Johannes Kepler. Max Caspar
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Retrato de juventud de Kepler.
Cuando Kepler se decidió a solicitar la mano de Barbara, mujer con riquezas, dos amigos de Kepler se presentaron al padre de la muchacha, Jobst Müller, en calidad de «caballeros delegados», como era costumbre, con el fin de tantear su opinión y la de la familia en relación con las pretensiones de desposorio, y para recomendar a su mandatario. Ocurrió en junio de 1596 y representaron a Kepler el médico Johannes Oberdorfer, inspector de la Stiftschule, y Heinrich Osius, antiguo profesor de dicho centro y a la sazón diácono de la iglesia del mismo [70]. Entonces, como suele continuarse el relato, el padre arrogante habría hecho depender su consentimiento de que se documentara la ascendencia noble del pretendiente. De manera que Kepler se habría desplazado a Württemberg para procurarse un documento acreditativo en la ciudad de Stuttgart, sede del gobierno ducal. Sin embargo, no hay duda de que esta información es falsa. Los motivos que llevaron a Kepler a viajar a Suabia en febrero de 1596 ya se han comentado algo más arriba. La causa inmediata fue acatar la voluntad de sus dos abuelos, ambos muy ancianos y enfermos, tal como atestigua el propio Kepler en la memoria oficial con que se disculpa por la prolongación de las vacaciones [71], y no hay ninguna razón para dudar de la credibilidad de ese informe. La importancia que adquirieron para él más tarde los otros asuntos que lo llevaron a la patria, como la impresión de su libro y la confección de su maqueta, queda patente en el hecho de que por ellos permaneció allí siete meses completos cuando solo le habían concedido dos. La adquisición del supuesto documento solicitado por Jobs Müller no guarda ninguna relación con ello. Además, no podría haber conseguido tal acreditación en Stuttgart, pues para ello habría tenido que dirigirse a Viena. ¿Y para qué iba a insistir tanto Jobst Müller en la ascendencia noble del tercer marido de su hija, cuando con anterioridad no solo había aprobado, sino que él mismo había favorecido su enlace con hombres de posición intermedia?10 No, la resistencia con que se opuso a los deseos de Kepler tenía su origen en la pobreza del pretendiente. No quería conceder la mano de su hija a un hombre que auguraba un porvenir de estrecheces en vista del puesto mal pagado y poco considerado que ocupaba como empleado de escuela, y de sus exiguos ingresos. Para el hombre acaudalado la decisión dependía de una cuestión de dinero y posesiones. Carecía del más mínimo entendimiento para el trabajo científico. Por lo demás, los pormenores de los trámites para el enlace no están del todo claros. Mientras Kepler permanecía en Suabia, sus casamenteros continuaron esforzándose para granjearse a la familia de la novia. Kepler supo que tuvieron éxito a través del catedrático Papius de Tubinga, el cual mantenía un intercambio epistolar intenso con sus viejos amigos de Graz. En esa ciudad se había dudado durante bastante tiempo de la boda del mathematici, pero ahora estaba todo bien dispuesto. La novia sería suya con toda seguridad. Solo quedaba que Kepler se apresurara a regresar a Graz. Papius aconsejó además al pretendiente, «pertrechaos en Ulm con un traje completo para vos y vuestra prometida de estopa de seda buena o, al menos, del mejor tafetán doble» [72]. Pero aún trascurrió casi un trimestre desde esas indicaciones hasta que Kepler estuvo de vuelta en Graz. A su regreso a casa se llevó un gran desengaño. Nadie lo felicitó a su llegada como él habría esperado. En lugar de eso le comunicaron de forma confidencial que había perdido a su prometida. Durante medio año había vivido con la feliz ilusión de esa boda. No está claro a qué se debió ese cambio repentino. Parece obvio que un pretendiente no debería ausentarse tanto tiempo como hizo Kepler. Descuidó forjar el hierro mientras estaba candente. Un paisano suyo de Suabia se empeñó especialmente en evitar su unión con Barbara; era el secretario territorial Stephan Speidel, muy bien considerado por el cargo que