Manuel Álvarez (1796-1856). Un leonés en el oeste americano. Thomas E. Chavez
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En relación con su nuevo negocio, Álvarez realizó dos viajes más a Missouri. El primero de ellos –con Louis Robidoux, Vicente Guiron, Thomas Boggs, Paul Padilla y otros diez– les reportó muchos beneficios cuando llegaron a Franklin, Missouri en 1827 con alrededor de 30.000 dólares en especie y varios cientos de mulas16. Inmediatamente después de su regreso de Taos en noviembre, Padilla y Álvarez comenzaron a intentar conseguir más pieles. Álvarez fue a Abiquiu a hacer ofertas y compró al menos doce pieles a Bernardino Váldez17. En condiciones normales era más barato comprar las pieles que cazar sin licencia y la mayoría de los tramperos evitaban quebrantar la ley comprando pieles a ciudadanos mexicanos que, a su vez, las habían adquirido de los indios, normalmente de los Ute. Quedaba el riesgo de levantar las sospechas de las autoridades mexicanas, quienes parecían asumir que cualquier trampero estadounidense que poseyera pieles las había obtenido de manera ilegal. Álvarez se vio involucrado en un caso de ese tipo cuando las pieles de Guiron fueron confiscadas por el comandante de Santa Fe el 21 de febrero de 1828. Guiron utilizó a Álvarez como traductor en la vista ante el alcalde de Santa Fe: Juan Estevan Pino18.
El 20 de marzo de 1829, el gobierno central de México promulgó una ley por la que todos los ciudadanos españoles, nacidos en España, tenían que abandonar el país. Los españoles en Nuevo México tenían un mes para abandonar la frontera y tres meses para dejar México y aquellos que no tuvieran recursos recibirían dinero para que pudieran llegar a los Estados Unidos. El nombre de Álvarez apareció en una lista de españoles en Nuevo México y así, con otros nueve, tuvo que marcharse. Era un momento oportuno para encaminarse a las montañas y vivir la vida del trampero19.
La industria de la caza y del comercio de pieles se encontraba en pleno apogeo cuando Álvarez, a sus casi 33 años, decidió probar suerte. La competición era fuerte entre varias compañías peleteras así como entre países. Muchas expediciones y tramperos habían utilizado la zona de Santa Fe y Taos como base de operaciones tras la independencia de México. Álvarez y su socio, J. Halcrow, también comerciante en Santa Fe actuaron como tramperos independientes asociándose a P.D. Papin y compañía, un grupo que ya antes había establecido contratos de negocios con la tienda de Álvarez y quizá uno de los motivos de Álvarez para irse a las montañas fuera incrementar el negocio de su tienda con compañías peleteras.
Buena parte del territorio al norte hacia Colorado y Utah, era familiar a los nuevomexicanos desde hacía largo tiempo. El comercio con los Ute se había establecido ya bajo el dominio español y continuó hasta 1847 cuando los mormones se instalaron en Utah. Los tramperos de pieles descubrieron que Taos era prácticamente un paraíso donde podían descansar tranquilos. Con Halcrow, sin embargo, Álvarez fue mas allá de las regiones vecinas; los dos comerciantes sirven para ilustrar el papel que los hombres de la frontera norte de México desempeñaron a lo largo del oeste estadounidense. En esta primera expedición, Álvarez actuaba desde fuera del Fuerte Teton y cazaba en los ríos Teton, Little Missouri y Yellowstone20.
