o «reducción de la escala de observación de los objetos con el fin de revelar la densa red de relaciones que configuraron la acción humana» ofrece la posibilidad de ampliar el zoom para captar la pluralidad y las sutilezas de las actitudes, comportamientos y percepciones de la «gente corriente», haciendo hincapié en lo social, lo cotidiano y lo cultural. Aunque presenta estrechas conexiones con la microhistoria, con la que comparte el interés por la «descripción densa», la historia desde lo local pone el foco en toda la comunidad, en lugar de tender a centrarse en un único individuo. En segundo lugar, porque introduce en el análisis «lo periférico, lo marginal, lo descentrado», que es precisamente donde se pone el acento. En tercer lugar, porque permite conocer y reconstruir con mayor nivel de profundidad el contexto espacial en que vivieron los sujetos históricos que analizamos.45 Finalmente, contribuye a revalorizar el a menudo olvidado mundo rural y a minar algunos de los tópicos que siguen pesando sobre él.

      Ahora bien, no se trata de hacer historia local de un lugar, con lo que se correría el riesgo de caer en el localismo que tan solo resulta de interés para los nativos, sino de responder a preguntas historiográficas de interés general desde lo local. Para ello conviene mantener un equilibrio con las escalas regional, nacional e internacional mediante el recurso a análisis multiescalares que nos impidan perder la perspectiva. Se trata de casar lo micro o particular con lo macro o general de forma que podamos comparar los diferentes, similares o idénticos ritmos evolutivos, así como confirmar o desmentir procesos y tendencias generales. Este libro es, por lo tanto, una historia desde lo local que recurre a diversos casos como pretexto para analizar cuestiones de relevancia historiográfica.

      El volumen analiza el mundo rural, el mayoritario en la España de la época,46 y se centra, sobre todo aunque no exclusivamente, en Andalucía Oriental. Frente al criterio estrictamente poblacional utilizado por el INE a la hora de discernir entre zonas urbanas y rurales, Cazorla Pérez propuso el empleo de un criterio mixto que considerase, no solo el número de habitantes, sino también su ocupación predominante. Sin embargo, más que en el tamaño o la actividad económica, sería conveniente introducir parámetros cualitativos como las formas de vida o la mentalidad de sus habitantes.47 Es indudable que durante el franquismo el mundo rural presentaba una serie de peculiaridades respecto al ámbito urbano. En este sentido, Veiga y Cabo apuntaron algunas de estas especificidades, como la prudencia, la cohesión de la familia y la comunidad, la desconfianza hacia el exterior, la importancia de la cultura oral, el faccionalismo y clientelismo o las estrategias basadas en las «armas de los débiles».48

      Por último, uno de los principales obstáculos que han encontrado los investigadores para practicar la historia de la vida cotidiana ha sido el de las fuentes. Ello ha tenido que ver con las dificultades a la hora de dar con evidencias que recojan las vivencias de los hombres y mujeres de a pie, dado que su voz rara vez quedó reflejada en documentos oficiales, pues muchos ni siquiera eran capaces de leer y escribir. Además, constatar documentalmente las subjetivas percepciones cotidianas de la población no resulta sencillo, en tanto que prácticamente solo son accesibles para el investigador en aquellos casos en que se tradujeron en comportamientos concretos y acabaron registrados de algún modo. En general, las actitudes aquiescentes pueden ser rastreadas en las fuentes mediante las huellas documentales que dejaron los colaboracionismos –actas de denuncia–, mientras que aquellas de rechazo son recuperables a partir de las sanciones impuestas a las acciones de resistencia que quebrantaban las normativas. Sin embargo, acceder al «estado de opinión» más o menos favorable hacia las políticas de la dictadura, la mayor parte de las veces no exteriorizado ni colaborando ni resistiendo, resulta mucho más difícil.

