Emprender con equilibrio. Carolina Nieto

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Emprender con equilibrio - Carolina Nieto

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distinciones de género: todo dependerá de las oportunidades de cambio que cada una haya experimentado. Sin embargo, la cultura sigue siendo ese espacio en donde se refuerzan una gran cantidad de «creencias» que pasan desapercibidas y que, precisamente por ello, no consideramos como una posible fuente de fracaso. De ahí que sea importante observarlas.

      Cuando miro a mi alrededor pienso que a pesar de todos los avances sociales y económicos, de la participación de las mujeres en la economía, de los avances en tecnología y de la modernidad en general, no veo un mundo mejor o más equilibrado. El nivel de estrés, de ansiedad, de pri-sa y agotamiento, de insatisfacción y desesperanza es preocupante, así como los niveles de depresión y de falta de sentido. En algunos casos, la doble o triple jornada de las mujeres las agota y desanima, al grado de llevarlas a abandonar su vida personal, sus sueños y hasta su propósito de vida.

      ¿Existe una mayor equidad hoy en día? Creo que sí, sobre todo si miramos cómo la mujer se ha sumado a los espacios políticos, económicos y sociales. No hay duda de que hemos ganando terreno en diversos ámbitos, en posiciones laborales dentro del gobierno, en las empresas y en todos los espacios públicos, de manera lenta, pero segura. No hay duda, hay avances.

      Ciertamente también hay progreso cuando las mujeres crecen profesionalmente a la par de hombres que las acompañan e impulsan en su empresa o en la actividad comunitaria. Antes era impensable que una mujer exitosa pudiera tener pareja porque era imposible que un hombre aceptara vivir con una pareja más valorada que él o que tuviera mayores ingresos. Hoy es una posibilidad y una realidad que vemos con más frecuencia, por lo menos en las sociedades avanzadas. En algunas comunidades las mujeres ya no tienen conflicto al trabajar porque sus parejas lo han aceptado sin problema.

      Creo que hay cambios importantes cuando observo algunas relaciones de pareja, pocas aún, en las que ha sido posible intercambiar roles y generar acuerdos para el cuidado de la familia. Al trabajar con jóvenes —y a través de mis propios hijos— percibo transformaciones importantes en los papeles que desempeñan. Me encanta ver cómo mi hijo se levanta a preparar a sus niñas para ir al colegio, mientras su esposa trabaja desde temprano; aprendió a peinarlas a capricho y se organiza para preparar el desayuno, mochilas y uniformes.

      También me ha tocado ver a padres que se quedan en casa mientras su esposa sale a trabajar, o a parejas que se turnan las responsabilidades para lograr ese equilibrio que dé seguridad a sus hijos. Esto era impensable en mi época, salvo por los casos en los que el papá se quedara viudo o la mamá abandonara a los hijos, pero aun en esas circunstancias, generalmente las abuelas o las tías daban un paso adelante para asumir la responsabilidad.

      Aún no se puede decir que este sea ya un comportamiento común y generalizado, o que esta «ayuda» que ahora recibimos distribuya la responsabilidad equitativamente en todos los casos. Me parece que se requieren muchos cambios sociales más para que hombres y mujeres participen por igual en el hogar, con el mismo nivel de responsabilidad respecto al cuidado de la casa y de los hijos. Todavía hace falta transformar muchas realidades: madres solteras, mujeres que viven con violencia, mujeres en comunidades aisladas o en pequeños pueblos, mujeres que no han tenido oportunidad de educarse, de acceder a otros recursos, de pelear por sus derechos. Miles que aún viven en condiciones de profunda desigualdad, incluso abusadas y explotadas sin que nadie lo note (o le importe).

      Cuando hablamos de emprendimiento de mujeres las diferencias importantes surgen con la llegada de los hijos porque, si bien existen relaciones más equitativas que aún hoy son «garbanzos de a libra», la mayoría enfrenta la responsabilidad completa en el cuidado de los hijos y los padres, perpetuando esta doble y hasta triple jornada. Hay muchas mujeres que tienen que cumplir con un horario laboral completo y dejan a sus niños en una guardería o a cargo de otra persona; terminando su jornada llegan a casa a cocinar, a limpiar, atender tareas y todas las responsabilidades de la familia.

