Leer antes. Márgara Noemí Averbach

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Leer antes - Márgara Noemí Averbach BIBLIOTECA JAVIER COY D'ESTUDIS NORD-AMERICANS

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tribus a las que pertenecen estos autores, en cambio, la palabra tiene poder fuera de sí misma y puede cambiarlo todo. La palabra es la cosa y la modifica y no hay nada arbitrario en la relación entre el nombre y la cosa misma. Dentro de esa concepción de lo lingüístico, la “historia” no puede ser simplemente “diversión” ni referirse solamente a otras historias, como quería Borges. Las “historias” amerindias están completamente ligadas al mundo y son “una declaración política”, como dijo Leslie Marmon Silko en una entrevista, son, siempre, instrumentos de modificación de la realidad.

      Por lo tanto, se trata de libros políticos —lo cual no significa que sean menos valiosos que otros, a menos que los lectores compartan las ideas de Harold Bloom al respecto—, y lo son consciente y cuidadosamente. Hablan de cambio y de triunfo, de resistencia. Unos años antes de la aparición del Subcomandante Marcos, Leslie Silko hablaba de Chiapas como el lugar de la rebelión en Almanac of the Dead. Mucho antes de la globalización, los valores de la sociedad estadounidense —centrados en el dinero y la ganancia económica—enfermaban físicamente a los personajes de Ceremony, a los de Scott Momaday en House Made of Dawn y a los de Louise Erdrich en Huellas.

      En estas obras, contar es hacer y en ese sentido, la poesía, la ficción y el teatro de estos autores tienen la voluntad de ayudar a construir un mundo opuesto al que reciben, opuesto al que celebra el posmodernismo blanco. Para los autores blancos estadounidenses de la segunda mitad del siglo XX, el mundo está decididamente fragmentado, dividido en millones de intereses, individuos, reinos, espacios de todo tipo que no pueden tocarse entre sí. No protestan por eso, lo aceptan, lo aplauden incluso. Para los autores amerindios, el mundo es un todo en el que, como creen las religiones orientales, una pluma que cae en un extremo del planeta causa un huracán en el otro. Ese mundo único, “holístico”, necesita un equilibrio general que incluya tanto al ser humano como a los otros seres y cosas. Ése es uno de los temas esenciales de estos libros fascinantes. De eso trata, por ejemplo, Crossings, un poema maravilloso de Linda Hogan, que describe las relaciones constantes de todas las cosas con todas las cosas dentro de la vida de nuestro planeta. Con la lectura de un fragmento basta:

      Hay un lugar en el centro de la tierra

      en el que un océano se disuelve dentro de otro

      en un amor negro y sagrado;

      por eso las ballenas de un mar

      conocen canciones del otro,

      por eso una cosa se transforma en otra

      y la arena cae en el reloj

      hacia otro tiempo.

      Como el policial y la “novela histórica”, tal vez como cualquier género popular, entre los textos de la ciencia ficción y la fantasía (que las editoriales suelen unir en colecciones paralelas o únicas) pueden encontrarse desde novelas “de vacaciones”, sin otra pretensión que la venta masiva y también exploraciones sistemáticas y profundas de temas como las relaciones sociales, la política y la mente humana. Actualmente estos dos géneros cuentan con todo un grupo de escritoras, mujeres todas ellas, que supieron unir popularidad y profundidad en una serie de textos que por fin empiezan a aparecer en castellano.

      Una de las precursoras de esa generación de fin de siglo XX empezó siendo hombre. Se la conocía sólo por su seudónimo, James Tiptree Jr., y antes de que se develara su identidad, un crítico muy reconocido afirmó en un artículo que no creía en los rumores según los cuales el famoso Tiptree era mujer ya que sus relatos jamás podrían ser fruto de la imaginación femenina. Seguramente Alice Sheldon, que así se llamaba en realidad, se rió mucho escondida detrás de su máscara. Mientras tanto, sus novelas y cuentos abrieron uno de los caminos más frecuentados por sus herederas: el uso del esquema básico de la ciencia ficción para explorar los roles de lo femenino y lo masculino en la especie. Un ejemplo cualquiera: ¿qué pensaríamos de los dos sexos si descubriéramos que toda la humanidad, todos los hombres y las mujeres, son sólo los espermatozoides de una especie superior y están destinados a crear cohetes, llegar al planeta donde los esperan los óvulos y morir engendrando algo desconocido?

