Una historia del movimiento negro estadounidense en la era post derechos civiles (1968-1988). Valeria L. Carbone
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Sin embargo, y como se destaca desde las páginas de The American Social History Project, lo cierto es que en el medio siglo después de la Reconstrucción, “las grandes masas de negros sureños no marcharon al ritmo de Washington o de Du Bois. Lo que sí hubo fue un movimiento organizado que enlistó a decenas de miles de negros sureños”, un gran movimiento de base que se conoció como la Gran Migración110.
La Gran Migración de afro-estadounidenses del sur (donde hacia 1900 se concentraba el 90% de la población negra, 80% de la cual vivía en zonas rurales111) a los centros urbanos del norte y oeste del país comenzó hacia 1890, como consecuencia del empeoramiento de las condiciones económicas producidas por la mecanización del agro y la crisis desatada por el declive de los precios agrícolas. Ello se conjugó con la incipiente industrialización y las mayores y mejores oportunidades laborales en regiones industriales, y la esperanza de un mayor grado de libertad fuera del sur. Poco después, el advenimiento de la primera guerra mundial ocasionó una importante escasez de mano de obra, consecuencia directa de la partida de miles de hombres al frente y de la interrupción del flujo de inmigrantes europeos, por lo que el sector defensa requirió cubrir ese déficit incorporando trabajadores a las Fuerzas Armadas y a las industrias de guerra. Entre 1910 y 1920, aproximadamente 500.000 negros migraron a centros urbano-industriales, en lo que fue la mayor migración interna de la historia de los Estados Unidos.112 Para estos negros, víctimas de un violento y arraigado sistema de segregación que regulaba todos los aspectos de sus vidas, ciudades como Detroit, Chicago o Newark aparecían como una suerte de “oasis”: disponibilidad de empleo, opciones de vivienda digna, posibilidad de ejercer más fácilmente sus derechos políticos y electorales. Pero la realidad terminó siendo otra.113
Esta Gran Migración comenzó, al mismo tiempo, a alterar las relaciones de dominación racial tanto en el sur como fuera de él. Jack E. Bloom afirma que, en el sur, los patrones raciales se formaron en un sistema económico que dependía absolutamente de mano de obra negra barata, abundante y fácil de controlar. Cuando la estructura de clases, sostenida en la ideología de supremacía de la raza blanca, fue reemplazada por otra que utilizaba otros medios para proporcionar mano de obra, “los patrones de dominación racial comenzaron a ser abandonados”114 para, podríamos agregar, ser reemplazados por otros. La Gran Migración y el crecimiento de un movimiento obrero negro, sumado al retorno de las tropas del frente a fines de la guerra, ocasionó un incremento de las tensiones raciales en ámbitos urbanos. Si bien la población negra siguió ocupando el escalafón más bajo del proletariado urbano y rural, y realizando los trabajos que los blancos no desempeñaban, la clase obrera blanca – temerosa ante las perspectivas de igualdad racial y competencia laboral – experimentó un fuerte sentimiento de rechazo ante la presencia de los trabajadores negros. El historiador Stanley Coben atribuyó este fenómeno a la intensificación de patrones de pensamiento nativista que pretendían hacer frente a la “ofensiva de razas inferiores y oscuras”, llevando a cabo una “cruzada por un americanismo puro”115. En esta “cruzada” los blancos pobres continuaron identificando sus intereses con los de la clase dominante, en función de solidaridades raciales particulares. Tanto en el norte como en el sur comenzaron a verse turbas de linchadores que, buscando preservar “la pureza de la raza blanca”, atentaron contra la vida, bienes materiales e instituciones de los negros en una oleada de violencia racial que se extendió desde finales de la década de 1910 hasta mediados de los años veinte.
La combinación de estos factores (el empeoramiento de las condiciones económicas hasta la crisis de 1929, la segregación socio-económica y la exacerbación de la conflictividad racial) llevó a que la comunidad negra desarrollara, en palabras de Francis Fox Piven y Richard Cloward, mecanismos de resistencia a la subordinación116. Protestaron contra la opresión (económica, política, social, cultural) de la que siempre habían sido objeto, lucharon en defensa de su derecho a trabajar y combatieron la discriminación en las agencias federales, en la industria y en las Fuerzas Armadas. En este contexto, fueron primordialmente dos las instituciones que canalizaron la resistencia y organización de la lucha afro-estadounidense: las iglesias negras y la NAACP.
Las iglesias permitieron el acceso a los recursos necesarios para llevar a cabo formas de resistencia colectiva. Como institución de referencia, se transformaron en el núcleo movilizador de las acciones de lucha. Le otorgaron al movimiento negro una base de masas organizada, un grupo de líderes económicamente independientes y con la autoridad moral y habilidad para manejar gran cantidad de recursos humanos y financieros, y centros de reunión donde planear tácticas y estrategias de acción colectiva.117 Además, le permitieron a la comunidad negra un manejo autónomo del establishment blanco, al constituirse en un excelente canal de información, tejiendo verdaderas redes sociales de iglesia a iglesia y de púlpito a fieles, necesaria para la organización de cualquier movimiento de masas. Robert Self indica que la particularidad de las iglesias negras residió en que era la institución más visible e influyente y “conjugó tanto objetivos integracionistas como una solidaridad interracial, combinando el espíritu de plena participación en la sociedad blanca dominante con el ethos del separatismo afro-estadounidense”118. Muchos procesos de movilización y resistencia surgieron desde las iglesias negras, sentando las bases para el rol central que adquirieron en la movilización de las décadas de 1950 y 1960, fiel reflejo del papel que históricamente habían representado en el seno de la comunidad afro-estadounidense.
La NAACP, por su parte, había sido fundada en 1909 para luchar contra la segregación y violencia racial. Apeló a la investigación, educación, acciones legales, debates y publicidad como recursos para impulsar la acción federal contra los linchamientos y a favor de los derechos de los negros. Sus tácticas de lucha por excelencia pasaron por la producción intelectual, a través de la publicación de la Revista Crisis (A Record of the Darker Races)119 y la apelación al sistema legal. En 1915, y luego de un largo proceso, la NAACP logró que la Corte Suprema de Justicia invalidara la Cláusula del abuelo, que prohibía votar a los negros sureños, y en 1921 – a pesar de que una táctica dilatoria impidió su promulgación en el Senado – consiguió la sanción de la primera ley anti-linchamientos jamás aprobada por la Cámara de Representantes. Las primeras filiales sureñas de la NAACP surgieron hacia 1918, pronto superando al norte en cantidad de afiliados y permitiendo que la organización alcanzar 91.000 miembros en 1919.120 Por necesidad, en el sur la NAACP estuvo íntimamente conectada con las iglesias negras. Como lugar de reunión, fuente de financiamiento y de figuras carismáticas y espirituales capaces de movilizar a gran cantidad de fieles, las iglesias proveyeron a muchos de los líderes de las filiales sureñas de la NAACP. Du Bois destacó que, a pesar de ser una organización biracial, los militantes y trabajadores siempre surgieron de las filas de la comunidad negra. Los activistas blancos nunca aportaron en gran medida, y los recursos financieros de la organización provinieron en un 90% de ingresos de trabajadores negros.121 Sin embargo, y a pesar de su gran cantidad de adherentes,