El reformismo social en España (1870-1900). Miguel Ángel Cabrera

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El reformismo social en España (1870-1900) - Miguel Ángel Cabrera Historia

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teórica del liberalismo clásico, de ese diagnóstico sobre las causas del problema social y de ese propósito de rectificación práctica del sistema económico liberal, el reformismo social propuso una serie de soluciones o medidas de reforma. Entre ellas, la más novedosa –y, con el tiempo, la principal– fue la intervención del Estado mediante la promulgación de una legislación laboral que contrarrestara lo que consideraba como efectos indeseados del régimen económico de libre concurrencia.

      El objetivo de este trabajo es investigar el origen y el proceso de formación del reformismo social español en el último tercio del siglo xIx, con el fin de contribuir a explicar su génesis histórica, sus presupuestos ideológicos y sus propuestas de reforma. Para llevar a cabo esta tarea, se ha procedido según el siguiente método. El punto de partida de la investigación han sido las declaraciones, manifestaciones e iniciativas prácticas de los propios reformistas sociales y la reconstrucción empírica, lo más atenta posible, de las ideas, las intenciones y las razones de algunos de los más destacados y activos miembros del movimiento (dirigentes políticos, intelectuales, académicos y publicistas), así como de los argumentos teóricos esgrimidos por ellos para justificar sus propuestas de reforma. Antes que nada, parecía necesario conocer de primera mano el ideario, las convicciones y la interpretación de la realidad circundante que profesaban los reformistas sociales y que guiaban e impulsaban sus acciones. De esta forma se ha pretendido evitar, hasta donde esto es posible, tanto caer en el anacronismo histórico de atribuirles ideas e intenciones que no tenían, como subsumir sus acciones en modelos teóricos preconcebidos carentes de base empírica. Dos de las flaquezas de que se han visto aquejados con frecuencia los estudios sobre la formación histórica del Estado del bienestar.

      Una vez realizada esa operación preliminar de reconstrucción empírica del pensamiento reformista social, el paso siguiente ha sido el de indagar el origen y analizar el proceso de gestación de ese pensamiento. En este punto, se hacía particularmente necesario analizar y desentrañar la génesis del diagnóstico reformista sobre el denominado problema social, no en vano éste constituía no sólo su objeto primordial de interés y de preocupación, sino que era su razón de ser (pues fue la convicción de que existía un problema social lo que hizo que surgiera el reformismo social). A este respecto, parecía imprescindible indagar por qué y de qué manera los reformistas sociales comenzaron a interesarse y preocuparse por ciertos fenómenos sociales y a interpretarlos de la manera en que lo hicieron y, en particular, indagar cómo se forjó la idea de que dichos fenómenos constituían un problema que tenía raíces sociales (y no sólo individuales) y por qué, para solucionarlo, propusieron y creyeron en la eficacia de un cierto tipo de medidas, como la intervención del Estado. Sin una indagación de este tipo, difícilmente se podía llegar a explicar el surgimiento, las propuestas y el programa de acción práctica del reformismo social.

      Era una obviedad empírica que el reformismo social había nacido como respuesta a fenómenos como la existencia de desigualdades sociales, la pobreza obrera y los conflictos laborales, pues así lo proclamaban los propios reformistas. Ahora bien, la existencia de dichos fenómenos no parecía ser suficiente para explicar ni la aparición del reformismo social, ni la forma concreta que adoptó su respuesta ni, en consecuencia, el tipo de medidas que propuso. Es cierto que alguno de esos fenómenos, como el movimiento obrero, había experimentado recientemente cambios visibles, como el aumento de los conflictos laborales, el crecimiento de las organizaciones obreras y el renacimiento y renovación del socialismo. Y es igualmente cierto que esos cambios suscitaron la preocupación y el temor de los reformistas sociales. Pero aun así parecían insuficientes para explicar la aparición, el programa de acción y hasta la propia preocupación de dichos reformistas. En primer lugar, porque lo que parecía suscitar la preocupación de éstos no era tanto el aumento de la conflictividad y de las organizaciones obreras como el hecho, desconcertante a sus ojos, de su persistencia en el tiempo. En segundo lugar, porque en estos momentos emergió una preocupación similar e igualmente inédita por esos otros fenómenos que, como las desigualdades sociales y la miseria obrera, existían desde mucho tiempo antes y, además, habían permanecido casi inalterados, en un país cuya estructura socioeconómica se había transformado muy lentamente en las décadas precedentes. Cabía pensar, por supuesto, que aunque tales fenómenos existían con anterioridad, no se había reparado en ellos hasta este momento. Pero tampoco esta explicación resultaba convincente, porque cuestiones como las desigualdades sociales, la pobreza y la conflictividad obrera habían sido objeto de interés, de debate público y de tratamiento político desde hacía décadas, pero sin embargo fue sólo en este momento cuando propiciaron la aparición de un ideario, un diagnóstico y un programa como los del reformismo social. Llegados a este punto, aún cabía pensar que el reformismo social surgió como consecuencia de la influencia alcanzada por alguna corriente de pensamiento o tendencia política. Sin embargo, como se verá más adelante, ésta tampoco parecía una explicación plausible, no sólo porque los reformistas sociales tenían una procedencia ideológica y política muy diversa, sino porque el tipo de soluciones que proponían no tenía precedentes en el programa de ninguna de las corrientes o agrupaciones políticas de las que procedían (ni siquiera el republicanismo y el denominado krausismo).