En 1831, Papin y compañía se hicieron con el control de la American Fur Company y Álvarez y su socio cazaron bajo su auspicio para Andrew Drips en la zona noroeste de lo que hoy es el parque de Yellowstone. Álvarez pasó el invierno de 1832-1833 con Drips y con una brigada de la American Fur Company en la bifurcación del río Snake. Febrero fue un mes de clima suave y el deshielo llegó en marzo así que Drips puso a cuarenta tramperos bajo las órdenes de Álvarez quien partió Henry Fork arriba con la intención de cazar en el río Yellowstone. Drips condujo al resto de los hombres a otro sitio y finalmente se reunió con Álvarez en el río Green a final de la caza primaveral. El deshielo temprano, sin embargo, no trajo consigo un tiempo suave y Álvarez pronto se quedó estancado en el río Henry Fork con más de medio metro de nieve. Tan pronto como las condiciones lo permitieron, Álvarez condujo a su grupo hacia la zona del río Yellowstone, haciendo historia cuando encontró la cuenca del gran geiser. Hasta ese momento, cosas tales como los geiseres habían sido mitos y rumores. Aunque puede ser que otros euro-americanos los hubieran visto, el único del que se sabe que visitó la zona fue Daniel T. Potts en 182521. Buscando pieles y evitando a los indios Pies negros, Potts había visto algunos geiseres y al menos había oído las explosiones de Old Faithful en 1826. Si bien no creyó que aparentemente los geiseres fuesen un gran descubrimiento, sin embargo, describió lo que vio en una carta a su hermano: unas cuantas “fuentes de agua caliente y de agua hirviendo, algunas de agua y otras de la más hermosa arcilla” que lanza “partículas a una altura de entre veinte y treinta pies”. Potts añadió que en otros lugares azufre puro “era impulsado hacia adelante en abundancia”, acompañado, en un caso, por “terribles temblores” y una “explosión”… “que recordaba a la de los truenos”22.
Álvarez compartió su descubrimiento en 1833, despertando la curiosidad del resto y dirigiendo las visitas de otros, a destacar la de Warren A. Ferris y Osborne Russell, quienes viajaron a los geiseres al año siguiente de reunirse con Álvarez y sus hombres23. Ferris se dio cuenta de que el agua salía disparada 150 pies en el aire aunque “el grupo de Álvarez que la descubrió, [la fuente más grande], insiste que no podía ser menos de cuatro veces tan grande”. Ferris y Russell contaron su experiencia en las historias que harían famosa la zona24. El mito y la leyenda se habían convertido en realidad palpable.
Álvarez demostró tener no menos éxito en sus aventuras que el que había tenido con su negocio: ascendió a “capitán” o jefe de brigada para la compañía peletera y, en la reunión del verano de 1833 en río Verde, recibió un cheque de Lucien Fontenelle, que representaba a la American Fur Company, por valor de 1.325,98 dólares25. Una vez más, Álvarez había demostrado sus habilidades actuando por encima de la media y recibiendo los honorarios correspondientes. Su habilidad para destacar en cualquier actividad que intentara y para, entre tanto, hacer amigos leales se convirtió en su rasgo más significativo.
Aparentemente, después de que pasaron cinco años, el deseo de México de expulsar a todos los españoles se calmó puesto que Álvarez estaba de vuelta en Santa Fe en 1834 dirigiendo su tienda con un nuevo socio: Dámaso López, otro español peninsular que tenía experiencia en los negocios y que ya había llegado a Nuevo México en 182026. En 1883, López había estado involucrado en la demanda de José Francisco Ortiz por una mina 20 millas al sudoeste de Santa Fe. En calidad de representante del gobierno, López inspeccionó la mina y aprobó la reclamación a favor de Ortiz y su socio, Ignacio Cano. Como ninguno de los dos socios tenía experiencia en minería, tomaron a López como tercer socio, pero una vez que la mina comenzó a producir, éstos se acogieron a una ley de la República Mexicana que prohibía a los extranjeros realizar actividades mineras. Como consecuencia de esta ley, López, que era español, quedó eliminado de la sociedad. La venganza pudo ser un motivo oculto en el asunto: López, en nombre de un comerciante de Chihuahua llamado Lorenzo había iniciado con anterioridad un pleito contra Ortiz y Fernando Delgado en Santa Fe el 19 de junio de 182027.