Añorantes de un país que no existía. Salvador Albiñana Huerta
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Deltoro era vocal del comité ejecutivo de la Casa de la Cultura y pudo haber encontrado algún acomodo profesional en la ciudad, cuyo tono burgués algo le escandalizó, pero decidió alistarse y cambió el despacho por el frente. Debió de ser en junio de 1938. Destinado al Grupo de Artillería de Figueras, tras unos meses en Piedras de Aholo, en el Pirineo de Lérida, fue nombrado comisario político de una unidad organizada por el Partido Comunista, el XIV Cuerpo de Ejército; un grupo guerrillero muy activo en el frente catalán en operaciones de sabotaje e inteligencia militar. En aquel otoño tuvo ocasión de encontrarse con Ana, quien desde agosto residía en Barcelona como directora de la Biblioteca de la Inspección General de Sanidad militar, una tarea que le había ofrecido José Puche, por entonces Inspector General de Sanidad del Ejercito de Tierra.
Deltoro esbozó otra de sus animadas semblanzas y recordó con detalle a diferentes compañeros de aquella unidad: al arquitecto croata Ljubomir Ilić, experto en explosivos al que Trueta salvó un brazo con su novedoso tratamiento de fracturas de guerra; a un asesor soviético oculto tras el nombre de «coronel Andrés», también experto en explosivos, y al mexicano Serrano Andónegui, que coordinaría el atentado fallido contra Trotski en mayo de 1940. Y sobre todo a amigos de Valencia como Antonio Buitrago –que sería responsable del aparato militar comunista en la Francia ocupada y fue asesinado por la Gestapo en 1941–; Peregrín Pérez Galarza, Caragato, muerto en un enfrentamiento con la Guardia Civil en 1948, en una acción guerrillera; Domingo Ungría, atropellado comunista de quien relata un inverosímil y fracasado viaje de Valencia a Odessa hacia 1935; el castizo y mujeriego Pedro Lahuerta, apodado el Frare, y a Pepe Agut, a quien encontraría de nuevo en México convertido en escenógrafo de éxito. Con algunos de ellos pasó su última noche de la guerra. En La Vajol, en una arruinada casa del siglo XVIII, brindando por el regreso a España.44
***
Ana cruzó la frontera francesa el 8 de febrero por Le Perthus. Lo hizo en un coche del XIV Cuerpo de Ejército, acompañada de dos amigas, una de ellas, María, esposa de Antonio Buitrago:
El francés tiene un gran respeto a los burgueses –declaró en 1995, con una coquetería que nunca perdió–, y viendo que íbamos en un coche enorme y yo iba bien vestida –hábito que he procurado conservar–, no nos registraron. Lamento haberme deshecho de una pistola que llevaba. Pasé con ropa, algo de ropa de Antonio, y afortunadamente con todos mis papeles ya que los tenía en Barcelona, el título, el nombramiento, todo.
Fue a Perpiñán y, tras unos días en París, acogida por Mireille Tremoulié, esposa de Ilić, estuvo por un tiempo en la localidad de Saint-Jean-de-Vaux, en la Borgoña.
Deltoro dejó atrás la frontera unos días después.
Pasamos de una manera organizada el día trece, digo de una manera organizada porque los últimos días fueron de una desorganización completa, ya había desbandada. […] Los gendarmes nos indicaron el camino que debíamos seguir y en un retén de policía ya nos quitaron las armas. […] En aquel retén nos pusimos en plan teatral, formamos y cantamos el himno de Guerrilleros, que era el Partisan: «Por llanuras y montañas guerrilleros rojos van, los mejores luchadores del campo y la ciudad…».
