Ostracia. Teresa Moure
Чтение книги онлайн.
Читать онлайн книгу Ostracia - Teresa Moure страница 10
−¿De usted tal vez?
−Tal vez, pero no tenía que ser yo. Cualquiera de las que estuvieron siempre en Rusia habría servido para asistirla cuando, por decirlo de algún modo, cayó en desgracia. Nosotras dos habíamos pasado años en el exilio, ya no teníamos la mentalidad de una rusa, por no mencionar que, en ese tipo de viajes, en la soledad del exilio se aprende cuánto vale un cuerpo para calentar las noches... pero Zhenia Egorova, mucho más modosa que nosotras en los términos habituales, declaró alguna vez en los grupos de trabajo lo feliz que se sentía de ser soltera y sin hijos... aunque acabase casándose y teniendo hijos. Liza Pylaeva, la típica mujer rusa que se unió a la causa bolchevique, no muy sofisticada ella, también fue una mujer independiente y sabría escuchar lo que le dijese. Acabó colaborando con Nadia en el movimiento juvenil, por cierto... Lo que quiero decirte es que, si Inessa amaba a Lenin, debería haber buscado aliadas entre otras mujeres que estaban luchando por unas condiciones de vida diferentes... pero ella trabajó en solitario, más arisca que una araña, y nunca pretendió explicarse; mientras que Nadia, completamente entregada al avance de la revolución, construía a su alrededor una red de aliadas que acabarían enfrentadas a tu madre.
−Entiendo que era difícil ser una revolucionaria: todo estaba estrenándose, también la ética de relación entre oprimidas.
−Así era. Por eso debes dejar descansar en paz a tu madre. Las mujeres tenían al mismo tiempo que ganarse la vida, ocuparse de las familias y agitar en el centro de trabajo. Era demasiada carga, más aún sin referentes previos. Eso volvió a muchas de nuestras camaradas gentes más interesadas por el día a día que por sentimentalismos. Y tu madre era, si me permites, excesivamente sentimental. Sentimental y poco táctica, dado que no supo hacer de puente.
−Y así dejó ese papel para usted...
−¿Qué papel?
−Usted es ese puente entre socialismo y feminismo.
−A lo mejor sí, nunca lo había pensado en esos términos. Pero... ¿sabes para qué sirven los puentes? Cualquier mujer con experiencia política lo sabe: ¡para ponerles dinamita!
8
Mi deseo choca con la realidad mil veces al día,
tal vez más.
Si fuese a ser eterna, podría soportar
la tensión.
Pero, siendo tan breve el tiempo que me resta,
pensé que debía cambiar la realidad.
−La ingenuidad, ¡qué linda!−.
Hoy tantos mensajes levemente repetitivos
me aconsejan situarme fuera, en los márgenes
y mirar desde ahí la catástrofe.
El deseo, bien lavado, puede quedar colgado al sol,
con las banderas y sus emblemas revolucionarios.
Pero... malditas sean las cínicas.
Inessa Armand (1914). Cuadernos apócrifos. París.
9
Como feminista bolchevique, Alexandra Kollontai (1872-1952) eclipsó a su contemporánea Inessa Armand (1874-1920), que acaba reducida a mera amante de Lenin. Alexandra Kollontai, que tras el fallecimiento de Inessa, la sucedió en algunas de sus tareas, era, sin duda, la más carismática de las dos, aunque Inessa fuese más fina en la táctica política. En la visión de Kollontai anterior al 17, las feministas formaban parte de una élite privilegiada, a pesar de su falta de derechos políticos, porque al trabajar para la reforma del zarismo y no para la destrucción del sistema, estarían dándole legitimidad. Además, veía una enorme brecha entre la mayoría de las mujeres, empujadas fuera de casa hacia un trabajo a causa de la pobreza, y la minoría que buscaba su realización personal a través de una equitativa participación con los hombres en la fuerza de trabajo y en la trama política. Irónicamente, su posición no tuvo credibilidad ni para las feministas, que tenían serias dudas sobre su sinceridad, ni para sus camaradas socialistas, que sospechaban que estaba abogando por el separatismo de las mujeres trabajadoras. Para Kollontai, el asunto no era sencillo. Probablemente veía a las feministas, incluso estando divididas, como una amenaza para el movimiento de la clase trabajadora donde estaba implicada y en el que creía profundamente. Pero, a pesar de la férrea oposición de sus camaradas socialistas, intentó por todos los medios introducir a las mujeres trabajadoras en la óptica de la lucha de clases haciendo clubes separados para ellas. Podría ser vista como un puente entre socialismo y feminismo.
