Manuel Álvarez (1796-1856). Un leonés en el oeste americano. Thomas E. Chavez
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El viaje se convirtió en una experiencia beneficiosa para Álvarez. Aparte de conseguir beneficios económicos inmediatos, este comienzo de aventura y camaradería le iba a ser muy útil durante toda su vida ya que la familia Robidoux, compuesta por nueve hermanos representaba un papel muy influyente en el comercio de pieles en el Sudoeste de los Estados Unidos y siguió haciendo tratos con Álvarez durante muchos años. Tras la llegada del grupo a Taos, a finales de noviembre de 1824, a Álvarez lo contrató Francisco Robidoux, hermano de Louis y Esadore, y al año siguiente se vio involucrado en el embargo por parte de México de la mercancía de su patrón. Robidoux y Álvarez resolvieron el problema pagando al oficial mexicano una cantidad de dinero aparentemente adeudada de antes8.
El español solicitó inmediatamente la nacionalidad mexicana pero se le negó por los documentos que el gobernador McNair había redactado en los que Álvarez aparecía como ciudadano estadounidense. Mientras esperaba que se aclarara este asunto, Álvarez comenzó a explorar la zona alrededor de su nuevo hogar adoptivo. Algo acerca de Santa Fe, la ciudad fronteriza atrajo su atención. Es posible que la topografía y el clima le recordaran a su León de origen. Santa Fe se encuentra a 7.000 pies sobre el nivel del mar al pie de las montañas de Santa Fe o Sangre de Cristo que alcanzan una altitud por encima de los 3.676 metros. El río Santa Fe, en realidad, un arroyo, así como algunos manantiales locales, proporcionaban suficiente agua. En el reguero había sabrosas truchas, pez que a Álvarez le era familiar por el arroyo del mismo caudal que discurría por su pueblo natal de Abelgas. Robustos álamos y bosques alpinos dejaban paso gradualmente a coníferas más bajas que crecieron en la ciudad antes de que fueran utilizados como lumbre. También crecían robles y olmos alrededor del arroyo.
A pesar de las distancias, del clima árido y de los indios hostiles, Álvarez decidió quedarse en Nuevo México y construyó su hogar entre una gente que era hispana como él y cuyos ancestros habían desafiado esta frontera más de tres siglos atrás. En el momento de su llegada, la mayoría de los nuevomexicanos vivían en asentamientos enlazados a lo largo y ancho del valle del río Grande desde El Paso a Taos. Ninguno de los asentamientos, aparte de Santa Fe y Santa Cruz, era numeroso. Eran pequeñas comunidades cada una con una población de menos de mil habitantes que vivían en casas de adobe de tejado plano que parecían diseminadas al azar9. Aproximadamente 5.000 personas vivían en Santa Fe- apenas una metrópoli comparada con algunas de las ciudades a las que Álvarez ya había viajado, aunque fuera la capital de Nuevo México desde 1610. La mejor representación de la comunidad a principios del siglo XIX la hizo el teniente Zebulon Montgomery Pike, un militar estadounidense apresado en el territorio español en 1806: como una “flota de barcos de fondo plano de aquellos que se ve descender por el río Ohio en primavera y en otoño”10.