La escena, tras la que iniciaron el camino hacia el campo de concentración, tuvo lugar en Le Boulou, donde Deltoro se tropezó con un aturdido y abatido Carl Einstein, notable ensayista y crítico de arte a quien había conocido en Valencia en 1937. Detenido y puesto en libertad, Einstein, angustiado por el avance alemán, se suicidó cerca de Pau un año después de este fugaz encuentro.45
Tras cinco días de laberínticas caminatas llegaron al campo de Saint-Cyprien, playa de enorme extensión acotada por una larga alambrada entre la arena y la orilla del mar, que reunió a cerca de 90.000 refugiados. «Hay escritas toneladas sobre los campos de concentración. Cada uno tiene su campo de concentración y su paso de la frontera con todas sus cosas personales», le decía a Perujo, al referir aquellos miserables días de hambre, frío y enfermedades. Un tanto oculto tras el pseudónimo de cabo Antonio de la Vargas Machuca –la militancia comunista debió de aconsejarlo–, Deltoro estuvo en Saint-Cyprien entre finales de febrero y abril, momento en el que, junto con su grupo y restos del Ejército del Ebro, pasó al cercano campo de Barcarès. Allí recibió alguna carta de Ana con noticias sobre la creación en París de la Junta de Cultura Española y la organización de embarques con destino a México.46
A través de Ana -que se entrevistó en París con Quiroga Pla y Giner Pantoja, miembros de la Junta- el Comité francés de Ayuda a los Intelectuales españoles, que dirigía Jean Cassou, localizó y pudo sacar a Deltoro de Barcarès. Debió ser mediado junio y le fue a recoger el escritor Vladimir Pozner, miembro de la AEAR, que le condujo a Perpiñán y a Narbona, a un Centro de Acogida atendido por el Comité Británico de Ayuda a España. Allí, 18 de julio, pudieron reunirse Ana y Antonio. Alguna foto les muestra felices por el reencuentro. Ya no se separarían. De los días de Narbona, Deltoro traza otra de sus pequeñas galerías de raros con el extravagante y pintoresco director de cine Francisco Camacho, el poeta valencianista Puig Espert –febrilmente prendado de Maruja Camarena, una modelo de los carteles taurinos de Ruano Llopis– y sobre todo con el médico Pedro Vallina, figura notable del activismo anarquista español, a quien evoca con veneración. «Me hizo feliz durante mi estancia en Narbona», declaraba. Aquellos días fueron un dolce far niente, con paseos, pláticas y lecturas. Entre ellas, La Veillée à Benicarlo, versión francesa de la obra de Manual Azaña, publicada en París en agosto de 1939. Esta reflexión sobre la guerra, escrita en abril de 1937, les indignó, una actitud acorde con la severa e injusta condena de Azaña que había lanzado Dolores Ibárruri en París, en marzo de 1939.
El inicio de la Segunda Guerra Mundial, en septiembre de 1939, creó una grave situación económica en el Centro: «El Comité británico que entregaba dinero para el refugio –recordó Martínez Iborra– dejó de hacerlo y nosotros contribuimos con la vendimia». Por un tiempo los más jóvenes trabajaron para un acomodado vigneron y colaboraron al mantenimiento, pero nada se logró. El Centro debió de cerrarse a lo largo del mes de noviembre. Fue entonces cuando Ana y Antonio Deltoro se trasladaron a París, donde residieron hasta enero de 1940. Allí recibieron alguna ayuda económica de la familia de Ana y la noticia de que su hermano Manuel se encontraba en la cárcel.
Todavía desde Narbona, Deltoro había escrito a Juan Larrea –secretario de la Junta de Cultura– interesándose por su salida a México, pero –ausente Larrea, de camino a Nueva York– fue Giner Pantoja quien le contestó el 28 de octubre, ofreciéndose a gestionar su viaje a Chile, «ya que México –le precisaba– ha cerrado por ahora sus puertas». Por entonces estaba reciente el atraque en el puerto chileno de Valparaíso del Winnipeg, un carguero remozado por el SERE, que abría la expectativa de otras travesías al país sudamericano. También por entonces México había suspendido los embarques. El comienzo de la Segunda Guerra Mundial, los problemas de integración de los primeros refugiados –llegados a Veracruz en junio y julio de 1939– y los conflictos entre prietistas y negrinistas, explican la actitud del Gobierno de Cárdenas, que finalmente levantó la prohibición en junio de 1940.47
Dijeron que había una lista de intelectuales para salir de Francia y venir a México –declaró Martínez Iborra a Francisca Perujo en 1995– y no sé cómo se extravió el pasaporte…, que si estaba en Burdeos, o no sé dónde, pero