Manuel Álvarez (1796-1856). Un leonés en el oeste americano. Thomas E. Chavez

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Manuel Álvarez (1796-1856). Un leonés en el oeste americano - Thomas E. Chavez BIBLIOTECA JAVIER COY D'ESTUDIS NORD-AMERICANS

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México. Cualquiera que viajara por la ruta de Santa Fe desde Ciudad de Mexico tenía que hacerlo durante 1.500 millas de trayecto por territorio habitado por indios hostiles. Álvarez caminó más de 800 millas, una ruta aún peligrosa pero no tan dura ni hostil. El comercio entre el norte de México y el oeste de los Estados Unidos se había convertido en lucrativo. Por designio o por accidente, Álvarez había encontrado un lugar y un momento especialmente apropiado para un joven aventurado con aspiraciones de éxito como comerciante.

      El español solicitó inmediatamente la nacionalidad mexicana pero se le negó por los documentos que el gobernador McNair había redactado en los que Álvarez aparecía como ciudadano estadounidense. Mientras esperaba que se aclarara este asunto, Álvarez comenzó a explorar la zona alrededor de su nuevo hogar adoptivo. Algo acerca de Santa Fe, la ciudad fronteriza atrajo su atención. Es posible que la topografía y el clima le recordaran a su León de origen. Santa Fe se encuentra a 7.000 pies sobre el nivel del mar al pie de las montañas de Santa Fe o Sangre de Cristo que alcanzan una altitud por encima de los 3.676 metros. El río Santa Fe, en realidad, un arroyo, así como algunos manantiales locales, proporcionaban suficiente agua. En el reguero había sabrosas truchas, pez que a Álvarez le era familiar por el arroyo del mismo caudal que discurría por su pueblo natal de Abelgas. Robustos álamos y bosques alpinos dejaban paso gradualmente a coníferas más bajas que crecieron en la ciudad antes de que fueran utilizados como lumbre. También crecían robles y olmos alrededor del arroyo.

      Álvarez iba pronto a aprovechar el potencial de beneficio que tenía su nuevo hogar. Mientras el gobierno español pre-revolucionario había mantenido un sistema mercantil que prohibía el comercio exterior, las autoridades mexicanas que gobernaron tras la revolución no dudaron en abrir sus fronteras de par en par al comercio internacional. Los nuevomexicanos, hambrientos desde tiempo atrás de mercancías útiles acogieron esta oportunidad con agrado. En noviembre de 1821 el gobernador Facundo Melgares recibió calurosamente a William Becknell y su pequeño grupo de comerciantes, la primera misión de comercio legal que venía de los Estados Unidos. En los cuatro meses posteriores a que el gobernador Melgares jurara lealtad a México, tres grupos de comerciantes llegaron a Santa Fe. El futuro se tornaba positivo para los nuevomexicanos.

      La profesión de Álvarez cumplía de forma parcial los estereotipos mexicanos creados sobre los peninsulares, los nacidos en España, a quienes veían como hombres de negocios que cosechaban riqueza a expensas de los criollos, los españoles nacidos en México. La envidia que tenían los criollos de los españoles peninsulares fue sin duda una de las razones para el estallido de la revolución mexicana. El hecho de que Álvarez hubiera dejado el centro de México para volver a entrar en el país por su remota frontera norte, primero como ciudadano estadounidense, después como solicitante de ciudadanía mexicana y que se hubiera asentado como próspero comerciante en un nuevo punto de entrada hizo que sus actividades resultaran más sospechosas, ya que parecía incorporar todas las características que los criollos consideraban como amenaza.

      Con el dinero que pudo haber ganado en México, Álvarez abrió inmediatamente una tienda en la vieja capital, en Santa Fe –una tienda que regentó en persona hasta 1829 y controló durante el resto de su vida. Su negocio le permitió permanecer en contacto con los muchos comerciantes de Missouri y con los tramperos de los vastos e inexplorados territorios más allá de Santa Fe e intentó aprender en persona sobre el creciente comercio de pieles en la zona norte de Nuevo México.

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