Mosaico transatlántico. AAVV
Чтение книги онлайн.
Читать онлайн книгу Mosaico transatlántico - AAVV страница 10
Acaso vale decir ahora, en términos prácticos, que estas esposas o solteras recorrieron de norte a sur y de este a oeste la pintoresca España —aunque no siempre resultara serlo—, y que al hacerlo “desafiaron su destino simbólico, haciendo suya la palabra que había de nombrar al otro” (Ferrús, 2011: 14; cursivas en el original). En esa afrenta al orden simbólico se liberan y nombran espacios no del todo visibles o experimentados por el punto de vista letrado masculino; y nuevas formas de fetiche y mercantilización se abren paso desde el imparable poder del capital, si pensamos en las consabidas definiciones de Marx. A este respecto, no olvidemos que nos encontramos en el siglo que instaura el liberalismo y que marca el cambio de un orden económico a otro, y que en el caso de España va de la posesión de tierras y linajes a la circulación de mercancías y del dinero como nueva fuerza. En este contexto, el viaje, como quintaesencia finisecular del mundo moderno, global y en movimiento, e interconectado por sorprendentes formas de comunicación y transporte, se convierte en los relatos de escritura femenina en un sofisticado material de las sociedades ricas; y su marca de género, su desviación del punto de vista masculino, lo distingue de los textos al uso de su clase.
En las últimas décadas del siglo XIX y las primeras del siglo XX, la literatura de viajes ya se encuentra bien instaurada como un uso y disfrute de las sociedades burguesas e industrializadas. En un cambio de siglo en el que las coloridas mercancías mostradas por estos textos híbridos no están al alcance de todos, el consumo de esta literatura se dispara. Y frente al naturalista, que no deja de ser un esteta romántico (Ferrús, 2011: 17), la naturalista romántica abre, a su vez, espacios nuevos para fantasear y desear. Esos espacios, en el caso de España como referente real o transformado, constituían no una lejanía imposible e inalcanzable, como las de Asia o las antípodas, sino un mundo embrujado por la tradición, pobre pero exótico, romántico en diversas maneras, aunque sobre todo cercano. Y si esta experiencia era vivida por mujeres que contrastaban con los “ángeles de los hogares” victorianos, los fetiches aumentaban con llamativas y deliciosas posibilidades. Susan Hale, Katherine Lee Bates y Merrydelle Hoyt son tres estadounidenses que configuran un marco temporal destacado, el del cambio de siglo.
Susan Hale, ca.1865
Katherine Lee Bates
Como resultado de intensos viajes, la también artista plástica bostoniana, y soltera, Hale, publica en 1883 A Family Flight Through Spain. Con un sugerente título, en 1900, Lee Bates, conocida por el patriótico poema “America the Beautiful”, presenta Spanish Highways and Byways. Y, finalmente, ya en 1914, aunque con la retórica finisecular llevada hacia nuevos terrenos de ficcionalización, Merrydelle Hoyt sorprende al subgénero con sus Mediterranean Idyls. As Told by the Bells.
En estos viajes resaltan geografías como la andaluza o la madrileña, por la consabida variedad de prácticas, expresiones y símbolos castizos o sureños. Nosotros, a este respecto, nos hemos preguntado qué papel jugaron estos relatos en términos metonímicos. Con esto queremos decir, en cuanto a presentar lo andaluz o lo castizo como medida de todo un país, sobre todo a la hora de situar al mismo en el creciente mercado del turismo, y en el seno de la compra y venta, por así decirlo, de bienes culturales simbólicos, que se revelan como mercancías de enorme y preciado valor. Estos bienes llevan dentro de sí el peso de la tradición, de la devoción, de lo mítico y lo ritual, por eso pensamos que funcionan como una suerte de “testimonios”; y, lo que es mejor: pueden ser adquiridos, aunque sólo sea en universos de papel, ilustraciones y el acto en sí de soñar y desear que la literatura de viajes ejerce con su semiótica particular. Pero también dichos bienes, como mercancías, son creencias, rituales, vestidos, comidas, celebraciones y, en términos mucho más sutiles, toda una serie de prácticas destinadas a “vivir”, lo que no es poco.
La literatura de viajes femenina, entre el testimonio y la mercancía
Diversos mecanismos han implementado los estudios históricos y literarios para comprender y reinterpretar el fin de siècle español. Una instancia de gran productividad ha sido la que ha aunado géneros mal considerados “menores”, como la literatura de viajes, aunque desde un punto de vista extranjero. Así, más allá de concienzudas y repetidas lecturas sobre las literaturas nacionales, en un extremo, o sobre una diversidad de textos históricos, en el otro, en las crónicas y pasajes (escritos por hombres) se han sabido encontrar visiones muchas veces curiosas pero siempre fértiles en términos de cómo fue percibida la España de finales de siglo ante los ojos de profesionales de las letras y los viajes. Washington Irving, Richard Ford o George Borro son viajeros-narradores varones cuyos textos han resultado capitales en cuanto a la comprensión de la España decimonónica y finisecular, así como sus imágenes y representación; no ha ocurrido así, en cambio, con textos de mujeres escritos en experiencias similares (Ferrús, 2014).
A este respecto, pensamos que la recuperación de estos sofisticados artefactos de percepción de la imagen, la cultura y la sociedad, ha sido bien contrarrestada con la imagen autopercibida por los cronistas, periodistas y costumbristas de las letras y las artes españoles. Pero también es importante mencionar cómo en el perfil y origen de estos enunciadores se ha buscado un prestigio dado por su condición de género —un mundo moderno de hombres ha de ser retratado por hombres— y, además, por su condición nacional.
En medio de la vorágine civilizatoria de la Revolución Industrial, quienes mejor podían retratar serían los ingleses y estadounidenses —o, en su defecto, europeos de países ya industrializados. Fuera de aquí dejamos, por el momento, la posibilidad de que otra clase de cronistas, sea por su condición periférica a la modernidad o por una brecha cultural mucho más marcada —y, por ende, tal vez, un tanto más objetiva—, tuvieran algo más que decir al estar fuera de la dicotomía civilización/atraso. Nos estamos refiriendo a viajeros (o viajeras) latinoamericanos/as, africanos/as, asiáticos/as. Sin embargo, desde dónde sí es posible partir, aquí y ahora, es de la posibilidad —estudiada ya por expertos en el tema (Ferrús, 2011, 2013, 2014; Egea 2009)— de que una veracidad, a la vez imaginativa y liberada, proviniera de mujeres que encontraron un intersticio para producir con una marcada paradoja de soltura y determinación. En los pliegues de un género híbrido y menor, y por lo tanto menos sensible a los rígidos dominios heteropatriarcales, extranjeras viajeras encontraron un espacio creativo y fértil para ensayar la mirada propia y ajena, descomponiendo muchas veces los límites de la lengua, la retórica y los diferentes dispositivos de la escritura moderna.
La mirada de la mujer viajera, profesional de las letras y el retrato antropológico, va de la pasión por lo nuevo y lo exótico, como es de esperarse, a niveles más hondos de crítica, autoconciencia y, en lo que a nosotros interesa, una sensibilidad única y destacada para los mecanismos del mercado, en el seno de uno de los mayores impulsos mundializantes. Nos referimos a la mercantilización de los bienes culturales encontrados en las geografías visitadas, y reconfigurados como artefactos para la nonfiction en forma de literatura de viajes.