Identidad y disidencia en la cultura estadounidense. AAVV

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Identidad y disidencia en la cultura estadounidense - AAVV BIBLIOTECA JAVIER COY D'ESTUDIS NORD-AMERICANS

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raza”. Trad. Alberto Supelano. Revista de Economía Institucional. Vol. 10, nº 19 (Segundo semestre, 2008): 385-396.

      La insalvable frontera de la nación estadounidense:

      la aislada identidad sureña en la literatura norteamericana

       Candela Delgado

      En un trabajo minucioso de arqueología cultural en la historia de los Estados Unidos de América, se detecta sin dificultad que su sociedad nunca ha producido obras de arte, independientemente del género, que representen una identidad global homogénea. La cohesión que exporta la nación se torna cuestionable al percibir la fractura que aleja el Norte y el Sur del país. Dicha fragmentación comienza ya en los primeros estadios de la formación de la sociedad americana como tal. El continente americano del norte no puede borrar de su pasado los acontecimientos violentos que han contribuido a forjar su propia identidad, en la que han dejado cicatrices visibles. Toda nación pretende silenciar pasajes ignominiosos sin éxito, pero el intento se dificulta cuando precisamente los productos culturales que dan honra a la entidad social y política versan, reiteradamente, sobre aquello que en el proceso de construcción propia se quiso ignorar.

      Al respecto, el primer caso claro en los Estados Unidos lo constituye el trato dado a las culturas nativas, aquellas que fueron acosadas, aisladas y sometidas a ocultación en el sistema de reservas. La diversidad, sin embargo, prevalece con persistencia y firmeza tanto en la conciencia del ciudadano como en el imaginario popular. En particular, este artículo se preocupa de analizar la dualidad Norte/Sur, distinguida por sus desemejanzas.

      Al plasmar en narraciones, bien orales o escritas, los testimonios de los hombres y mujeres que experimentaron la creación y el desarrollo de las colonias en estados y estos en nación, se puede observar que tanto el Norte como el Sur comparten la mencionada herencia de desolación. Dichos testimonios, recogidos en crónicas o relatos de ficción, muestran la complejidad de un proceso en el que conviven la voluntad colonizadora, las diferencias según territorios y la resistencia de las culturas indígenas. El colono que se esfuerza por crear una nueva civilización en Jamestown, Virginia, a principios del siglo XVII, se ve rodeado de un entorno extraño en el que no halla significantes adecuados para representar, por un lado, los nuevos elementos que encuentra, y por otro, los híbridos culturales que se van creando.

      Así, la herencia literaria norteamericana deberá convivir con un sentimiento de culpa, derivado del exterminio o deterioro de valiosos bienes culturales e, igualmente, superar las carencias de una civilización reciente que sufre cambios continuos y muy acelerados. Este último factor provocará una tendencia al recuerdo obsesivo de los orígenes; una perpetua nostalgia transmitida en el futuro a generaciones que, paradójicamente, experimentarán tristeza por la ausencia de una patria, un paisaje y costumbres que ni siquiera llegaron a conocer. Por lo tanto, al convertirse este padecimiento moral en una parte integrante del folclore nacional, se reflejará, inevitablemente, en su producción artística.

      La culpa y sentimiento de melancolía constante perduran como legado común a todos los estados, si bien ambas características se acentúan en las regiones del Sur. Se pueden identificar hechos y procesos fácilmente perceptibles en el pasado de esta región de los Estados Unidos que marcan de manera progresiva una narrativa de identidad, unas pretensiones y actitudes sociales y culturales muy diversas a aquellas del Norte, siendo además esto producto de un esfuerzo consciente de aserción de independencia.

      El Sur exento desde el origen

      Retomando el periodo colonial y el mencionado Jamestown, se advierte en este territorio la imposición de unas estructuras sociales y económicas que encauzan al Sur, desde sus principios, en una dirección diferente a las colonias del Norte. A medida que fueron creciendo las colonias del sur a lo largo del siglo XVII, se establecieron como cultivos preferentes el tabaco, el algodón y el arroz, con una mano de obra dependiente de la servidumbre y la esclavitud de nativos americanos, africanos y blancos carentes de propiedades o soporte económico. En los primeros escritos de americanos se describe al esclavo como un ser carente de humanidad:

      Con el avance de la institución de la esclavitud, surge el ideal de la plantación sureña, sustentada en gran medida por el comercio de vidas humanas, con la aparición y desarrollo conjuntos de una alta burguesía terrateniente y feudal, que en un principio, imitaba las maneras y costumbres de la nobleza inglesa. Este aspecto primario marcará el mito del Sur y, obviamente, las visiones románticas del mismo que procurarán redefinir estos comienzos como un paraíso que jamás se debió haber perdido. Pero, del mismo modo, se convertirá en un estigma que durante los siglos venideros deberá aprender a articular, integrando estrategias en su retórica que excusen esta parte de su historia, hasta elaborar incluso exaltaciones enmascaradas de la misma a través de retrospectivas idealizadas. Sin embargo, resultará innegable, en un análisis histórico del Sur, la siguiente declaración de William Harris: “Fue la alianza entre la esclavitud de africano-americanos y la economía de la plantación lo que funcionó como cimientos para la creación del Sur” (23).

      Aunque diferentes historiadores aseguran que la plantación, como base de la economía sureña, resultó un lastre para su desarrollo en comparación con el Norte, parece innegable que paralelamente aseguró la extrapolación de la estratificación social al sistema jurídico, con la creación de leyes que afianzaron la supremacía blanca. La paradoja de este rasgo histórico de los Estados Unidos quedará plasmada en el proceso de gestación de la Declaración de la Independencia (1776), una vez que las sociedades coloniales evolucionaron, reconociendo una mayor necesidad de autorregulación. Thomas Jefferson como redactor principal y tercer presidente de la nación, ejemplifica bien esta incongruencia, pues teniendo origen sureño, poseía esclavos pero rechazaba públicamente la esclavitud, si bien mostrando su naturaleza racista al establecer comparaciones entre ambas razas, tanto en carácter y emociones como en anatomía, en una tentativa de racionalizar su concepto racial tanto desde el punto de vista psicológico como del científico. Así afirmaba lo siguiente de los africano-americanos, adjudicándoles características animales: “segregan más por las glándulas de la piel y menos por los riñones, lo que les da un olor fuerte y desagradable [. . .] sus penas son transitorias” y “su existencia parece basarse más en sensaciones que en reflexiones” (cit. en Magnis, 494).

      Por lo tanto, la carrera hacia la independencia incluía una contradicción inherente que gradualmente produjo el desdoro del Sur como principal usuario y productor de la esclavitud. Aunque, por supuesto, la representativa e influyente aristocracia sureña llenó sus escritos de discursos elaborados que se esforzaron en disfrazar lo aberrante de esta ideología o en excusarla, como en la cita previa, mediante discursos adoctrinantes y demagógicos que apelaban al miedo ignorante de la raza blanca.

      Un amplio número de escritos retrataron la desigualdad social, como en las cartas ficticias de William Wirt, escritor de Maryland, donde critica Virginia desde los ojos de un supuesto espía británico, quien proporciona la siguiente descripción:

      Creo que no existe ningún otro lugar en el que la propiedad esté distribuida de manera más desigual que

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