¡Viva Cataluña española!. José Fernando Mota Muñoz
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Palau no pierde el contacto con su pueblo y, en 1920, junto con una docena de amigos, funda la Juventud Jaimista del Vendrell. Desde entonces se ven envueltos en tiroteos con miembros del Sindicato Único y con republicanos; no hay fiesta mayor de los contornos que no acabe en trifulca política.
En 1922 continúa sus estudios de ingeniería industrial en la Escuela Industrial de Terrassa, donde de nuevo destaca como organizador de los estudiantes españolistas. Además, en la ciudad vallesana colabora en una publicación de título contundente, El Pistolero, con una línea editorial muy similar a la de La Trinchera, de la que reproduce su mismo lema, «radicalismo, intransigencia, nobleza y sinceridad». Asimismo, lleva como divisa aclaratoria «con varios pistoleros responsables y estacas detrás de la puerta».18
Ese año finaliza sus estudios y se instala en Barcelona. Junto con su inseparable Domingo Batet, se une a carlistas de acción próximos a los Sindicatos Libres, personajes como el periodista Estanislao Rico o el pistolero Nicanor Costa Duran, conocido como El Gravat. Con ellos, a principios de 1923 asiste a una conferencia de Martí Esteve, miembro de Acció Catalana, donde este último afirma que «los catalanes no debemos admirar a los irlandeses sino imitarlos». Es lo que esperaban para reventar el acto; a partir de ahí se organiza la trifulca y la veintena de alborotadores, armados con pistolas, obligan a algunos de los asistentes a proferir vivas a España. Como explica bravuconamente Palau: «Todos los presentes, venidos a buenas razones, gritaron Viva España; siendo desde luego, Ventura Gassol, Martí Esteve y Matons, los que más veces tuvieron ocasión de repetir tan altisonante y hermosa frase».
Francisco Palau también destacará como hombre de acción a la hora de defender al club de sus amores, el RCD Español, en cuyas gradas conocerá a otros jóvenes españolistas –en lo político y lo futbolístico–, como José María Poblador. Ambos serán fundadores de la Peña Deportiva Ibérica, donde acogerán a algunos de los carlistas disidentes y violentos con los que han trabado amistad.
EL FÚTBOL, CAMPO DE BATALLA SIMBÓLICO Y REAL
El RCD Español había sido fundado en 1900 por un grupo de universitarios aficionados a un deporte que hacía poco había aparecido en Barcelona de la mano de británicos, el fútbol. Para practicarlo se afiliaron a la Sociedad Gimnástica Española, fundada en 1897 y cuyo presidente era Rafael Rodríguez Méndez, catedrático de la Universidad de Barcelona, de la que sería rector en 1902, cargo desde el que se opuso a la catalanización de la universidad. Poco después se vincularía al Partido Republicano Radical, siendo elegido diputado en 1905. Su hijo Ángel Rodríguez Ruiz sería el primer presidente de la Sociedad Española de Football, nombre original del RCD Español, que se escogió para resaltar que, a diferencia de otros clubs de fútbol de la ciudad, con plantillas plagadas de ingleses y otros extranjeros, los componentes del equipo eran todos españoles. A partir de 1909 vistieron sus clásicos colores blanquiazules, en recuerdo del blasón utilizado por Roger de Llúria y sus almogávares.19
El fútbol se convirtió en un fenómeno de masas. El crecimiento urbano y la comercialización del ocio ayudaron a popularizar este deporte, que «desempeñó un papel clave en la formación de un lenguaje, de unos mitos y de unas narrativas vinculadas a las naciones». A ello se añadió la aparición de una prensa especializada y la creciente cobertura en la prensa generalista; «la escritura deportiva adquirió un carácter nacionalizador al atribuir aspectos patrios a los atletas y los equipos» y, sobre todo, el fútbol, convertido en una «comunidad imaginada», en la que «el concepto abstracto de comunidad nacional se vuelve más tangible cuando se “visualiza” a través de un equipo uniformado» (Quiroga, 2014: 23-25).
