Nehemías. J. I. Packer

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Nehemías - J. I. Packer

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hacerse respetar y nunca sería una compañía agradable bajo ninguna circunstancia. Destacan las imprecaciones en sus oraciones -“Haz que sus ofensas recaigan sobre ellos mismos: entrégalos a sus enemigos; ¡que los lleven en cautiverio! No pases por alto su maldad ni olvides sus pecados, porque insultan a los que reconstruyen” (Neh. 4:4-5; compare 6:14 y 13:29, donde “recuerda” significa “recuerda para juicio”). Observan que al menos en una ocasión él maldijo y golpeó a algunos de sus compatriotas y les arrancó el cabello (13:25). Concluyen que difícilmente él era un buen hombre; ciertamente no un hombre de gran estatura espiritual, de quien se puedan aprender lecciones preciosas.

      ¿Cuál es el comentario apropiado de semejante opinión? Primero, en realidad existía un lado áspero en Nehemías; lo hay para la mayoría de los líderes. En términos de los cuatro temperamentos clásicos, parece haber sido un hombre colérico, robusto, incansable y franco que estaba feliz cuando acometía con energía proyectos desafiantes y quien encontraba más fácil (como decimos en nuestros días) hacer antes que ser. Personas de esa clase a menudo se hallan luchando, particularmente cuando los dirige su celo, como a veces lo hace, a hablar y actuar de manera exageradamente enfática. Pero, segundo, caballos para las carreras; Dios había preparado a Nehemías para una tarea que un hombre menos directo no habría podido realizar. Y, tercero, la limpieza que Jesús llevó a cabo en el templo y su denuncia contra los fariseos fue más áspera que cualquier relato de Nehemías; si pensamos que la violencia de Jesús estaba justificada, debemos conceder la posibilidad de que también la de Nehemías lo fuera. Diré más al respecto en el lugar apropiado.

      Sin embargo, no estoy alegando que Nehemías no haya tenido pecado. Sería necio al punto de blasfemia si lo hiciera. Jesucristo es la única persona sin pecado que conocemos en la historia bíblica; él es la única persona sin pecado que ha existido jamás. El resto de los siervos de Dios han sido criaturas caídas, pecadores salvos por gracia, y a veces su pecaminosidad se muestra. Si acaso Nehemías tenía cabello rojo no lo sé, pero ciertamente tenía una intensidad sobre sí mismo que lo hacía expresarse con un estilo feroz no muy parecido a Cristo. Este era el defecto de su calidad, la limitación que iba con su fuerza. Todo siervo de Dios falla de un modo u otro, y Nehemías no fue la excepción a esa regla. Aun así sus puntos fuertes eran asombrosos; así que espero que nadie pierda el interés en él simplemente porque hemos concordado que no era perfecto.

       Fuerzas de Nehemías

      ¿Qué fuerzas especiales vemos en Nehemías? Tres, al menos. Primero, es un modelo de celo personal —celo, esto es, para la honra y la gloria de Dios. Como lo dice en una de sus oraciones, es uno de esos que se deleitan “en honrar tu nombre” (1:11), y la fuerza de su pasión para magnificar al Señor es muy grande. Un celo así, aunque igualado por Jesús, los salmistas y Pablo (para no ver más allá), es más raro hoy que lo que debería ser; la mayoría de nosotros es más como los tibios laodicenses, vagando alegremente en iglesias serenas, sintiéndose confiados que todo está bien, y por tanto causando disgusto a nuestro Señor Jesús, quien mira que, espiritualmente hablando, nada es correcto (vea Ap. 3:14-22). El lenguaje áspero de la amenaza de nuestro Señor de vomitar a la iglesia de Laodicea -es decir, repudiarla y rechazarla- muestra que el celo por la casa de Dios todavía lo constriñe en su gloria, como lo hizo en la tierra cuando limpió el templo (Jn. 2:17). De vuelta a los días cuando Dios utilizó su propio pueblo como sus ejecutores, no sólo en guerra santa con paganos pero también en la disciplina de la iglesia, Finés el sacerdote había alanceado a un israelita y junto con su amante madianita, y Dios a través de Moisés había encomiado su celo que igualaba el de Dios: “Ha actuado con el mismo celo que yo habría tenido por mi honor... Dile. que yo le concedo mi pacto de comunión. ya que defendió celosamente mi honor.” (Núm. 25:11-13). Como Dios es celoso, así deben ser sus siervos.

