Lo que el 20 se llevó. Jorge Carrión

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Lo que el 20 se llevó - Jorge Carrión

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contenta que se le olvidó lo del infeliz aquel. Y a mí me brillaron los ojos.

      En la noche le conté lo sucedido a mi novia y al final sólo me dijo: “¿Tienes las fichas?” Ahí descubrí su lado duro para la venta. Claudia tiene dos hijos adolescentes y divide su tiempo entre el hogar, ser diseñadora y productora de eventos, maestra de ballet, se encarga del perro, dos gatos y, a veces, de mí. A la agencia donde labora le cancelaron los lanzamientos. Le envié las fichas a su teléfono, les corrigió el dato con nuestros números de teléfono/Whats y las empezó a reenviar a sus grupos de mamás del colegio, amigas de la preparatoria y la universidad, primos, vecinas y proveedores. La cosa nos explotó en la cara como zepelín de Coca-Cola con Mentos. Los mensajes y las llamadas de gente que necesitaba los productos nos cayeron toda la noche como sos. El gel era el rey. Era como si vendiéramos drogas.

      Al día siguiente nos fuimos directo a la casa de mi madre para surtirnos de merca. Nos dio todo a consignación porque era una lana y no teníamos morralla. De lo vendido, el 30 por ciento era para nosotros. Si nos pedían factura, ella podía hacerla para las versiones comerciales e industriales. Esas ventas eran las que buscábamos. Aquella tarde terminamos con todo. Me disponía a contar el dinero cuando entró una llamada: era un tipo que preguntó si yo vendía gel para industrias. Le dije que sí. “Es que necesito 28 toneladas para exportar.”

      Aquella tarde, Claudia fue a recoger a sus hijos a la secundaria. Afuera estaba estacionada una amiga que también iba por su hijo y traficaba gel, la parte trasera de su camioneta era un mostrador repleto de cajas con botellas de un litro a 120 pesos. Era más barato que el nuestro y lo agotaba de volada. En vez de liquidarla, Claudia le sacó la sopa. La mujer conocía al fabricante y le pasó su contacto con la esperanza de mediar y sacar comisión. Aquella noche, durante el insomnio de las tres, me pregunté qué pensarían mis amigos al verme convertido en conecte de gel e imaginé sus caras.

      Volvimos a surtirnos de material antibacterial con mi madre. Ahí empezó a escasear, alcanzamos las últimas botellas que volaron de nuestras manos y nos quedaron varios pedidos por entregar. Casi todo lo vendió Claudia en sus grupos de Whats y con sus vecinos, yo sólo iba y venía resurtiendo. Cundió el pánico a nivel papel sanitario. Se desató una fiebre del gel. Al día siguiente se había agotado en todas partes. Apenas alcanzamos a resurtirnos de jabón y desinfectante antes de que se le terminara todo a mi madre. Y a Claudia le seguían pidiendo más.

      Los geles hermanos

      Le devolví la llamada al tipo de las 28 toneladas, se llamaba Carlos. Su apellido era particular pero lo reconocí porque así se apellidaba el Beto, un amigo de la preparatoria que vive en Los Ángeles. Resultó ser su hermano. El contenedor para exportar a Estados Unidos era un negocio con Beto. Me dio más detalles y quedamos en llamarnos mientras yo investigaba cómo estaba el show para conseguir las 28 tons con el proveedor de mi madre. Nos comunicamos a Monterrey y pedimos hablar con el director, pero nos desinfló de inmediato: no, no podían surtirnos esa cantidad porque dejarían a los demás distribuidores sin producto. De hecho, ya no había producto. La demanda rebasaba la producción y distribución de la empresa.

      En seguida me comuniqué con Claudia para pedirle los datos del otro proveedor, el de la díler escolar. Le escribí al señor R3 por Whats y le puse la solicitud por delante. Me contestó que sí podía surtirme esa cantidad en cubetas de 19 litros, pero yo tenía que poner el transporte. Empecé a frotarme las manos. Si todo salía bien, nos iba a tocar una comisión por hacerle al conecte. Necesitábamos el transporte y un contenedor. Carlos dijo tener eso resuelto. Siento que ahí perdí el rumbo. Los dos estábamos metiéndonos en un vuelo de zopilotes carroñeros cazando la oportunidad. Ya enfriábamos las cervezas porque al parecer sí se iba a hacer, cuando supimos que además del gel se requerían los certificados y permisos para exportarlo. R3 no los tenía porque su venta era local. Ahí se atoró, al menos por el momento, nuestro negocio dorado.

