Colombia frente a los escenarios del pacífico. Ricardo Mosquera Mesa
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Pero es que considero que en este desgarramiento de una misma familia entre un líder revolucionario y dos primos dedicados el uno a la investigación científica y el otro a la creación literaria, se patenta la crisis nacional por lo que el amigo Luis Fayad denomina en su novela La caída de los puntos cardinales: una caída que por supuesto no quiere decir que no haya norte o sur ni oriente u occidente, sino que los mapas geopolíticos y culturales pierden en momentos de crisis su determinismo antiguo por reconfigurar grado a grado nuevas coordenadas con unas combinaciones inéditas de latitudes y de longitudes, en el caso espacial o de figuras inéditas como ordenamientos simbólicos.
Lo crucial en estas mutaciones radicales de los mapas mentales y físicos consiste en que a falta de su intelección todo se torna errático y confuso, como si la acción procediera según las directrices de una veleta y no de una rosa de los vientos adosada a una brújula, no por azar inventada por los chinos: quiere decir que toda la acción y la previsión se tornan caprichosas, pues nada hay más variable que las orientaciones del viento, aunque precisamente la figura de la rosa náutica o rosa de los vientos se creó para ofrecer mediante tendencias estadísticas las probabilidades de que los flujos atmosféricos se orienten en una u otra dirección. Nuestra orientación histórica tan errática pareciera haber sido servida en muchas ocasiones más por un ringlete que por una veleta o por una brújula sapiente.
El asunto se puede ilustrar con un repaso muy somero de las líneas directrices del libro de Ricardo Mosquera Mesa. Confieso que yo lo leí como si fuera una historia de detectives. O como si el autor, el querido Ricardo Mosquera, entretuviera al lector sin decirle ni proponerle nada mediante el sencillo despliegue de un juego que semejaría en su complejidad al armado de un cubo de Rubik de una dimensión mayor a las habituales. A diferencia del anterior libro, en este Ricardo se concentra en un periodo más breve, digamos en general las últimas tres o cuatro décadas, siempre con su cursor puesto en un preciso punto de inflexión, la depresión mundial de 2008-2009, y como en la exposición evita lo que podría ser el sesgo de la Guerra Fría de confrontar de modo simple a los Estados Unidos con China, con toda razón insiste en describir, comparar y argumentar en función de los bloques económicos, así de este modo salen a la luz dos tendencias muy claras: la primera es la consistencia del rumbo estratégico de China desde que pasados los conflictos provocados por el errático timonel de la Revolución Cultural se asumiera la directriz de Den Xiao Ping: asimilar y apropiarse lo mejor del capitalismo occidental dentro de los marcos de un Estado socialista. Considérese que apenas cuatro décadas separan el presente cuando China ocupa ya el segundo lugar de la economía mundial luego de aquel momento de inflexión. Son las mismas décadas en las cuales nosotros en Colombia no hemos podido salir de nuestros demonios republicanos: violencias y corrupción, ausencia de propósito de transformación radical de nuestra inserción en el mundo mediante acuerdos básicos en justicia, equidad, ciencia y tecnología, transformación del campo y transparencia en el uso de recursos públicos.
Desde 1979, con la Reforma y la Apertura caracterizadas como “Socialismo con características chinas” de Deng Xiaoping, el pragmatismo chino con reglas claras comenzó a cobrar importancia en el escenario económico mundial, después en los años 90 del siglo pasado China ya era conocida como fabricante de productos baratos, como camisetas y juguetes, lo que obligó a las fábricas de otros países a cortar sus gastos a fin de igualar sus precios, o de lo contrario quedaban fuera de la competencia. A medida que el nuevo milenio nacía, Estados Unidos seguía siendo la principal potencia comercial del mundo, cuya competencia principal era la Unión Europea, pero no un país por sí solo. Sin embargo, entre 2000 y 2008, las importaciones de China aumentaron 403 % y sus exportaciones 474 %, impulsadas en parte a su ingreso en la Organización Mundial del Comercio y sus gestiones para producir bienes de mayor calidad. China ahora es la segunda economía del mundo y con 2,3 billones de dólares (2017), es el principal exportador de aparatos electrónicos, maquinaria y textiles del mundo. No obstante, su principal socio comercial son los Estados Unidos (19 %), seguido de Hong Kong (11,98 %), Japón, Corea de Sur y Alemania.
