Leer antes. Márgara Noemí Averbach
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En ese contexto, hice tres entrevistas para el Archivo de Historia Oral de la Facultad de Filosofía y Letras con tres grandes escritores amerindios estadounidenses: Gordon Henry, LeAnne Howe y Simon Ortiz.
No tienen la misma edad (Henry, que es ojibwe y Howe, choctaw, tienen alrededor de cincuenta; Simon, el gran poeta acoma pueblo, más de sesenta), ni las mismas ideas sobre la literatura aunque sí ciertas actitudes semejantes frente al mundo en general. Gordon y LeAnne hablan el inglés como primera lengua, Simon pasa al acoma cuando toca temas particularmente importantes.
Cuando el tema lo entusiasmaba, Gordon se inclinaba sobre el sillón en el que estábamos charlando, cuarto piso del hotel y hablaba más rápido. LeAnne tiene una compostura firme y apasionada y dice que siempre fue un poco mandona porque en su tribu, la cabeza de la familia es la mujer y hace tiempo que ese papel le toca a ella. Simon habla horas sin cansarse. Busca con cuidado las palabras en inglés, haciendo pausas que yo no consigo respetar. Cuando cuenta ideas de los acomas, se pasa a ese idioma y la voz se le vuelve caricia. Después traduce al inglés.
Les pregunto si el contacto con la vida comunitaria de la Reservación tuvo importancia para ellos; si sintieron mucho la diferencia entre esa forma de vida y la estadounidense.
Gordon usa una anécdota para explicarse: “Una de las experiencias más interesantes que tuve fue cuando aprendí a leer y escribir. Yo entré y salí varias veces de la Reservación pero lo que voy a contar fue fuera. Me dijeron que tenía que leer en voz bien alta para que todos pudieran escucharme. Después volví a la Reservación y leíamos en voz alta en clase y los estudiantes leían en voz muy baja y yo casi no conseguía oírlos. Era muy diferente…”.
LeAnne dice que siempre vivió rodeada de lo que nosotros llamaríamos familia extendida y que eso es esencial para su escritura: “Sin eso, no tendría historias…, sin una familia bien grande, muchas tías, muchos tíos y una abuela que era contadora de cuentos en casa, sin esa familia inquieta, no tendría un baúl grande de historias…, no tendría la memoria larga de los choctaws. No puedo imaginarme sin ese tipo de familia en la que todo el mundo cuenta historias. No es que yo cuente necesariamente las historias de ellos pero fue un entrenamiento y ahora mis nietas y mis nietos…, los oigo repetir los esquemas que yo les instilé cuando contaba nuestras historias”.
Simon Ortiz habla largo rato (casi una hora) sobre su vida de infancia en la Reservación. Cuenta cómo fue ir a las escuelas pupilas a las que obligaron a ir a los chicos amerindios. Dice que si les debe algo a esas escuelas es el panindianismo, la relación que crearon entre miembros de tribus diferentes. Dice que para los amerindios siempre hubo dos educaciones: la de la escuela, impuesta por los blancos, y la tradicional de la tribu. “Los padres se veían frente a un dilema. Podían decir ‘No, no vayas, no tiene sentido, no queremos que tengas contacto con esas malas maneras de vivir (la idea era que la forma de vivir estadounidense era mala). No quiero que vayas porque va a romper la unidad, la integridad, la solidez de la comunidad’. Y es que eso va siempre antes (y aquí me lo dice en acoma primero): la tierra, la cultura y la comunidad. A veces, cuando uno se iba a la escuela, sentía que traicionaba todo eso. Uno estaba aprendiendo individualismo. Si uno tenía buenas notas en la escuela…, yo tenía buenas notas y era bueno para estudiar, pero después sentía ¿por qué tengo buenas notas?”.
Esa experiencia de mestizaje se da también a nivel del lenguaje. Como dicen dos poetas amerindias, Joy Harjo y Gloria Bird, los escritores amerindios “reinventan el idioma del enemigo”, en el caso de estos autores, el inglés. Ortiz me dijo algo realmente interesante al respecto: “tenemos que tener mucha conciencia de lo que hacemos cuando usamos el inglés. Porque el inglés es una… una forma de expresión muy centrada en sí misma. Y cuando lo usamos, tenemos que estar alerta y pensar en nosotros mismos, recordar que venimos de otros lenguajes y otras filosofías. Porque las dos filosofías, las dos culturas se pueden fusionar pero esa colaboración puede ir hacia un lado o hacia el otro... Nosotros, los que tenemos un inglés muy fluido, a veces lo usamos con demasiada facilidad, con demasiada velocidad… Y tenemos que tener cuidado con esa… esa falta de conciencia. Cuando yo uso el inglés, me recuerdo siempre ‘Estás diciendo esto en ingles’”.