      Ese tipo de propuesta forma parte de un coro de voces femeninas que incluye la figura mayor de Ursula K. Le Guin y sigue resonando hoy en día en las novelas de autoras como Cherryh, Barbara Hambly o Lois McMaster Bujold. El mecanismo que utilizan todas ellas es el típico del género: como en la La mano izquierda de la oscuridad, de Le Guin donde el protagonista humano se encuentra con una especie andrógina y se ve forzado a revisar todas sus ideas sobre los sexos y el amor—, se trata de trasladar la acción a un tiempo (el futuro) o un espacio (otros planetas) sumamente alejados del presente. Con ese movimiento básico —tal vez lo único común a la ciencia ficción y la fantasia—, se pone al lector en una perspectiva violentamente diferente de la propia, una perspectiva que subvierte la visión del problema que se está tratando y obliga a cuestionar valores y estereotipos que ese lector siempre había considerado “naturales”.

      Lo interesante de estas autoras es la forma en que manejan esa base técnica. LeGuin, por ejemplo, crea mundos con leyes propias para expresar una idea sobre el ser humano (en la tetralogía de Terramar, claramente dentro de la “fantasía”), una consideración de neto corte político (en Los desposeídos, ya dentro de la ciencia ficción) o una protesta contra un hecho en particular (en El nombre del mundo es bosque, su novela sobre la guerra de Vietnam). En todos esos casos, además de un lenguaje perfecto y una prosa fascinante que parece simple y no lo es, Le Guin hace del diseño de sus mundos el vehículo perfecto para decir lo que quiere.

      En el fondo, las suyas (y las de todas las autoras que nombramos, exceptuando tal vez a Cherryh) son novelas de tesis (en el sentido meramente descriptivo de una expresión que actualmente se tiende a usar como descalificatoria). Como en toda buena novela de tesis, en las de Le Guin, las ideas (el anarcosocialismo crítico de Los desposeídos, la indignación política de El nombre del mundo o el budismo indígena de libros como Always Coming Home o Terramar) no se expresan en discursos ensayísticos separados de la acción o unidos a ella por líneas endebles como declaraciones directas de los personajes sino en lo estrictamente novelístico: en los rasgos internos del mundo de ficción.

      Otro tanto podría decirse de las novelas de fantasía de Barbara Hambly, en las que campean la magia, las intrigas, y hasta los dragones, esos animales que Borges calificaba de pecado literario y que esta autora, y Le Guin en Terramar, utilizan con originalidad y soltura. En Vencer al dragón de Hambly, el dragón funciona como un símbolo poderoso y fértil cuyo significado se expande como el círculo de una piedra en el agua. La lucha interior de la protagonista está inscripta en un mundo de pociones, hechizos y criaturas extrañas pero en realidad, es la compleja lucha de una mujer entre su amor por los suyos y su deseo de ser ella misma, el dilema entre la casa y la vocación —no por nada, se llama Waynest (camino-nido)—, estudiado desde una óptica claramente feminista. Desde esa óptica también, hay un intento calculado por destruir la imagen del heroismo tradicional: el Vencedor de Dragones, por ejemplo, usa anteojos, es tranquilo, absolutamente no violento y aparece por primera vez en un chiquero, con la ropa embarrada y maloliente, alimentando a los cerdos.

      Lois McMasters Bujold, una de las últimas ganadoras de los premios Nébula y Hugo, los grandes galardones del género, también construye mundos en el futuro. Sus intereses principales parecen ser, por un lado, el problema social de la intolerancia, y por otro, algunos problemas ideológico-literarios como el replanteamiento de la figura heroica. En este último sentido, la estrategia de Bujold es semejante a la de Hambly: su héroe más conocido es Miles Vorkosigan, un inválido que se apoya en los demás para cumplir con su tarea (aquí no existen el “esto tengo que hacerlo yo solo”), se da por vencido

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