Nehemías. J. I. Packer
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Con todo, Nehemías sería el primero en reprenderme si dejo el asunto allí, porque él supo, e insiste en su libro, que lo aquello que logró no fue mero logro humano y sería un mal entendido si se tratara de esa manera. Las oraciones de en busca de ayuda que enfatizan su historia muestran dónde creía él que descansaba su fuerza, y donde diariamente buscaba el apoyo (vea 1:4-11; 2:4; 4:4; 9; 6:9). Su referencia a lo que Dios “puso en su corazón” (2:12; 7:5) muestra el lugar de donde él creía que su sabiduría provenía. Y su declaración “la muralla se ternnnó...|en| cincuenta y dos días... nuestros enemigos. reconocieron que ese trabajo se había hecho con la ayuda de nuestro Dios” (6:15-16) realmente lo dice todo. “No me den el crédito”, Nehemías protesta en efecto; “lo que se hizo a través de agentes humanos como yo fue hecho por Dios, y él debe tener la alabanza por ello.” Estoy de acuerdo, y espero que mis lectores también. ¡Soli Deo Gloria (Solo a Dios sea la gloria)!
El Dios de Nehemías
Lo que hace que alguien sea un hombre de Dios es fundamentalmente su visión de Dios, y nos ayudará a conocer mejor a Nehemías si a estas alturas damos un vistazo a sus creencias acerca de Dios, como su libro las revela. Doy por sentada, como ya debe ser obvio, la unidad del libro como un producto de la propia mente de Nehemías. Ya hemos visto que su núcleo son las memorias personales de este hombre de acción (capítulos 1-7 y 13), a lo que se ha agregado lo que parece un registro oficial de los ejercicios inaugurales de adoración en la Jerusalén restaurada (capítulos 8-12). La lista de edificadores en el capítulo 3, la relación del censo del capítulo 7, la lista de los firmantes en 10:1-27, y las listas de residentes en Jerusalén y sus alrededores, con sacerdotes y levitas, que llenan los capítulos 11:3—12:26 son la clase de material que hoy en día se pondría en apéndices; pero la forma antigua era simplemente incorporar todo en el texto. La conjetura natural es que, como un político moderno que sospecha o espera aparecer en los futuros libros de historia, Nehemías dedicó alguna parte de su jubilación a componer lo que en efecto es su testamento político y testimonio personal unido en uno; y a este fin sacó del diario que había mantenido durante sus años como figura pública, más fuentes oficiales a las que, como ex gobernador de Judá, tenía acceso directo.
El libro de Esdras, en esta perspectiva, habría sido escrito naturalmente como un volumen compañero, para relacionar el logro de Nehemías con lo que ha precedido desde el final del exilio.
Sea lo que fuera -y puedo asegurar que nada de ello puede probarse como cierto- el libro de Nehemías es una unidad, y por tanto no estamos equivocados al suponer que por escribir los capítulos 8-12 en su texto Nehemías endosó e hizo suyo todo lo que declaran acerca de Dios y sus caminos, aun cuando originalmente no los escribió.
Lo que Nehemías nos da de su diario nos habla, como lo pone el puritano Matthew Henry, no solo de las obras de sus manos sino también de las obras de su corazón; de hecho, casi nos dice más de lo último que de lo primero. Pero las obras del corazón de Nehemías en fe, oración, esperanza, confianza y aceptación de riesgo santificado y lucha espiritual contra lo que podemos reconocer como desalientos y distracciones dirigidos por el poder demoníaco todas expresan reflejan su conocimiento de Dios. Y esto comienza por él, como debe ser para todos, con el conocimiento acerca de Dios: el conocimiento conceptual que llamamos teología. La teología, que significa verdades en nuestra mente acerca de Dios, no es lo mismo que una relación con Dios, como la ortodoxia de los demonios lo demuestra (vea Stg. 2:19). Pero sin verdadera teología, aunque pueda haber un fuerte sentido de la realidad de Dios (como en el hinduismo, el animismo y la nueva era), la entrada a una relación de pacto por la cual conocemos que Dios es verdadera y eternamente nuestro no es posible. Así que, si queremos acercarnos a Nehemías y enriquecer nuestra relación con Dios a partir de la de él, debemos obtener un conocimiento de su teología.