desempeñaba. Aspiraba a casar aquel buen partido con algún otro para incrementar así su propia influencia; además, deseaba ver a la mujer mejor provista [73], según escribe con franqueza el propio Kepler. Pasaron algunos meses durante los cuales el afligido maestro se fue haciendo lentamente a la idea de darle un rumbo nuevo a su vida, sin que por ello abandonara del todo la esperanza. Las gestiones continuaron. También el rector de la Stiftschule intercedió en favor de su profesor de matemáticas. Se ve que un enlace como aquel no era solo un asunto entre el novio y la novia, y tampoco se limitaba a los familiares, sino que más bien era una cuestión en la que la comunidad tomaba parte activa. Antes de desplazarse a Württemberg, Kepler ya se había comprometido con la mujer que había elegido. De modo que ahora también podía dirigirse a las autoridades eclesiásticas para que o bien lo liberaran de su promesa o bien mediaran ejerciendo su influencia sobre la novia y sus parientes. Ocurrió lo último. La autoridad de los eclesiásticos hizo mella en los implicados. Además, estos empezaban a temer el escarnio de la gente. En enero de 1597 se tomó al fin la fortaleza en un asalto colectivo [74] y el 9 de febrero se celebró la solemne promesa matrimonial, a la cual le sucedió la boda el 27 de abril del mismo año. Después de la ceremonia en la iglesia del colegio, la celebración tuvo lugar con gran pompa, siguiendo la costumbre de la época, en la vivienda donde entonces residía Barbara, la casa del señor Georg Hartmann von Stubenberg, sita en la calle Stempfergasse [75].11 Después de todo lo ocurrido es comprensible que la celebración no tuviera lugar en la casa paterna de la novia, en el bello Mühleck, como habría sido de esperar. Cabe imaginar los agrios ademanes del padre de la novia durante el convite. De los delegados que el señor Niedenaus invitó a la boda, Kepler recibió un vaso de plata valorado en veintisiete florines como símbolo de su «aprecio» [76]. Asimismo, su retribución anual se vio incrementada a petición propia [77] de ciento cincuenta a doscientos florines, ya que dejó libre su vivienda en la escuela para mudarse a la Stempfergasse.
Una semana antes de la boda el propio Kepler expuso a Mästlin en una carta en qué situación quedaría el nuevo desposado a raíz del enlace: «El estado actual de mis bienes es tal que si me llevara la muerte en el plazo de un año, nadie podría dejar tras de sí peores recursos que yo. Me veo en la necesidad de costear gastos ingentes porque aquí es costumbre organizar las bodas con todo boato. Pero es seguro que si Dios me regala con una vida algo más prolongada, quedaré ligado y encadenado a este lugar con independencia de lo que pueda sucederle a nuestra escuela. Porque mi prometida posee aquí bienes, amistades y un padre acaudalado. Según parece, dentro de unos años dejaré de necesitar un salario si así me place. Tampoco podré abandonar la región a no ser que surja alguna contrariedad bien pública o bien privada. Una pública sería, por ejemplo, que la región dejara de ser segura para un luterano o que los turcos la acosaran aún más de cerca, de quienes ya se dice que se encuentran en apresto con seiscientos mil hombres. Un infortunio personal se daría en el caso de que falleciera mi esposa. De modo que, como veis, también sobre mi suerte se cierne una sombra. Desde luego no oso pedir a Dios nada más que lo que quiera depararme en estos días» [78]. No va muy descaminado quien sospeche que a la hora de elegir esposa, Kepler no se dejó llevar en último término por la consideración de su patrimonio. El dinero siempre fue importante para él. Sabía que «quien vive en la miseria es un esclavo, y casi nadie lo es por voluntad propia». En cualquier caso, en sus comentarios anteriores se ve cómo jugó con la posibilidad de conseguir independencia externa gracias a los bienes de su esposa, una idea con la que muy fácilmente se olvida que tal libertad suele obtenerse a cambio de contraer otra dependencia aún más desagradable. Su sueño se quedó en mero sueño. La sombra de la que habla iba a oscurecer muy pronto su vida.