Cuando le pregunté a Gordon Henry si estaba de acuerdo con Ortiz, pensó un poco antes de contestar: “Hablábamos de eso con una mujer que habla ojibwe y lo enseña y ella dijo que nuestro idioma está basado en los verbos. Que uno tiene que conectar a la persona con lo que hace mientras que, en inglés, hay un énfasis en la importancia del sujeto, el individuo… Así que sí, en cierto sentido, usar inglés es peligroso pero hay que…, esto lo dijo un estudiante en un panel, hay que ser seguro, olvidarse, dejar de tener miedo del inglés porque si no, uno termina retrocediendo…”
LeAnne aclara que su madre quería que hablaran inglés solamente, como todos en su generación, pero dice que cuando escribe (en inglés), está segura de expresar el mundo choctaw. “Me paso mucho tiempo pensando en eso, espero lograrlo, espero que mi pueblo lea ahí una sensibilidad especial. Y confío en que en ese proceso me guíen mis parientes, mi familia. Yo escribo en la casa que siempre tuvimos y siento en ella la ayuda de mi abuela y mi bisabuela. Creo en los ritmos internos que tienen que estar ahí para mi trabajo”.
Para estos tres autores y para otros grandes autores amerindios (Leslie Silko, por ejemplo, o Louise Erdrich), el lugar y el clan son esenciales. Culturalmente, la escritura y la narración de historias no es una actividad individual: el lugar y la comunidad se expresan en ellas. Los tres lo dicen de distinta manera.
LeAnne cuenta que fue la tierra choctaw la que de alguna forma le exigió que escribiera Miko Kings, su libro sobre el origen del béisbol como juego choctaw. Fue así: le dieron una beca que no había pedido para ir a escribir a Mississippi, el lugar en el que transcurre la novela. “Ese lugar, que es nuestra tierra, me llamó y yo volví a casa y terminé el libro en ese lugar. Cuando la tierra me llamó, estuve ahí. Así es como trabaja la tierra”.
Gordon Henry está de acuerdo. “A veces lo único que tengo que hacer es pensar en un lugar. El lugar donde mi abuela crió a mi padre, por ejemplo. Si pienso en ese lugar, me llegan imágenes y veo cómo se desarrollan las cosas que oí decir a otros de mi pueblo… Lo que nos conecta con la tierra es el recuerdo y esa tierra, una vez que uno empieza a desenrollarla, empieza a trabajar y uno entiende lo que pasó en ella”.
Y Ortiz: “mis abuelos y abuelas que no eran escritores, yo los respeto, los admiro y los reverencio porque yo soy su voz, me reconozco parte de esa continuidad humana…, hay que reconocer el lugar de uno en el círculo de la vida. Así que cuando hablo o cuando escribo, también mis abuelos y abuelas hablan en mí y mi tierra”.
La literatura de Henry, Ortiz y Howe, como la de otros autores amerindios, es absolutamente original y mestiza. Reniega de la división entre el artista como individuo excepcional por un lado y su pueblo o su tierra por otro. En palabras de Simon (las dijo primero en acoma, después en inglés): “Los amerindios son artísticos, eso se dice, y sí, pero yo creo que son artísticos pero solamente como seres naturales. Creo que todo el mundo es artístico como ser natural. Y sin embargo, por esa idea jerárquica occidental, algunos creen que hay quienes son artistas y otros no… Un ejemplo. Mi madre era alfarera. Todas las mujeres hacían alfarería en mi casa y no lo hacían por premios… Recibieron premios, sí, pero mi madre era una persona muy simple. Hacía alfarería porque era algo natural, porque era algo práctico. Como cocinar. Hacía las piezas, las vendía porque podía y era…, era hermoso. Eso solamente, era hermoso el trabajo que ella hacía. Así que el arte es en realidad una parte natural y orgánica de uno. Y así es como debería ser el lenguaje, escrito u oral”.
Así escribe Gordon Henry (ojibwe)
La anciana sueña que está arriba, en el norte, en la reservación. Es otoño. Humo de pinos que cuelga sobre los techos de las casas, hojas que caminan