Ciudadanía y etnicidad en Bosnia y Herzegovina. Esma Kučukalić Ibrahimović

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Ciudadanía y etnicidad en Bosnia y Herzegovina - Esma Kučukalić Ibrahimović Europa Política

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a los que agradezco su tiempo y su colaboración por arrojar algo más de luz a este análisis.

      De un modo más personal, mi humilde agradecimiento es para mi familia por su complicidad, legado e inspiración. Y para todos aquellos seres queridos que me han brindado su apoyo en esta travesía intelectual.

      Las circunstancias actuales en las que está inmersa Bosnia y Herzegovina, donde el discurso secesionista por parte de la Republika Srpska de un lado, las pretensiones croatas de una tercera entidad –con injerencias explícitas de fuerzas externas– y el descrédito que atraviesan los líderes bosniacos, todos ellos anclados en un poder dinástico desde el final de la guerra, resucitan los discursos más oscuros de los años noventa del siglo pasado. Mientras, los ciudadanos de Bosnia y Herzegovina se ven abocados a vivir en una especie de psicosis entre la imagen y el reflejo de un país imaginado cuya identidad se ha caracterizado precisamente por el multiculturalismo, por el denominado «espíritu bosnio» incomparable en el campo de la literatura, el arte, la música, crisol y cruce de culturas, y la de sobrevivir en la Bosnia y Herzegovina posterior al Acuerdo de Dayton, en la que su historia está siendo borrada a manos de la etnicidad de las historias particulares, mitificadas y nacidas en el año 1992.

      El año cero –como diría el escritor Faruk Šehić – en el que nuestras vidas se salieron de su órbita por una guerra tras la que jamás pudieron volver a su cauce, y unir lo que fue aquella Bosnia durmiente y lo que vino a ser tras el desastre. En la que los cientos de miles de muertos, de heridos, de desplazados sin retorno, de torturados, desposeídos, violados en nombre de la ideología del etnos y el territorio que se perpetuó desde el terror como la herramienta y el sufrimiento como consecuencia (Lovrenović, 2010), han destrozado los cimientos culturales y morales de este país, pequeño en el mapa geopolítico, pero cuyo simbolismo es de importantes proporciones, regionales y más allá de estas. Un politeísmo étnico como lo define Sarajlić (2010), referencia perfecta de la posmodernidad que marcará nuestro tiempo bajo el signo de figuras políticas hiperpopulistas. Abordar las consecuencias para los ciudadanos de un modelo institucional como el que aquí se plantea es una lección más que necesaria para la Europa del siglo XXI.

      TABLA 1

      BALANCE DE PERDIDAS HUMANAS Y DEVASTACIÓN

      DURANTE LA GUERRA 1992-1995

      Fuente: Elaboración propia a partir de datos del Ministerio de Derechos Humanos y Refugiados de Bosnia y Herzegovina, 2010.

       Parte I

       Dayton y la paz: un complejo binomio

       1. El origen de la etnonación

      La paz para Bosnia y Herzegovina se firmó en un lugar tan alejado del escenario de la guerra como la base militar Wright-Patterson de la pequeña ciudad norteamericana de Dayton, en Ohio. Y no es casualidad. Bosnia y Herzegovina llevaba cuatro años desangrándose en el reguero de centenares de miles de muertos, con millones de desplazados internos y refugiados, y con la constatación por parte de la Corte Penal Internacional de que ahí, en el patio trasero de la Unión Europea se estaban cometiendo los peores crímenes contra la humanidad desde la Segunda Guerra Mundial –con Srebrenica como el episodio más fresco– y sin que la diplomacia europea se viera capaz de gestionar la catástrofe.

      Las negociaciones del acuerdo suponen uno de los episodios más reproducidos por sus protagonistas internacionales, especialmente por el diplomático estadounidense Richard Holbrooke, quién acuñó en esta intermediación el término de la shuttle diplomacy. Veintiún días de durísimas conversaciones en la poderosa base aérea que contaba por aquel entonces con un presupuesto anual superior al de la propia Bosnia y Herzegovina. Las delegaciones encabezadas por Milošević como negociador para la parte serbia, y quién contaba con el «voto de oro» para inclinar la balanza, con Franjo Tuđman en representación de los croatas, y un grupo bosnio nada homogéneo dirigido por Alija Izetbegović, tuvieron que buscar acuerdos sobre decisiones tan espinosas como el reparto territorial, los corredores internos, el ordenamiento institucional o la capitalidad de Sarajevo.

      Milošević tenía intereses más que evidentes por alcanzar la paz tras varios años de sanciones internacionales que habían dejado a su país en la bancarrota y habían minado su todopoderosa autoridad. Con su voto decisivo, quien fuera el máximo responsable del desmembramiento de Yugoslavia se enfundaría el traje de gran pacificador –paradojas de la política– diciendo que, si había llegado hasta ahí, recorrería una milla más para lograr la paz. Accedió a ver Bosnia y Herzegovina como un único Estado, aunque logró una división interna con un 49 por ciento del territorio, este sí homogéneo, para la parte serbia. Aceptó que Sarajevo se quedara como ciudad unificada en el territorio de la Federación bosniocroata y fuera la capital del país, si bien según cuenta la prensa, tuvo que ocultar la información a la delegación serbobosnia hasta poco antes del anuncio oficial para que el acuerdo no saltara por los aires. La delgada línea que separaba el éxito del fracaso residía en los aspectos militares sobre los que insistía Estados Unidos como anfitrión del encuentro mientras que los asuntos civiles correrían a cargo de la delegación europea, que no en balde asumió el grueso del gasto de esta operación encarnada en la figura del alto representante para Bosnia y Herzegovina como garante de su cumplimiento.

      Las últimas 48 horas de negociación fueron tan imprevisibles que los funcionarios norteamericanos llegaron a decir que «las partes tienen muy claro que es ahora o nunca pero todavía existe la posibilidad de que elijan nunca», y para no arriesgarse, se especula que llegaron a presionar a las partes mediante la privación del sueño. Cuarenta y cinco minutos después de que el secretario de Estado, Christopher Warren lograse el sí de los tres grupos, el presidente Clinton ya había convocado a la prensa. No fuera que a alguno de los protagonistas se le ocurriese cambiar de opinión.

      La paz sobre el papel se sellaba bajo la mirada custodia del presidente Clinton su homólogo francés, Jacques Chirac, el canciller alemán Helmut Kohl, el primer ministror ruso Viktor Chernomyrdin, el inglés John Major, y el presidente español Felipe González. Fuera del marco de la foto, el secretario general de la ONU, Butros Butros Ghali y Javier Solana como secretario general de la OTAN. «Todos somos perdedores, solo la paz ha salido victoriosa» diría Milošević tras la firma, mientras Tuđman sostenía que «las aplicaciones del acuerdo traerían la paz definitiva a los Balcanes». Izetbegović, tras un largo silencio, acuñará una de sus frases más célebres: «esta puede no ser una paz justa, pero es más justa que la guerra».

      Para rematar las anécdotas, el texto original del Acuerdo de Dayton –que nunca llegó a traducirse a los idiomas oficiales de los países firmantes– desapareció al poco de su firma, y ha estado extraviado durante casi dos décadas, con una copia compulsada enviada a Bosnia y Herzegovina desde Bruselas como única

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