El deporte no fue, pues, inmune a la política, justo en unos momentos en los que aparecen propuestas ultranacionalistas catalanistas y españolistas. En Barcelona el fútbol se convirtió en otro campo de batalla entre españolistas y catalanistas –simbólico y real– y, aunque en la ciudad había otros equipos históricos, fueron el FC Barcelona y el RCD Español los que acabaron representando las aspiraciones catalanistas, los azulgranas, y españolistas, los blanquiazules.
En 1909, el presidente del club azulgrana, Joan Gamper, acudió a la Lliga Regionalista para que le dieran apoyo en su pretensión de aumentar la masa social del club. Ese año presidió el primer partido de la temporada Francesc Cambó. Joan Gamper sintonizó con el catalanismo de la Lliga y también trabó relación con el catalanista Centre Autonomista de Dependents del Comerç i de la Indústria (CADCI), en cuyo local se hacían las reuniones de junta. En 1916 se eligió presidente a Gaspar Rosés, militante de la Lliga. El Barça, de nuevo presidido por Gamper, se distinguió por apoyar oficialmente la campaña autonomista de 1918; La Veu de Catalunya, portavoz de la Lliga, afirmaba que «d’un club de Catalunya ha passat, el FC Barcelona, a ésser el club de Catalunya». El FC Barcelona adoptó el catalán como idioma oficial e izó la señera en su campo y, en 1919, participó en los actos de la Diada.
Tras el golpe de Estado de Primo de Rivera, el Barça sufre las medidas anticatalanistas del régimen; tiene que arriar la señera y redactar sus actas en castellano. Con los partidos y las entidades catalanistas prohibidas o perseguidas, el Barça se convirtió en un símbolo de ese catalanismo,20 que el 14 de junio de 1925 quedará patente. Ese día se disputaba en el estadio de Les Corts un partido entre el FC Barcelona y el Júpiter en favor del Orfeó Català. Se había invitado a una banda de música de la Royal Navy, de visita en la ciudad, a interpretar los himnos y cuando estaba ejecutando la Marcha Real el público la pitó y abucheó. El acto de rebeldía no pasó desapercibido para las autoridades militares y la Dictadura decretó el cierre del estadio durante seis meses y Gamper se vio obligado a exiliarse. Su identidad como club catalanista quedaba así consagrada.
Mientras, el Español construía otro relato. En 1912 recibía el título de Real y nombraba presidente de honor al rey Alfonso XIII. Ese año rompen relaciones con el Barça a raíz de un enfrentamiento entre jugadores de ambos clubs y en 1919 La Veu de Catalunya acusa a seguidores españolistas de estar detrás de unos panfletos repartidos en Madrid antes de la final de copa que jugaba el Barcelona, unos escritos en los que se tildaba al club culé de «madriguera de separatistas». El RCD Español se convierte en refugio de los españolistas barceloneses, diluidos en medio de la creciente hegemonía catalanista, y su estadio se convertirá en un lugar donde se podían dar vivas a España y ejercer de españolista, también en lo político, sin ser señalado. Forjó así su identidad. El RCD Español se convirtió para los nacionalistas españoles en el equipo «que sostenía la bandera españolista en Barcelona».21
Los enfrentamientos entre RCD Español y FC Barcelona irán más allá de una rivalidad deportiva. Las tanganas y peleas entre aficiones de los dos clubs ya venían de lejos. Los incidentes en los derbis eran frecuentes. Durante la Dictadura se recrudecerán y, a falta de partidos políticos, prohibidos por el Directorio, los dos equipos se convertirán en la representación de los enfrentados catalanistas y españolistas de la ciudad; no obstante, cuando llegue la República, con la legalización de los partidos, esta polarización se rebajará, perderá parte de su significado simbólico. El escritor Max Aub lo pone en boca de su protagonista en Campo cerrado: «Va a desaparecer la dictadura de Primo de Rivera; las contiendas Barcelona-Español no volverán a tener el frenesí de aquellos años» (1978: 49-50).
UNA PLÉYADE DE PATRIOTAS: LA PEÑA IBÉRICA22
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