Mi ataúd abierto. Gabriel Torres Chalk

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Mi ataúd abierto - Gabriel Torres Chalk BIBLIOTECA JAVIER COY D'ESTUDIS NORD-AMERICANS

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      Walt Whitman

      Tenemos ante nosotros el segundo volumen que ha escrito Gabriel Torres Chalk sobre la obra de Robert Lowell publicado por la Biblioteca Javier Coy d’estudis nord-americans. Y mantiene vivas las expectativas creadas a partir de su primer volumen. Robert Lowell: la mirada de Aquiles (2005) obtuvo el Premio Javier Coy 2006, concedido por la Asociación Española de Estudios Norteamericanos al mejor libro monográfico en el campo publicado durante los previos dos años. Ambos libros tienen su origen en la tesis doctoral sobre la obra poética de Robert Lowell que defendió Torres Chalk en la Universidad de Valencia en el año 2003.

      Pero este escritor es más que un hábil y elocuente crítico literario. Mucho más. Tras estudiar con maestros y artistas visuales en California, así como en Pekín junto a artistas plásticos del Distrito 798, ha seguido una carrera exitosa como artista oriental con taller en su Ibiza natal, tal como muestran las ilustraciones en esta edición. Asimismo es un notable trompetista, ha colaborado con el autor de esta introducción en la traducción al castellano de los Cuadernillos de Emily Dickinson y es poeta por méritos propios. Su primer libro de poemas, Mallku, fue publicado en 2007 y su segundo poemario, La voz del manglar, en 2010. Sus amplios conocimientos y diversas experiencias vitales acumuladas en el desarrollo de todos estos talentos convergen para enriquecer el libro que estás a punto de leer.

      ¿Por qué esta permanente fascinación con Robert Lowell? Parece cierto que nos atraen esos autores cuyo trabajo resuena de forma más potente con nuestro interior y lo que somos. Tal como señalé anteriormente en mi prólogo a La mirada de Aquiles, Torres Chalk se descubre en Lowell. En su escritura sobre esta imponente presencia recibimos un maravilloso ejemplo de una mente compleja que responde, resuena, hace eco y contesta a otra. ¿Qué más podemos pedir? La mejor crítica literaria es melodía del dueto de llamada y respuesta. Martin Heidegger describe la forma más beneficiosa del pensamiento (¿y qué otra cosa debe ser la crítica sino pensamiento serio y profundo?) como das andenkende Denken, una reflexión receptiva, un pensamiento que siente y responde. Yo lo describiría, de forma más sencilla, como la música de la mente. El flujo y reflujo del pensamiento a través del tiempo. El artista responde a la llamada que emana del mundo. El crítico responde a la llamada que emana de la obra de arte. Y la música resultante únicamente aumenta cuando, como en este caso, el crítico es también artista.

      Torres Chalk ha optado por leer el trabajo de Lowell como una expansiva y compleja secuencia de elegías interrelacionadas. Tal como menciona en su “Confesión Preliminar”, “la pertinencia de la poética lowelliana nos ha abierto el camino hacia una intensa reflexión sobre el concepto de elegía y su reformulación genérica. Es precisamente la inmensa dimensión de la elegía la que estructura y organiza nuestro presente discurso crítico”. Esta elección es incisiva. Es la elección de un artista. Éste entiende, tal como Walt Whitman aprende en “Out of the Cradle Endlessly Rocking”, que la muerte es la llamada más esencial de la vida. Nuestra conciencia, como seres humanos, de la mortalidad, es aquello ante lo que el artista - y en este caso, el artista/crítico - siente y responde.

      “Death”, escribió Wallace Stevens, “is the mother of beauty”. Lo que hace que nuestra existencia sea, cada día, valiosa y conmovedora, es el conocimiento de que la perdemos. Ese conocimiento reside en el lenguaje. Realmente sólo tenemos las palabras que nombran aquello que no podemos retener, y por ello nos lo permiten recordar. En este más amplio sentido, toda poesía, que conmemora la pérdida humana, es elegía. Y es en este sentido que Torres Chalk nos enseña a leer a Robert Lowell.

      No nos sorprenderá que el postclásico recalibrado lowelliano de la elegía clame tan nítidamente a Torres Chalk. Como todos nosotros, él escucha y responde a aquello que ya alberga dentro de sí mismo. Uno de los poemas que de forma potente me llama en Mallku es un ejemplo perfecto. El título es “Palabra ausente”:

      Cómo coser la palabra ausencia a la piel

      Si la herida no cierra –

      Observa cómo los pájaros se alejan sin mirar atrás.

      El cielo está oscuro y hay muchas hojas sobre el sendero.

      Cómo coser la palabra ausencia si huye de si misma

      Escapando de la posibilidad de ser fijada –

      Recuerda el aire carente de oxígeno en la altura

      Y esa máscara que asoma fugaz en la penumbra

      De la calle que desemboca en la plaza.

      Observa cómo los pájaros y piensa que se ausenta

      Mientras echan a volar –

      Entonces intuye que tal vez todo escapa y vuela

      Desde sus manos ante sus ojos

      Y decide coser la palabra pájaro

      Sólo pensando en la ausencia.

      Esta es poesía que capta, con delicadeza, lo inasible. Una elegía para la miríada de componentes de la vida, incluso aquellos más pequeños, que sólo podemos percibir en retrospectiva, al nombrarlos. La palabra homenajea aquello que siempre se ha ido.

      Torres Chalk es perfectamente consciente de que Lowell también lo es respecto a que todo lenguaje poético ocupa el espacio paradójico entre la ausencia y la presencia. Y desentrama esa doble conciencia en este libro. En lo que sólo puede considerarse como una elegía a sí mismo, Lowell escribe:

      No honeycomb is built without a bee

      adding circle to circle, cell to cell,

      the wax and honey of a mausoleum—

      this round done proves its maker is alive;

      the corpse of the insect lives embalmed in honey,

      prays that its perishable work live long

      enough for the sweet-tooth bear to desecrate—

      this open book . . . my open coffin.

      (“Reading Myself”)

      La presencia de la ausencia. Robert Lowell no podía haber deseado mejor oso goloso que a Gabriel Torres Chalk para profanar su mausoleo y deleitarse en la miel de su ataúd abierto. Déjale que te muestre cómo.

       Paul S. Derrick

      Confesión preliminar

      Nietzsche nos recuerda con acierto que la felicidad tal vez consista en vencer una resistencia. Por algún extraño designio me acuerdo de esta reflexión siempre que me acerco a la oceánica figura de Robert Lowell y desconozco por qué se me aparece la visión de su último trayecto en taxi desde el aeropuerto hasta el apartamento de Elizabeth Hardwick en West 67th St. en Nueva York, abrazado al retrato de la imagen de Caroline Blackwood realizado por Lucian Freud.

      Reconozcamos que en las vertientes analíticas y críticas de discursos ajenos proyectamos nuestras propias confesiones. Aquí radica la paradoja en lo que se refiere a los análisis textuales de la historiografía literaria en general y de la denominada poesía confesional norteamericana de la segunda postguerra del siglo veinte en particular: nos convoca, como lectores,

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