Las calles eran gastados caminos de tierra y Santa Fe no pudo presumir más que de sucios suelos en las casas hasta los años 1830. Al este de la plaza11 se encontraba situada la parroquia que recibía el nombre de San Francisco. En la parte sur de la plaza había casas, comercios y una capilla militar. Al oeste, más casas y establecimientos. Un edificio de una planta y tejado plano al norte de la plaza alojaba al gobernador, al personal y a los soldados regulares del regimiento militar que había sido de hasta 110 hombres durante el dominio español. El edificio había sido construido en un principio como prisión o fuerte a la fundación de Santa Fe y recibió el nombre de “Casas Reales” o “Presidio Real” durante la mayor parte de su historia. Aparentemente, a causa de la revolución terminada poco tiempo antes, los ciudadanos de la nueva república independiente le dieron al edificio el nombre de Palacio del Gobierno12. Aunque otros extranjeros criticaron con frecuencia las casas de adobe en las que vivían los mexicanos, Álvarez entendía su valor en aquel ambiente. El adobe le era familiar ya que en León, su provincia de origen, se utilizaban técnicas de construcción similares
Álvarez iba pronto a aprovechar el potencial de beneficio que tenía su nuevo hogar. Mientras el gobierno español pre-revolucionario había mantenido un sistema mercantil que prohibía el comercio exterior, las autoridades mexicanas que gobernaron tras la revolución no dudaron en abrir sus fronteras de par en par al comercio internacional. Los nuevomexicanos, hambrientos desde tiempo atrás de mercancías útiles acogieron esta oportunidad con agrado. En noviembre de 1821 el gobernador Facundo Melgares recibió calurosamente a William Becknell y su pequeño grupo de comerciantes, la primera misión de comercio legal que venía de los Estados Unidos. En los cuatro meses posteriores a que el gobernador Melgares jurara lealtad a México, tres grupos de comerciantes llegaron a Santa Fe. El futuro se tornaba positivo para los nuevomexicanos.
Los estadounidenses estaban igual de interesados en nuevos mercados. Muchos habitantes de Missouri, la mayoría granjeros, se habían visto forzados a comerciar con los indios para proporcionarse sustento, pero las minas de la parte central del norte de México dieron en especie –plata y oro. En 1822 cuando Becknell regresó con informes entusiastas sobre la ruta de comercio de Santa Fe, la impaciencia de los de Missouri por vender sólo se vio igualada por el deseo de los mexicanos de comprar13. Santa Fe era un punto de intercambio para las mercancías de Missouri y el metal precioso de México. El Camino de Santa Fe acababa en la capital del departamento y el Camino de Chihuahua continuaba desde allí adentrándose en México. Así, en el periodo de un año desde la entrada de Missouri en la Unión, las circunstancias geográficas y económicas habían formado una sociedad comercial entre el nuevo Estado y el nuevo país: una sociedad que significaba una nueva fuente de riqueza para la tradicionalmente olvidada ciudad fronteriza de Santa Fe. Cuando Álvarez llegó a Nuevo México, las caravanas desde y hacia Missouri ya llevaban tres años obteniendo enormes beneficios14.
La profesión de Álvarez cumplía de forma parcial los estereotipos mexicanos creados sobre los peninsulares, los nacidos en España, a quienes veían como hombres de negocios que cosechaban riqueza a expensas de los criollos, los españoles nacidos en México. La envidia que tenían los criollos de los españoles peninsulares fue sin duda una de las razones para el estallido de la revolución mexicana. El hecho de que Álvarez hubiera dejado el centro de México para volver a entrar en el país por su remota frontera norte, primero como ciudadano estadounidense, después como solicitante de ciudadanía mexicana y que se hubiera asentado como próspero comerciante en un nuevo punto de entrada hizo que sus actividades resultaran más sospechosas, ya que parecía incorporar todas las características que los criollos consideraban como amenaza.
Con el dinero que pudo haber ganado en México, Álvarez abrió inmediatamente una tienda en la vieja capital, en Santa Fe –una tienda que regentó en persona hasta 1829 y controló durante el resto de su vida. Su negocio le permitió permanecer en contacto con los muchos comerciantes de Missouri y con los tramperos de los vastos e inexplorados territorios más allá de Santa Fe e intentó aprender en persona sobre el creciente comercio de pieles en la zona norte de Nuevo México.
Mientras William H. Ashley desarrollaba un nuevo sistema de cazar pieles y comerciar con ellas para San Luis, el norte de Nuevo México llevó a cabo la misma trasformación pero más deprisa. Ashley merece mención por conducir la industria en general lejos de su dependencia de la vía fluvial y por desarrollar