Várvara Armand. Apuntes para su Biografía de Inessa Armand (inédita).
10
No es que tuviésemos un trato estrecho, una confianza de íntimas amigas. Si estás buscando confidencias, no seré yo quien pueda informarte. Pero eran tiempos de mucha ebullición y ella estaba en el centro de todos los comentarios, así que, incluso no queriéndolo, acababas por saber... y en Moscú nos conocíamos todos. Las familias de origen francés, como la tuya y la mía, al establecerse en Rusia a comienzos del XIX, fueron obligadas a nacionalizarse, pero no teníamos estatus de verdadera ciudadanía; éramos solo “ciudadanos honorarios”, lo que significaba en realidad que éramos gente de segundo grado. Los nobles ni nos miraban, así que nuestro círculo de amistades era más bien reducido. Yo asistía todos los jueves a las reuniones en casa de Mina Gorbunova, que fue la primera mujer a quien escuché, no sin escándalo, llamarse a sí misma feminista. Decían que era una matemática eminente, dedicada a la estadística sobre todo, aunque lógicamente nunca hablábamos de eso, pero lo que sí tengo por seguro es que era una convencida defensora de la cuestión femenina. Nos animaba a todas a fundar escuelas, a informar a otras mujeres. Allí, en su salón, empecé a coincidir con tu madre con regularidad, aunque ya nos conocíamos superficialmente de frecuentar la misma sociedad –ya sabes, los mismos bailes, las mismas tiendas– de solteras. Ella era –estoy hablándote del año 93 o 94–, una joven madre que a veces dejaba Eldigino, donde vivía, cerca de la fábrica de vestimenta militar que había dado fortuna a tu familia, para acercarse en tren a Moscú. Hacían una bonita pareja, ella y tu padre –porque Alexandre era tu padre, probablemente– cuando se dejaban caer por las fiestas de sociedad: ¡ópera, ballet, teatro, de todo cuanto hay! ¡Éramos jóvenes y nos gustaban las salidas y las fiestas...! Pero las diversiones, creo, pasaron a segundo plano cuando Inessa comenzó a frecuentar la tertulia de Mina Gorbunova. Pienso que dejó de salir tanto como hacía antes. Ella era muy temperamental, no sé cómo decir… Digamos que tomaba decisiones impetuosas muy firmemente. Alexandre Evgenevich, tu padre, era miembro de la Zemstvo de la región de Moscú. ¡Bah! Era un cargo que ni sé bien decirte en qué consistía, pero tenía que velar por las cuestiones de educación y salud públicas. Así que Inessa se decidió rápidamente a aplicar las ideas que circulaban por el salón de Mina en su propia casa, contando con esa predisposición filantrópica de tu padre. Recuerdo que primero tuvo que discutir con la familia Armand por eso de establecer una escuela para los hijos de los trabajadores y de los campesinos locales. Imagínate lo que sería… Por entonces se veía como una excentricidad dedicar energías a educar a los criados. Porque en nuestras familias, la servidumbre nunca existió, no sé bien por qué, tal vez porque los abuelos ya habían llegado de Francia con otra mentalidad distinta a la del zarismo. ¡Rusia estaba atrasadísima! Pero, de ahí a poner los criados a estudiar, todavía había un trecho...