      ¿Estamos claros qué es el celo? No es fanatismo; no es violencia; no es entusiasmo irresponsable; no es ninguna forma de egoísmo molesto. Es, más bien, un compromiso humilde, reverente, parecido a negocio, enfocado a santificar el nombre de Dios y el hacer su voluntad.

      Un hombre celoso en religión es eminentemente un hombre de una sola cosa. No es suficiente decir que es serio, afectuoso, intransigente, minucioso, íntegro y ferviente en espíritu. Mira solo una cosa, es absorbido por una sola cosa; y eso es agradar a Dios. Viva o muera -esté sano o enfermo- sea rico o pobre; agrade u ofenda a los hombres; se le crea sabio o estúpido; ya sea que recibe honor, o consigue vergüenza; nada de esto le preocupa. A él lo consume una cosa, agradar a Dios, y promover la gloria de Dios.2

      Las personas con este celo son sensibles a las situaciones en las que la verdad y el honor de Dios están en una manera u otra están en peligro, más bien que dejar que el asunto se olvide forzarán el asunto en la atención de las personas para empujar si es posible un cambio de corazón al respecto -aun a riesgo personal. Nehemías era celoso en este sentido, como veremos, y su celo es un ejemplo para todos nosotros.

      La segunda fuerza que encontramos en Nehemías es su compromiso pastoral: el compromiso de un líder, un promotor natural, a un servicio compasivo por el necesitado. Un líder es una persona que puede persuadir a otros a abrazar y perseguir su propósito; como (pienso) Harry Truman lo expresó una vez, la tarea del líder es hacer que otras personas hagan lo que ellos desean hacer y lograr que les guste hacerlo. Uno es solo un líder si es seguido por alguien, así como sólo se es maestro si otros realmente aprenden de uno; así que para ser líder, uno debe ser capaz de motivar a otros. Pero entonces uno está en peligro de volverse un dictador, usando su poder de persuasión para manipular y explotar a quienes dirige. Nehemías, sin embargo, no era así. No era un dictador como no era un felpudo; no trataba sin miramientos a las personas más que lo que permitía que otros lo tratan así a él. Mientras expresaba amor por Dios por su celo concentrado, del mismo modo expresó amor por su prójimo mediante su cuidado compasivo. Conscientemente asumió la responsabilidad por el bienestar de otros; él vio la restauración de Jerusalén como una operación de beneficencia, no menos que una honra para Dios, y sacó tiempo al menos una vez de la construcción del muro para ayudar al pobre (vea 5:1-13), además de la permanente renuncia a su derecho de pedir apoyo de quienes gobernaba (5:14-18).

      Nehemías desliza un número de sus oraciones en sus memorias, y algunas de estas han provocado desconcierto. “¡Recuerda, Dios mío, todo lo que he hecho por este pueblo, y favoréceme!” (5:19, siguiendo el relato de su servicio social) es un ejemplo. Más de tales oraciones aparecen en 13:14, 22, 1. ¿Qué sucede aquí? Preguntamos. ¿Está Nehemías tratando de construir un balance meritorio en el diario de Dios? ¿Está pidiendo ser justificado por sus obras? De ninguna manera. Él se refiere a lo que ha hecho simplemente como una muestra de su integridad y sinceridad en el ministerio, una prueba de su autenticidad como siervo de los siervos de Dios. En otras palabras, como evidencia de vivir el compromiso pastoral del que he estado hablando.

      La tercera fuerza que Nehemías muestra es sabiduría práctica, la capacidad de hacer planes realistas y lograr que las cosas se hagan. Desde este punto de vista, las memorias de Nehemías constituyen un curso acelerado en habilidades directivas. Una vez que tuvo éxito en cambiar su vida cómoda como un lacayo de alto rango en el palacio (copero real) por la función problemática de gobernador de Judá, con disconformes constantemente ladrando a sus talones mientras intentaba reedificar y reorganizar Jerusalén, lo vemos levantarse a la altura del desafío de cada situación con penetración verdaderamente maestra e ingenuidad. Lo vemos asegurándose un salvoconducto y vales para materiales de construcción de parte del rey; organizar y supervisar la construcción del muro; arreglar la defensa de Jerusalén mientras la construcción seguía adelante; apagar el descontento y prevenir una amenaza de huelga dentro de la fuerza laboral; mantener el ánimo hasta que el trabajo se llevara a cabo; conducir negociaciones delicadas con amigos y con enemigos; y finalmente imponer varias veces leyes no apreciadas acerca de la raza, los servicios en el templo, y la observancia del día de reposo. Los dolores de cabeza de Nehemías como hombre superior fueron muchos, y la versatilidad santificada con la que maneja todas estas cosas es algo maravilloso de ver.

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