Hace algunos años me ausenté por dos noches de una conferencia teológica en Nueva York que me estaba aburriendo. En una de las noches un amigo refugiado me llevó a un club de jazz, y pasé la otra en la Ópera Metropolitana donde se interpretaba Tannhauser de Wagner. Durante el primer intermedio una dama más joven que estaba sentada enseguida de mí comenzó a charlar acerca de la producción, y como aficionado de la ópera la charla se tornó animada. Me parecía que su esposo, sentado al otro lado de ella, no le interesaba la ópera y se sentía excluido. Me di cuenta que me veía de reojo y que tenía su mano fuertemente agarrada de la rodilla de ella; supongo que como señal de propiedad. Luego se separó de ella abruptamente, para sentarse en otra parte por el resto de la función. Eso fue muy incómodo. Tal vez su esposa había comenzado muchas conversaciones con otros hombres en el pasado. Tal vez la había llevado a la ópera en contra de su voluntad y quería volcar un poco de su enojo sobre alguien más. De cualquier modo, evidentemente sentía que su esposa en ese momento estaba más cerca de mí que de él, y eso no le gustaba. Y -este es el punto- lo que él sentía en un sentido era correcto, porque ella y yo conocíamos bastante de ópera, y al no tener ese conocimiento él no podía comprender lo que compartíamos, no compartía con nosotros. De la misma manera, a menos que sepamos lo que Nehemías sabía acerca de Dios no seremos capaces de comprender y compartir la visión y pasión que lo impulsaron a través de sus años de ministerio y convertirlo en un brillante ejemplo para nosotros de un liderazgo que sirve.
Así que preguntamos: ¿Qué creía Nehemías acerca de quien sobre diez veces, seis veces en oraciones transcritas, llamó “Dios mío”? ¿Cuánta era la fe de Nehemías en Dios? La respuesta es clara del libro mismo.
En primer lugar, el Dios de Nehemías es el creador trascendente, el Dios “del cielo” (1:4; 2:4, 20), auto sustentador, poderoso y eterno (“de eternidad a eternidad”, 9:5). Él es “grande” (8:6): “grande y admirable” (1:5; 4:14): “grande, temible, poderoso” (9:32), y los ángeles (“las multitudes del cielo”) lo adoran (9:6). Señor de la historia, Dios de juicio y misericordia: “eres Dios perdonador, clemente y compasivo, lento para la ira y grande en amor” (9:17; vea Éx. 34:6-7), Dios era para Nehemías la más sublime, permanente, penetrante, íntima, humilde, exaltadora, y encomiable de todas las realidades. La base por la cual, como el misionero William Carey, Nehemías intentó grandes cosas para Dios y esperó grandes cosas de Dios fue que, como el calvinista Carey, entendió la grandeza de Dios.
En segundo lugar, el Dios de Nehemías es Yahweh: “el SEÑOR”, el hacedor y guardador del pacto, cumplidor de promesas, y fiel Dios de Israel (9:8, 32, 33). La oración por la que el ministerio de Nehemías nació fue: “Señor, Dios del cielo, grande y temible que cumples el pacto...” y sigue adelante hasta pedir que Dios bendiga a “tus siervos y tu pueblo, al cual redimiste [de Egipto, hace mucho tiempo]” (1:5, 10; cp. 9:9-25). El pronombre personal en las frases “tu pueblo”: “nuestro Dios” (4:4, 20; 6:16; 10:32, 34, 36, 37, 38, 39; 13:2, 18, 27), y “mi Dios” (2:8, 12, 18, 5:19; 6:14; 7:5; 13:14, 22, 29, 31) son afirmaciones de las relaciones de pacto entre Dios y los israelitas como una realidad establecida, y las invocaciones de ello como una base para la confianza, la esperanza y la obediencia. El pacto de Dios, como el pacto matrimonial, era un lazo mutuo de posesión y entrega de sí mismo: Dios poseía a Israel como su pueblo y se dio a ellos para bendecirlos mediante sus dones y dirección, mientras que los israelitas poseían a Jehová como su Dios y profesaban darle honor mediante su adoración y servicio. La devota dependencia en Dios que sostuvo a Nehemías a través de su carrera como líder, y que con tanta frecuencia verbalizó a través del libro, era una expresión de su fe en el compromiso de pacto que Dios tenía con él y con quienes dirigía, como era su declaración mientras preparaba las defensas de Jerusalén: “Nuestro Dios peleará por nosotros”