      A partir de este pedido recibimos unos diez semejantes. Las curvas de ventas del jabón y el desinfectante tampoco detenían su ascenso, pero nos hundíamos más en el tráfico de gel. Ya éramos Los Geles Hermanos. En las redes sociales de mi madre las cosas se salían de control. A Claudia se le desbordaban los pedidos. Las fichas de productos le habían dado la vuelta a las redes y quién sabe cómo llegaron a la red más godín de todas: LinkedIn. Uno de esos pedidos era de otro amigo, el Edgar, que necesitaba diez toneladas de gel para un gobierno estatal. Yo preguntándome qué pensarían los amigos cuando llegara a conectarles gel y descubrí que los amigos y sus novias estaban en lo mismo. Al Edgar lo vi el año pasado y volvió en forma de gel, geloaded. Dijo que él tenía un proveedor con todos los permisos y documentación para exportar, pero su precio triplicaba el tope que el gobierno estatal les había puesto. Las diez toneladas se las podía despachar a través del fabricante R3 con una comisión de por medio. Ésa se volvió nuestra palabra favorita: comisión. Su proveedor nos servía y el nuestro les servía a él y a su novia. Optamos por intercambiar contactos y desearnos buena suerte, que Rico McPato nos bendijera con bisne y una lana desinfectada para enfrentar la putiza que viene.

      La situación en la calle arreciaba. La gente estaba histérica por comprar gel. De repente, Claudia me llamó para decirme que tenía 400 botellas de gel de un litro, etiquetadas y disponibles a 150 pesos. Me quedé frío. Mi novia se había convertido en La reina del gel. Para salir del paso, se quedó con la mitad. A esas alturas tuve conflicto, empecé a sentir que traicionaba a mi madre, que le hacía competencia desleal. Pero su proveedor se había colgado para resurtirnos y los solicitantes nos acosaban. Me comuniqué con el tercer proveedor para plantearle lo de las 28 toneladas. Aseguró que sí las podía fabricar y tenía todo en regla porque ya vendía en Estados Unidos. De nuevo salivamos. Carlos y yo hicimos cuentas y, efectivamente, no sólo era tres veces más caro, también se disparaba por la demanda y el dólar, que en la Fase 1 llegó al cielo. El gel se vendía a precio estratosférico. Según los fabricantes, la materia prima traía nuevo precio.

      Mientras tanto, los pedidos de toneladas seguían llegando como favoritas en La Z. Claudia y yo tratábamos de resolver por lo menos uno de ellos. Entonces Carlos llamó para decirme que ahora tenía cubrebocas y mascarillas. Tan solo unas horas después recibí la llamada de un tipo que trabajaba en Coca-Cola, necesitaba 10 mil mascarillas kn-95. Se las conseguí con Carlos, pero el tipo ya no respondió el correo de la cotización. Las 28 toneladas se evaporaban porque no alcanzábamos el precio. De los últimos pedidos grandes que recibimos, uno era de mil 500 cubetas y otro de una tonelada. Eran ilusiones deslumbrantes. Por diversos motivos no se lograba ninguna. La demanda continúa y el gel se sigue cotizando en la calle junto a las mascarillas.

      Del tic toc al tik tok

      Fueron semanas confusas. Las personas escribían o llamaban sin importar la hora. Así debe ser la vida del díler, le decía a Claudia. Imagínate lidiar con la ansiedad de los erizos, todos los días, a cualquier hora, cuidándose de la ley y sin poder meterse la merca. Se necesitan nervios de acero.

      Por fin un día salí y empecé a ver en las calles coches estacionados que vendían botellas de gel. En el trayecto a la casa de Claudia vi cuatro camionetas así, con sus cartulinas chillantes que anunciaban gel $150 lt, y eso fue suficiente para dejar el negocio. Me había metido en esto para ayudar a mi madre y de pronto estaba en una guerra de acaparadores y revendedores. Tuve la impresión de que el México Piraña estaba enfrascado en Las guerras del gel, del papel de baño, del jabón, del Ibuprofeno, el Paracetamol, las mascarillas y todo aquello que nos genera un tic de limpieza, gracias al pánico, al exceso de información/desinformación, y el famoso trastorno obsesivo compulsivo, el toc por lavarnos y desinfectarnos.

      Al llegar a la casa de Claudia le dije que ya no quería seguir en esto, pero me motivó para entregar quince botellas de aquel otro gel que consiguió. ¿Y quién era la mula de esas entregas? Pues yo. No iba a ser tan fácil zafarme, ella seguía vendiendo sin cuartel. Mi apoyo era logístico y espiritual. Seguí a su lado en esto por solidaridad y estábamos

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