Ahora bien, el segundo rasgo de la sorprendente evolución china que explica por qué Estados Unidos ya ha perdido el pulso con China y tenderá a perderlo en el futuro con mayor razón —que por lo demás muestra lo errático de los palos de ciego de la potencia en su desespero por perder poco a poco la supremacía—, consiste en que mientras China acrece su poder con alianzas con distintos socios, en cambio Estados Unidos por la pretensión arrogante de su lema American First, mantiene peleas casadas a diestra y siniestra: México y Centroamérica, la Comunidad Económica Europea, China y los países de Oriente, Venezuela, Colombia en momentos y América Latina, Cuba y el Caribe.
Es como si la potencia no pudiera desprenderse de su tradición belicosa y, con la pretensión anacrónica de retomar la primacía perdida, perdiera aliados sin ganar otros significativos, como ahora se avista con la frágil alianza de una Inglaterra desasida de Europa, abandonada a la soledad del Brexit, y con graves problemas de ajuste con Irlanda. En tanto que China y con ella Rusia proceden como si en el tablado geopolítico desplegaran sus famosas matrioskas y cajas chinas, en el caso de China con la participación de China en el Asean+3 desde 1996 y su ampliación posterior como Asean+6 con un fabuloso mercado de 3000 millones de habitantes. Más su calado creciente en un tejido de filigrana en África y en América Latina y el Caribe.
A Colombia le convendría tener el libro de Ricardo Mosquera Mesa en su cabecera, para dormir y despertar con mayor sabiduría gracias a sus avisos. Para ser más consistente que lo mostrado como una comedia de equívocos en la reciente visita del presidente Duque a China del 29 de julio de 2019. Por cierto, muy necesaria: ¿quién diría que no? Incluso se hubiera podido arropar en dos famosos lemas. El primero, el del Rey Enrique IV de Francia en la segunda mitad del siglo XVI, quien para acceder al poder real francés debiendo convertirse por fuerza al catolicismo, siendo protestante, pronunció una frase magistral: París bien vale una misa. Que traducida a la ocasión significaría algo así como “el comercio chino bien vale muchas venias a la revolución china”, esto por la feroz réplica de miembros del partido del poder, entre ellos de modo explícito Fernando Londoño, al ritual diplomático de depositar una ofrenda floral en el memorial chino consagrado a los combatientes muertos en la revolución de Independencia, pero también por la burla de los opositores de izquierda que zahieren el acto al recordar que todavía hay combatientes guerrilleros colombianos del epl que, de modo supuesto, se alinderan con la gesta del maoismo, y no menos de unos y otros por la evidencia de que China es un soporte de Maduro y por tanto desestima las aspiraciones cada vez más opacas de un gris Guaidó a hacerse con el poder.
Se diría justificada la visita por el interés de aumentar el comercio. Un socarrón preguntaría: ¿de cuántos guacales de aguacate estamos hablando? Pues como lo registra muy bien Ricardo Mosquera Mesa en el gráfico número 51, de la inversión extranjera directa china en América Latina, entre 2001 y 2016 que fue de cerca de 90 000 millones de dólares, la destinada a Colombia, que figura de penúltimo lugar entre 14 países, apenas cuenta con un rubro marginal de USD 1 852, que se compara muy por debajo de los USD 54 859 millones de Brasil, primer lugar de destino de la inversión.
Si se va a hablar de economía política y de comercio exterior, habrá que recordar la frase que tenían como lema los asesores de Clinton en la campaña por la presidencia:
It is the economy, asshole.
Es la economía, no seamos tan ingenuos.
De ahí que, en la parte final del libro, Ricardo Mosquera Mesa vuelva a un clamor que ya es en su serie de libros y de políticas públicas un ritornelo tozudo: sin investigación científica y desarrollo quedaremos como decía Salvador Camacho Roldán; rezagados y medio muertos