      Por el contrario, lo que una observación más atenta parecía poner de manifiesto es que la preocupación de los reformistas sociales por los fenómenos mencionados y la manera en que los interpretaron y los trataron fueron una consecuencia de que, en su observación de tales fenómenos, partían de ciertos supuestos y se servían de ciertas categorías. Es decir, que la relevancia, las causas, el significado y las implicaciones que atribuían a tales fenómenos eran el resultado de que los reformistas sociales percibían y analizaban éstos desde una determinada perspectiva teórica y dando por hechos ciertos presupuestos. Entre estos presupuestos se incluían una determinada concepción de la historia humana basada en la noción de progreso, el postulado de que existe una naturaleza humana y de que ésta condiciona las relaciones sociales y económicas, la premisa de que la organización social es susceptible de manipulación consciente y la convicción, derivada de todo lo anterior, de que es posible instaurar un tipo ideal de sociedad de la que estén ausentes los conflictos. De hecho, como se verá, las desigualdades sociales, la pobreza obrera y los conflictos laborales constituyen un problema únicamente si se parte, como hacen los reformistas sociales, de tales presupuestos y, en particular, del supuesto de que la sociedad humana tiende de manera natural hacia la igualdad y la armonía. En todos los casos, se trata de presupuestos y categorías que forman parte de la concepción moderna del mundo humano, en la que están profundamente arraigados, y de la cultura política liberal de la que los reformistas sociales están imbuidos. Desde este punto de vista, el reformismo social no podría considerarse como un efecto de la existencia de los fenómenos sociales de referencia, sino más bien como el efecto de una cierta forma, conceptualmente mediada, de aprehender, concebir y analizar esos fenómenos.

      Si éste era el caso, entonces para explicar adecuadamente la aparición, el ideario y las iniciativas del reformismo social no bastaba con prestar atención a los fenómenos y situaciones sociales que eran objeto de su interés y preocupación. Era preciso, además, tratar de identificar y sacar a la superficie ese conjunto de supuestos de sentido común y de categorías subyacentes y tomarlos como una variable explicativa primordial. Sin hacer esto, sería imposible explicar por qué tales fenómenos adquirieron la condición de problema social, por qué se le atribuyeron ciertas causas y por qué se tenía la convicción de que era un problema resoluble y se arbitraron las correspondientes medidas de reforma. Sin la mediación de los supuestos y categorías mencionados, difícilmente tales fenómenos hubieran aparecido, a los ojos de los contemporáneos, como un problema ni, en consecuencia, hubieran propiciado la aparición del reformismo social. Como se expondrá más adelante, lo que hizo que esos fenómenos y situaciones devinieran un problema social fue el hecho de que constituían una perturbación inesperada y, en consecuencia, provocaron el desconcierto, teórico y práctico, de quienes los contemplaban desde la óptica del imaginario moderno-liberal. Dada la incapacidad de la teoría liberal clásica para dar cuenta de la persistencia y agravamiento del problema social, fue necesario revisar el viejo diagnóstico sobre las causas del mismo, elaborar nuevas fórmulas para resolverlo, adoptar una estrategia diferente frente a las

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