      Esta situación es muy difícil, sobre todo si se considera que las mujeres que participan en áreas profesionales tienen que ajustarse a las normas, horarios y exigencias de un mundo laboral masculino que difícilmente entiende las necesidades de las madres y padres. Esto genera un tremendo estrés para quienes «malabarean» entre una vida familiar responsable y una vida profesional que no da opción para ello. Poco a poco se revelan los problemas de hijos no atendidos, de padres y madres ausentes, de chicos educados por terceras personas que no necesariamente les dan el afecto y la educación que requieren, detonando problemas sociales imposibles de resolver fuera de casa.

      No se trata solo de hablar de mujeres o de hombres y sus diferencias, ni de quién actúa bien y quién no lo hace, se trata de reflexionar sobre cómo construir una sociedad que priorice a la familia, la educación, el cuidado de los hijos, la alimentación, la protección de los padres mayores y una vida cotidiana segura y equilibrada. Se trata de hablar del mundo que tendrán las siguientes generaciones, que son quienes vivirán las problemáticas que hoy se generan. Si no cambiamos la mirada será difícil transformar una realidad que va dejándonos insatisfechos, con más violencia e inseguridad y sin esperanza en el futuro.

      Paradójicamente, esta realidad ha sido una gran oportunidad para que las mujeres decidan emprender su propio negocio, uno que les permita libertad de horarios, flexibilidad para atender a los hijos y la posibilidad de una vida personal y profesional equilibrada. Esta es, quizá, la primera razón por la que las mujeres emprenden y también una característica de su manera de hacerlo: quieren lograr un equilibrio y buscan estructuras que lo permitan.

      No es nada fácil desarrollar un negocio y lograr que genere ingresos, pero al menos es posible diseñar la manera en que cada una de nosotras desea trabajar. Estas preocupaciones, deseos y «creencias» sobre la vida y el trabajo son la base para entender por qué las mujeres emprendemos con ciertas particularidades y elegimos desde otros lugares.

      Al trabajar con mujeres he descubierto que los valores femeninos abren una perspectiva diferente porque hemos sido, tradicionalmente, quienes creamos vida, cuidamos de ella, protegemos y nutrimos para que otros crezcan. Esta cualidad nos proporciona una mirada diferente al enfrentarnos al futuro por varias razones:

      • Valoramos el cuidado de la gente por encima de todo. La creación de bienestar para los trabajadores y sus familias, el equilibrio entre el trabajo y la salud, entre la profesión y el hogar, siempre bajo una visión que da especial importancia a la educación, la salud y el desarrollo personal.

      • Damos importancia a la protección de los espacios comunitarios, de las escuelas, de todo lo que contiene, protege y cuida de la vida de otros. Por encima de la tecnología y de la modernidad, los valores familiares y comunitarios son prioridad en nuestra vida cotidiana.

      • Imaginamos negocios que den lo suficiente para vivir bien, no para producir riquezas desmedidas que generan grandes brechas en la distribución del ingreso. Lo pequeño es suficiente si da para vivir bien, ¿por qué hacerlo, entonces, tan grande y exitoso si desequilibra la vida personal y familiar?

      • Buscamos trabajar más desde casa y tener tiempo libre para atender los momentos importantes con los hijos. No hace mucho comenzamos a escuchar el término home office en las grandes empresas, sobre todo a raíz de la pandemia por la COVID-19, sin pensar que las mujeres lo hemos practicado como una manera natural de trabajar. Hombres y mujeres podríamos apoyar el trabajo en el hogar gracias a políticas flexibles que ayuden a mantener una sociedad más sana.

      • Pensamos en el uso de la tecnología como medio para comunicarnos, para trabajar, para lograr mayor eficiencia, no como un fin sin propósito particular. Preocupa el exceso de tecnología en la educación de los hijos, los riesgos que conllevan las redes sociales, la falta de convivencia en el hogar y muchos otros temas que vamos constatando cuando se trata de nuestros hijos y de las familias. Por ello preferimos ver la tecnología como una herramienta al servicio del mejoramiento de la vida.

      Y así podría

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