Una historia del movimiento negro estadounidense en la era post derechos civiles (1968-1988). Valeria L. Carbone
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La segunda perspectiva es la que, compartiendo la premisa de una disminución del activismo político negro hacia fines de la década de 1960, busca sus razones más profundas. Entiende que hacia 1965 ya se habían alcanzado los objetivos primarios del movimiento – léase, la destrucción legal del sistema de Jim Crow, la supuesta “victoria ideológica” sobre los supremacistas blancos, y la incorporación de los negros al sistema político-electoral–, por lo que la continuidad de la lucha no tenía razón de ser. Las marchas de protesta, actos de resistencia y manifestaciones eran innecesarias para superar los obstáculos restantes a la completa integración racial.24
Ante lo que se perfiló como una coincidencia en relación a la “ausencia de activismo negro” en el período “post-derechos civiles”, el debate historiográfico centró su atención en temas tales como la periodización del movimiento, sus orígenes, las distinciones entre el movimiento por los derechos civiles y el Poder Negro, y los elementos de continuidad y ruptura entre ellos.
La historiografía tradicional estableció la periodización clásica del movimiento a partir de la caracterización del militante socialista Bayard Rustin, respetada por la camada de historiadores revisionistas posteriores. Luego de su participación en la Joven Liga Comunista (1936-1941), Rustin comenzó a militar en la organización pacifista Fellowship of Reconciliation y junto al sindicalista afro-estadounidense A. Philip Randolph, trabajó en pos de los derechos civiles y laborales de los negros y otros grupos. Se involucró activamente en la organización de la “Marcha sobre Washington por Trabajo y Libertad” de 1941, luchó en California en defensa de los norteamericanos de ascendencia japonesa confinados en campos de detención durante la Segunda Guerra Mundial, y participó de los primeros “viajes por la libertad” (1947) contra la segregación en los medios de transporte público interestatal. En 1957, fundó junto a Martin Luther King, Jr. la Southern Christian Leadership Conference (SCLC), y fue uno de los principales organizadores y promotor de la “Marcha sobre Washington” de 1963. Hasta su muerte en 1987, participó en organizaciones de derechos civiles, y publicó incontables obras sobre la situación de las minorías. En una de ellas, titulada From Protest to Politics (1965), Rustin estableció el período 1954-1964 como la “fase clásica”. El fallo de 1954 de la Corte Suprema en el caso Brown contra la Junta de Educación de Topeka – que puso fin a la doctrina “separados, pero iguales” en la educación pública elemental –, y el Boicot de Montgomery (1955-1956) que terminó con la segregación racial en los autobuses de la capital del estado de Alabama, son considerados sus detonantes. A su vez, se toma la sanción de la Ley de Derechos Civiles de 1964 como punto culminante del período de auge, mayor movilización social y protesta de masas.25
Lo que las corrientes historiográficas dominantes (tanto la Master Narrative como la Historia desde abajo) entienden como el “fin del Movimiento” debe ser considerado un nuevo punto de partida. La lucha no finalizó, sino que dio lugar a una nueva fase en la que se reconfiguraron y reelaboraron objetivos y estrategias de lucha. La misma pasó a adoptar diferentes formas, dando inicio a una nueva etapa en la que los afro-estadounidenses lucharon para preservar e incluso expandir las victorias obtenidas, persiguiendo derechos y demandas de clase, en la que debieron enfrentar nuevos obstáculos, dando lugar a diversos y más complejos espacios de lucha26.
Tomando en consideración el período propuesto, tanto la historiografía tradicional como la revisionista, ven los años comprendidos entre 1965 y 1968 como una especie de interludio, una fase de transición para un movimiento que entendía que la lucha estaba aún incompleta. La interpretación que se ha hecho de estos años es que en este breve lapso el “triunfante Movimiento sureño” se expandió a los guetos urbanos del norte, donde se radicalizó bajo la égida del nacionalismo negro y del Poder Negro. En esta instancia, el Movimiento comenzó a adoptar un cariz relacionado con reivindicaciones de clase (empleo, salarios, nivel de ingreso, condiciones de vida, calidad educativa, condiciones de vivienda y distribución de la riqueza) que no sólo afectaban a la comunidad negra sino a la sociedad en su conjunto. La militancia negra pasó a ser caracterizada como “inadmisible, radical y con demandas extremistas”27. Como plantea Singh,
en este punto, una serie de sorpresivos y coincidentes cambios parecen haberse sucedido dentro del movimiento: [se pasó] de derechos civiles al Poder Negro, del sur al norte, de manifestaciones no violentas a protestas radicales, de tolerancia a divisiones internas, de reclamos de integración a demandas por un nacionalismo negro, de un movimiento ‘patriótico’ a uno ‘anti-estadounidense’; todos estos factores conspiraron para fracturar al Movimiento, para cercenar sus apoyos políticos y de una opinión pública que ahora consideraba que las demandas negras eran excesivas.28
Así, la historiografía se polarizó en visiones dicotómica: el “verdadero” movimiento del sur/su derivación reacionaria en el norte, no-violencia/radicalismo del Poder Negro, segregación de jure/de facto, movimiento antes y después de 1965.
En gran medida, las investigaciones referentes al período post-1968 son relativamente actuales, y se enfocaron en el análisis de los legados, logros y fracasos del movimiento. Se hizo hincapié en la pérdida de interés político, o de confianza en el sistema político, de la comunidad negra estadounidense29, en el fracaso en el proceso de integración racial en el sistema educativo30, en las controversias y debates originados por la implementación de las políticas de Acción Afirmativa31, y particularmente en el hecho que el movimiento no había logrado poner fin a lo que Francis Fox Piven y Richard Cloward caracterizaron como los factores de destrucción de las clases negras bajas: el desempleo, el deterioro en las condiciones de vida en los guetos urbanos, el aumento en los índices delictivos, la adicción a las drogas, la violencia racial32.
Fue la corriente del “movimiento largo”, la que expandió los parámetros temporales, geográficos y temáticos en la historiografía, analizándolo no tanto como fenómeno, sino como proceso histórico. Jacqueline Dowd Hall acuñó la “Tesis del movimiento largo” al ver indicios de un proceso de lucha de la comunidad negra que, originándose en la década de 1930, “se aceleró con la Segunda Guerra Mundial, se desarrolló mucho más allá del sur, siendo continua y ferozmente impugnado, y que en las décadas de 1960 y 1970 inspiró un ‘movimiento de movimientos’ que desafió cualquier narrativa de colapso”33.
A partir de esta premisa se introducen nuevos ejes de debate. Por un lado, la reperiodización: el largo movimiento propone rastrear sus orígenes antes del ingreso de los Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial, analizando el rol de líderes y activistas que comenzaron su militancia durante esos años de profunda crisis socio-económica. El historiador pionero a la hora de “extender” la periodización y composición social del movimiento fue John Dittmer, quien se centró en la