      Para soslayar estos obstáculos recurrimos a fuentes alternativas y muy diversas entre sí, susceptibles de complementarse mutuamente. La investigación que vertebra este libro se apoya en abundantes evidencias primarias, superando una de las quizá más recurrentes carencias de los trabajos centrados en las actitudes sociopolíticas, el desequilibrio entre un exceso de teorización y una escasa carga empírica. Algunas de ellas son fuentes tradicionales a las que se han lanzado nuevas preguntas, caso de las hemerográficas, estadísticas o (algunas de las) archivísticas. Otras resultan más originales, como las epistolares, las orales o los cuadernos escolares. Todas estas fuentes han sido tomadas con las debidas precauciones en tanto que fueron elaboradas en el contexto de un régimen que nunca garantizó las libertades individuales.

      Respecto a las fuentes archivísticas, hemos estudiado la documentación procedente de una decena de archivos municipales andaluces. Tanto en estos como en los archivos provinciales de Málaga, Jaén, Almería y Granada –en esta última ciudad también el Archivo de la Real Chancillería– hemos consultado fuentes de carácter judicial como los expedientes instruidos por los juzgados de paz, los incoados por el inspector de abastos y otras autoridades locales por infracción de las ordenanzas municipales, los partes de la Guardia Civil o las denuncias formuladas por los guardias rurales de las HSLG. Al manejar esta documentación, mayoritariamente generada tras la denuncia de un agente de la autoridad o de un particular, hemos de tomar la precaución de considerar que muchas de aquellas acusaciones pudieran ser sencillamente falsas. Entre los archivos nacionales en los que hemos trabajado se encuentra el Archivo General de la Administración, donde hemos consultado sobre todo las memorias anuales enviadas por los gobernadores civiles, la documentación generada por la Obra Sindical del Hogar o el suculento fondo del Gabinete de Enlace. También el Archivo del Partido Comunista, donde recopilamos numerosas cartas remitidas a la emisora de radio La Pirenaica por los oyentes de las zonas rurales. Por último, los archivos internacionales, concretamente The National Archives (Londres, Reino Unido), donde accedimos a la documentación diplomática generada por el Foreign Office.

      En cuanto a las fuentes orales, contamos con una muestra de alrededor de treinta informantes procedentes de diversos municipios de Andalucía Oriental. Este tipo de fuentes proporcionan la subjetividad imprescindible para el estudio de las percepciones bajo la dictadura que, lejos de suponer un lastre, constituye una virtud. Además, complementan y suplen parcialmente las carencias de las fuentes documentales en las que las mujeres, por ejemplo, quedan infrarrepresentadas, abriendo la posibilidad de dar voz a quienes tradicionalmente no la han tenido.49 A la hora de escoger a los sujetos entrevistados se ha tratado de mantener el equilibrio entre sexos, pero también entre generaciones, clases sociales y grado de implicación política durante el periodo de estudio, factores que condicionaron la forma en que experimentaron sus vidas cotidianas. El procedimiento seguido ha sido el propio de las historias de vida, entendiendo la entrevista como una conversacion flexible y fluida entre entrevistador y entrevistado en la que este último narra las cuestiones más significativas de su vida. Para ello se ha partido de un cuestionario previamente preparado a modo de guion orientativo. Una vez realizada la entrevista, se ha procedido a su transcripción teniendo siempre presente la necesidad de deconstruir el testimonio.50 Por supuesto, estas fuentes no están exentas de las limitaciones y deficiencias inherentes a todas las fuentes históricas, pero basta con ser conscientes de las «trampas» de la memoria –distorsiones o recuerdos a medida en función de la experiencia vivida y los cambios identitarios experimentados por el sujeto– y de que estas también pueden y deben de ser interpretadas para que ello no represente un obstáculo insalvable.

      En este sentido, aunque algunos se refieren a la historia como el conocimiento objetivo por oposición al conocimiento subjetivo representado por la memoria, a la que atribuyen un menor grado de rigurosidad y cientificidad,51 lo cierto es que ambas son formas complementarias de representar el pasado que se construyen socialmente.52 Incluso hay quienes niegan esta distinción, arguyendo que ambas son «actos de rememoración y reunión de evidencias».53 En el diálogo que se establece entre las fuentes escritas, «acabadas y limitadas», y las fuentes orales, «abiertas y vivas», existen puntos de confluencia y de divergencia, potenciaciones y contradicciones.54 La importancia de estas últimas residiría «no tanto en su observación de los hechos, sino en su desviación de ellos, en cuanto permite que la imaginación, el simbolismo

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