El mediterráneo medieval y Valencia. Paulino Iradiel Murugarren
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Procesos similares parecen haber tenido lugar también en el sector industrial. Stephan Epstein señaló hace años los puntos más importantes sobre este tema. En primer lugar, el rechazo del presunto carácter obstruccionista de las corporaciones artesanales –una idea muy discutida actualmente– en lo que respecta a los procesos de innovación tecnológica y al análisis del papel de los oficios en la formación de trabajadores especializados.74 Epstein remarcaba la necesidad de distinguir entre diferentes tipos de conocimiento y las diversas formas de «transmisión de saberes»,75 o de conocimientos técnicos, a través de mediaciones sociales y culturales como las migraciones de artesanos o las culturas prácticas tradicionales con vistas a la difusión de un know-how profesional. El segundo tema es el de la protoindustria, que desde hace tiempo está siendo estudiada como fenómeno de larguísima duración, que va del 1200 al 1800. El logro más interesante de las investigaciones recientes es el descubrimiento de que la protoindustrialización, es decir, la difusión de industrias en el medio rural, era un fenómeno generalizado y cíclico más que de expansión continua y que debe considerarse una respuesta a la reordenación de la población y de las economías familiares (la famosa «revolución industriosa» de Jan de Vries) más que un signo de crecimiento económico. Como es lógico suponer, no escapa a estos procesos la incidencia de los sistemas financieros y comerciales que, en virtud de una conexión más integrada entre mercados, conocen en el siglo XIII un extraordinario desarrollo de nuevas técnicas. Paolo Malanima se preguntaba si el declive de la urbanización entre 1350 y 1450 y el aumento de ciudades de tamaño medio no habría estado determinado, al menos en parte, por un aumento de las actividades manufactureras fuera de las murallas de las grandes ciudades.76 Muchos medievalistas responderían afirmativamente, lo que explica las dos fases de expansión «protoindustrial» –y sus distintos protagonistas y hasta la «pequeña divergencia» entre la Europa meridional y septentrional– que siguieron a las dos crisis de la baja Edad Media y del siglo XVII: la primera fase, propiamente medieval y que afectó en gran medida a los países meridionales (Italia, España), y la segunda, más dinámica y tardía, de los países norteuropeos.
Soy consciente de haber marginado algunos temas muy frecuentados por la historia económica de los últimos años, entre otros, la formación y función del capital humano, la circulación de modelos y de conocimientos tecnológicos (economía del saber o del conocimiento), los comportamientos y procesos decisionales de los actores económicos o una reflexión más amplia de los cambios institucionales. Todo lo que podría ser considerado «micro» para el análisis de los mecanismos internos del crecimiento y muy útil para «definir» las sociedades preindustriales, pero analíticamente diferente de las variables «macro» más idóneas para «medir y cuantificar» los cambios económicos. Al final de estas reflexiones, siento la necesidad de reafirmar que podemos, y debemos, evitar el peligro de convertir la historia económica en historia del crecimiento en vez de centrarnos en el funcionamiento de las economías del pasado: «el gran desafío del futuro –decía Bartolomé Yun– es estudiar el pasado tratando de interpretar las sociedades preindustriales en sus componentes y no solo en su mayor o menor predisposición al crecimiento».77 En el fondo, el actor principal de los hechos económicos es siempre el hombre («los hombres en el tiempo», decía Marc Bloch), que no puede ser reducido a números abstractos, con sus ansias, sistemas de valores y su propia cultura que cambian en el curso del tiempo.
1 F. Braudel, El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II, Mé-xico-Madrid-Buenos Aires (Prólogo a la primera edición francesa de 1949), 1976, p. 17; íd., «Histoire et sciences sociales. La longue durée», en Annales ESC, 13/4, 1958, pp. 725-753 (traducción castellana en F. Braudel, La historia y las ciencias sociales, Madrid, 1970, pp. 60-106).
2 Aunque es posible encontrar formulaciones más o menos explícitas de este return desde hace diez o quince años en la investigación histórica (por ejemplo, M. Aymard, «La longue durée aujourd’hui. Bilan d’un demi-siècle (1958-2008)», en D. R. Curto et al. (dirs.), From Florence to the Mediterranean and beyond: essays in honour of Anthony Molho, Florencia, 2009, vol. 2, pp. 559-580), la explosión de este ha tenido lugar recientemente con la publicación del dosier «La longue durée en débat» de la revista Annales HSS, 70/2, 2015, que contiene el artículo-manifiesto de D. Armitage y J. Guldi, «Le retour de la longue durée: une perspective anglo-américaine», pp. 289-318. Véase también, de estos autores, The History Manifesto, Cambridge, 2014; disponible en línea: <http://historymanifesto.cambridge.org/>. Conviene subrayarlo: si en 1958 el motivo era «la crisis general de las ciencias humanas» (Braudel), en 2015 es la explosión incontrolada de saberes parciales, la superabundancia de datos, la incertidumbre de las fronteras de las disciplinas, el fracaso de la cooperación interdisciplinar, las recriminaciones contra un humanismo retrógrado e insidioso... (Armitage-Guldi). Siempre la familiar y permanente «crisis de la historia».
3 Retorno que los responsables editoriales de la revista rechazan explícitamente cuando dicen «les Annales ne partagent pas leur conception de la longue durée», lo que se entiende perfectamente vista la deriva y la dispersión temática de la revista en las últimas décadas, pero lo que no se comprende tanto es la elección de los comentaristas críticos analistas que intervienen en el debate, ni mucho menos los términos algo desagradables de algunas críticas. Véase la respuesta de D. Armitage y J. Guldi, «Pour une “histoire ambitieuse”. Une réponse à nos critiques», en Annales HSS, 70/2, 2015, pp. 367-378, a quienes hay que agradecer, al menos, la claridad de su propuesta: «nuestra concepción de la larga duración no es la de Braudel [...] para nosotros no es una “prisión” ni un ciclo sin fin, mucho menos un paisaje presuntamente inmóvil o un decorado estático ante el cual se desarrollan los acontecimientos del mundo. Al contrario, entendemos la larga duración como un instrumento dinámico, flexible y, sobre todo, crítico con las historias establecidas y con las instituciones vigentes» (p. 378).
4 L. Palermo, Sviluppo economico e società preindustriali. Cicli, strutture e congiunture in Europa dal medioevo alla prima età moderna, Roma, 1997, pp. 60 y ss.; A. Cortonesi y L. Palermo, La prima espansione economica europea. Secoli XI-XV, Roma, 2009.
5 D. Armitage y J. Guldi, «Le retour de la longue durée», cit., p. 292.
6 C. Wickham, «Memories of underdevelopment: What has marxism done for medieval history, and what can it still do?», en C. Wickham (ed.), Marxist history writing for the twenty-first Century, Oxford, 2007, pp. 32-48 (traducción castellana en Anales de historia antigua, medieval y moderna, 41, 2009, pp. 85-100).
7 Y no es que, con anterioridad, no hubiera existido una práctica histórica bastante extendida de observar regularidades en el tiempo y sobre todo de cuantificarlas, pero la crítica posmoderna a la formulación modélico-matemática y econométrica propia de las facultades y de la enseñanza anglosajona, la desconfianza